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Las vacaciones son sinónimo de descanso pero también de gasto. Es una época del año en la que la mayoría de personas se van de sus residencias habituales para desconectar. Eso implica dinero en transporte, en pagar otro alojamiento, en comida…
En algunos casos, las familias españolas piden préstamos personales para poder costearse unas vacaciones. Esta opción, según el economista Gonzalo Bernardos, es una mala idea. Para el profesor de Economía, pedir un crédito para viajar es un síntoma de un problema estructural de que se está viviendo por encima de las posibilidades.
Sobre este tema se habló en ‘Más Vale Tarde’ y Bernardos se mostró tajante: “Le recomendaría que se quede sin vacaciones porque un préstamo es esencial, ya que tiene un agujero económico que no puede sufragar de otra manera”, opinó. Considera que irse de vacaciones es prescindible por lo que es un gasto que se puede evitar.
El experto aseguró que los préstamos personales deben ser reservados para imprevistos reales pero no para irse de vacaciones. Para el economista, es un error cada vez más común que se ha incrementado por la cultura del consumo en el que los caprichos forman parte de las necesidades básicas.
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Irene Cortés
“Todos conocemos a personas que se ganan bien la vida, pero que no llegan a fin de mes. ¿Por qué? Porque les es ‘imprescindible’ ir al Liceo. Les es ‘imprescindible’ comer todos los domingos en un buen restaurante. Les es ‘imprescindible’ hacer un viaje al extranjero… Pero no hablo de una capital europea, sino de otro continente, cada semestre”, aseveró.
La solución para Bernardos es sencilla: “Si tú quieres gastar más de lo que ingresas, no tienes más remedio que trabajar más. Si no, lo que tienes que hacer es gastar menos”. No ve buena idea añadir un crédito vacacional como un gasto más a la larga lista.
Comparó esta situación actual de derrochar con la que se vivía en los años 80 y 90, en las que las vacaciones eran más sencillas y económicas. “Los jóvenes de los años 80 y 90 somos perfectamente conscientes de que en muchas de nuestras familias había economía de guerra”, recordó. “Los restaurantes y las vacaciones no los conocíamos. Solo conocíamos el pueblo, y la familia, en lugar de gastar más, gastaba menos, porque los precios también eran más bajos”.
Fuente El Confidencial