Mi pequeño Bito nació en el cementerio de Toro de una hermosa gata de ojos intensamente azules y un padre desconocido, probablemente siamés o gris azul por su pelaje, corto y suave como la misma seda. Como tantos gatitos que nacen en la calle, mi Bito, su madre y dos hermanos de camada sobrevivieron al ataque de una mala bestia, un hijo de su puñetera madre, que mató a palos a cuatro cachorritos de la camada cuando no llegaban a los dos meses de edad. Los voluntarios de la Protectora de Toro rescataron de la muerte a la madre y a los tres cachorros supervivientes. Esa madrugada, cuando el rostro grisito y los inmensos ojos azules de Bito asomaron a la pantalla de mi móvil, supe que me había enamorado de aquel cachorro nacido en el camposanto.Me gusta ver asomar las cabecitas de los gatos entre las tumbas cuando acudo al cementerio, verlos dormitando al sol sobre las lápidas; es como si nuestros muertos nunca estuvieran solos, como si estas pequeñas divinidades felinas custodiasen el sueño eterno de los que amamos, como guardan nuestros sueños de cada día. Pese a su mala fama de egoístas y despegados (absolutamente infundada, doy fe), los gatos de los cementerios son a la postre el más fiel amigo del hombre, compañeros únicos cuando pasan los fastos y el bullicio de los Santos o ahora, cuando la Navidad nos recuerda las sillas vacías que tenemos en la mesa.Me gusta pensar en las noches frías del invierno zamorano que en San Atilano nuestros muertos no están solos, que sus tumbas son menos frías, que incluso en los cementerios se abre paso la vida cuando una gata da a luz y cría a su prole para perpetuar esa compañía a quienes se nos han ido. Es más, espero, sé que si existe esa eternidad, ese paraíso prometido, necesariamente ha de tener gatos en sus calles y casas; que allí me esperan los gatos que tan feliz me han hecho a lo largo de mi vida, mucho más fieles y amorosos que algunos que se llamaron amigos.Finaliza un año con una tragedia aún caliente en Valencia y pienso en las víctimas y familias que ha destrozado el agua; familias, tierras, bienes, como las que arrasó el fuego en nuestra Sierra de La Culebra, como los que sepultó lava del volcán de La Palma. Luego, después de las promesas, vino el olvido.Vienen a mi mente entonces los gaturros del cementerio como mi hermoso Bito, que siempre están aunque no los veamos, que permanecen como guardianes de la memoria. Al nuevo año que llega le pido que seamos como esos gatos de los camposantos, que no dejemos solos a quienes han perdido voz, casa, vida, recuerdos. Gatos sin dueño, maullidos en el reino del silencio.
Fuente ABC