“Frente a ello, cada dirigente, cada militante, cada peronista debe tener una conducta clara y una expresión concreta frente a la sociedad”, reclamó Cristina Kirchner en una carta a los afiliados del Partido Justicialista (PJ), en ocasión de su puja por la conducción del aparato partidario. Este ha quedado desierto de rivales tras la impugnación que la junta electoral hizo de la candidatura de Ricardo Quintela, gobernador de La Rioja.
En otra vereda, alejado de la lógica de la unidad básica, el diputado Pablo Juliano, ungido como presidente de un bloque radical paralelo, rechazó en duros términos la conducción que ejercía sobre ellos Rodrigo De Loredo, a quien acusó de hacer “oficialismo clandestino”.
Sin mucho esfuerzo ni dolor, de un lado y del otro del espectro opositor, vuelan recriminaciones entre dirigentes que forman parte de un mismo espacio partidario, por el despliegue de franquicias colaboracionistas con el gobierno de Javier Milei. En efecto, el viejo refugio del partido pasa a operar como una casa matriz estéril, incapaz de ejercer una cohesión en la acción y de dar señales claras a aquellos que aún siguen tendientes a elegir sus “productos”. Este proceso de fragmentación que atraviesa la política argentina actual le ofrece al oficialismo numerosas oportunidades para sostener su agenda y afianzar su poder. Sin embargo, también le hace correr el riesgo de transformar una inyección de confianza en un catalizador de pasos en falso.
El peronismo atraviesa horas de enfrentamientos expuestos, que abarcan mayores diferencias en las afinidades personales y en los modos de llevar adelante el ejercicio del poder interno que distanciamientos por innovaciones programáticas. Desde el inicio, hubo desencuentros respecto a las reglas de una elección difícil de desplegar en términos organizativos. Los flashes de la (fallida) interna se los llevan Cristina Kirchner y Quintela, más aún ahora que el mandatario riojano denuncia irregularidades en la revisión de su candidatura y envía a su apoderado Jorge Yoma a reunirse con Guillermo Francos. A aquello le suma la amenaza de recurrir al despacho de María Servini, jueza federal con competencia electoral, para que haga imponer su criterio en la pelea por la conducción del PJ.
Más allá de eso, la novedad esencialmente más relevante que ha emergido en el terruño peronista es el aceleramiento desenfadado de la pelea entre La Cámpora y Axel Kicillof. Esta disputa ya no es una reyerta con Máximo Kirchner sino una medición desintermediada de fuerzas entre Cristina y el gobernador de Buenos Aires. Muchos sectores identificados hasta hace poco tiempo en el ultrakirchnerismo comenzaron a trabajar en el posicionamiento del mandatario bonaerense, algo que quedó a la vista en el acto del 17 de octubre en Berisso.
Si bien, de acuerdo a las mediciones mensuales de D’alessio IROL/Berensztein, Kicillof cuenta con mayores niveles de imagen positiva que su jefa política, no está para nada claro que haya alcanzado un peso electoral propio que le habilite un quiebre beneficioso con respecto a la máxima exponente del kirchnerismo. Mientras tanto, Sergio Massa mueve a sus alfiles desde afuera y se referencia como “prescindente”, sin aclarar cuál será el futuro del Frente Renovador dentro de Unión por la Patria.
Los exsocios de Juntos por el Cambio no enfrentan panoramas tanto más auspiciosos. En la UCR, Martin Lousteau se contrapone con cuestionamientos internos y suma la herida de la derrota de su candidato en la interna por la presidencia del radicalismo bonaerense. Nada de ello impidió que, en una alianza táctica con Facundo Manes, impulsara la ruptura definitiva del bloque en Diputados y creara un nuevo agrupamiento con una docena de legisladores.
En el fondo, el gran dilema del partido centenario se encuentra en las preferencias de sus bases de votantes provinciales. Muchos de esos electores en Corrientes, Mendoza y Santa Fe guardan simpatía con algunas de las políticas del gobierno de Milei, en particular con su esfuerzo para reducir la inflación. Eso limita el margen de maniobra de líderes radicales como De Loredo, que ahora conduce un grupo acotado a 21 diputados.
Por su parte, el PRO no se rompe formalmente pero ha quedado reducido en materia dirigencial, en particular con la pérdida temprana de Patricia Bullrich, una de sus figuras más populares, en manos del oficialismo. En este contexto, el partido ha quedado sometido a una monopolización de decisiones en Mauricio Macri. Ya sin la capacidad de disrupción que caracterizó su trayectoria en la escena política local, su única reserva es el personalismo de su líder, volcado a una derechización de su mensaje que erosiona sus antiguos lazos con el votante centrista. La sintonía con La Libertad Avanza muestra algunos avances, pero los insondables movimientos de Karina Milei en la Ciudad de Buenos Aires mantienen en suspenso la convergencia esperada para 2025.
La reinante fragmentación facilita la tarea parlamentaria libertaria para sumar voluntades, sobre todo en un gobierno de minorías tan extremas. Las florecientes peleas opositoras son capitalizadas por el oficialismo, abocado a una fase de sostenimiento de vetos y DNU. Con la configuración de una escena incluso más favorable que la esperada hace semanas atrás, los libertarios todavía mantienen algunos nudos por desenredar.
En tal sentido, la inestabilidad en los cargos de alto y mediano rango en el gabinete no cesa, al mismo tiempo que la supremacía del ‘triángulo de hierro’ produce rispideces internas con ministros y choques con los socios del PRO, particularmente con Jorge Macri en la Ciudad. A propósito de ello, los roces se replican inclusive al interior del núcleo que sostiene al Presidente de la Nación. Karina Milei y Santiago Caputo acumulan diferencias respecto de las estrategias de alianzas para el año próximo, con el asesor más tendiente a asegurar entendimientos con el partido amarillo en la Provincia de Buenos Aires y en CABA.
Por otro lado, la necesidad de reforzar un plantel político escaso se encuentra al tope de las prioridades de la construcción partidaria, ahora complementada con el lanzamiento de una usina propia, denominada Fundación Faro.
El derrumbe en las estructuras originarias del sistema político que produjo la irrupción sísmica de Milei y su consolidación como una fuerza más permanente en la disputa por el poder alienta la tentación del gobierno de capitalizar la fragmentación muy agresivamente. Sin embargo, la postura maximalista, conjugada con una polarización extrema, incuba el riesgo de la regeneración de una oposición competitiva que se apuntale sobre un rechazo cerrado y absoluto de la totalidad del programa actual.
La amplitud de la zona de convergencia entre la maximización del robustecimiento del proyecto de poder libertario y el aseguramiento de un terreno sólido para la sostenibilidad intertemporal de las reformas emprendidas será uno de los criterios a tener en cuenta para evaluar el éxito de este Gobierno.
Fuente El Cronista