Por Sergio Crivelli
La persistencia de la estabilidad macro desorientó a todos. Los empresarios son optimistas, pero no invierten. El FMI elogia, pero tampoco pone y los políticos no encuentran salida a la polarización
El miércoles Javier Milei recibió a una élite de empresarios globales del Foro Económico Mundial. Durante el encuentro el presidente de la entidad, Borge Brende, le pidió a Milei que el próximo enero no falte a la reunión anual en Davos.
La solicitud sorprendió a más de uno, porque la última vez que el presidente argentino fue a la cumbre en Suiza vapuleó a la crema de la plutocracia mundial. Acusó a sus miembros más poderosos de “colectivistas” y de empujar a Occidente hacia el “socialismo”. ¿Para qué quieren que vuelva? ¿Para oír más amonestaciones del excéntrico anarcoliberal nativo?
La respuesta más probable es que Milei fascina a los hombres de negocios que no alcanzan a entender cómo lleva adelante un ajuste fiscal homérico sin que se le incendie la política. Quieren ver de primera mano al que logró combinar el recorte del gasto con la aquiescencia de los votantes; al que bajó la inflación sin despertar la rebelión social. Quieren saber hasta cuándo puede durar tanta novedad.
Pero los capitalistas globales no son los únicos despistados por el éxito del libertario. También lo están el FMI y la dirigencia de los partidos tradicionales que empieza a “anarquizarse”. Peronistas y radicales buscan armar las listas para el Congreso que viene y el eje de sus estrategias pasa por la adhesión o el rechazo a Milei.
Todo eso ocurre en un marco de una marcada polarización y la evidente disfuncionalidad del sistema de partidos políticos.
En cuanto al FMI, la situación no cambió con la visita del ministro de Economía, Luis Caputo, a los Estados Unidos donde se entrevistó con las conductoras del organismo. El gobierno pretende dinero fresco para cumplir con los insistentes pedidos de que levante el cepo, pero la conducción del Fondo le sigue dando a largas.
Hace 10 meses el organismo optó por no tomar ningún riesgo. Los burócratas no concebían que el nuevo presidente conseguiría podar el gasto público de manera drástica. Menos aún, alcanzar el superávit fiscal desde el primer mes. Pero el libertario logró lo impensado. Lo que sigue sin lograr es que los burócratas den el brazo a torcer. Por eso ambas partes se mantienen en la misma posición y habrá que esperar hasta el año próximo para un eventual cambio.
Para pagar los vencimientos de 2025 heredados del kirchnerismo Caputo trabajó en un préstamo de bancos privados. La fuerte caída del riesgo país por debajo de los mil puntos fue la respuesta práctica a esa estrategia (ver “La única verdad es el superávit”). La conclusión general es que, en materia de dólares, la Argentina de Milei deberá vivir sin el Fondo.
En tanto los partidos tradicionales reaccionaron al fenómeno libertario encaminándose a la diáspora. Más allá de las luchas por el liderazgo la causa de fondo de la fragmentación es la disfuncionalidad del sistema de partidos. En la oposición, el peronismo no puede ofrecer ninguna alternativa al ajuste. Sólo derrumbar el actual programa, restaurar el déficit y el emisionismo y volver al incendio inflacionario.
Ese regreso al pasado encarna Cristina Kirchner que anteayer publicó una carta prometiendo más de lo que llevó al país a la presente ruina. Por eso Axel Kicillof quiere tomar distancia de ella. Si el peronismo sigue haciendo lo mismo va a seguir teniendo los mismos resultados, es decir, más derrotas.
Pero el “chiquitín poderoso” de otros tiempos no se anima a desafiarla abiertamente. Alentó en silencio la candidatura de Ricardo Quintela, pero al mismo tiempo se sentó a dos butacas de ella como si nada pasara. No quiere poner en riesgo la gobernabilidad de la provincia, mientras desde el kirchnerismo lo llaman traidor, desagradecido y hasta lo retan como a un niño diciéndole que “esas cosas no se hacen”. Ese es el nivel del debate ideológico actual del peronismo entre una líder que tiene 65% de imagen negativa y un desafiante que se hace absurdamente el distraido.
Los radicales, por su parte, se rompieron en Diputados. Una docena de disidentes hizo rancho aparte, reduciendo la representación oficial a 21 bancas. Querían echar a los correligionarios que votaban a favor de Milei, acusándolos de indisciplina partidaria, pero no lograron su propósito porque estaban en minoría. Entonces fueron ellos los que no acataron la disciplina partidaria, armando un bloque aparte. La coherencia ante todo.
Los disidentes intentan sumarse a un grupo heterogéneo en formación integrado por peronistas “sin techo”, ex Juntos por el Cambio, partidos provinciales, socialistas, algún liberal de viejo cuño como López Murphy, socialistas, lilitos, etcétera. La vieja idea del “barrio chino” que pretende escapar a una polarización inevitable. Pero será la polarización la que terminará ordenando el tablero por su cuenta si la estabilidad macro perdura.
Fuente La Prensa