La economía muestra señales de fatiga y la incertidumbre cambiaria vuelve a impactar en la inflación, que podría haberse ubicado arriba del 2% en septiembre, en línea con el salto observado en la ciudad de Buenos Aires. Actividad estancada y precios para arriba le pondría un freno al descenso de una variable tan sensible como la pobreza. Ni hablar del daño que está produciendo la incertidumbre cambiaria.
Es evidente que el Gobierno llega a las unas con un panorama muy distinto al que imaginaba en el primer trimestre del año.
Durante meses, Javier Milei vivió de las cifras: inflación en baja, superávit fiscal, dólar más o menos calmo le dieron cierta legitimidad y hasta gobernabilidad al ajuste. Pero la economía, esa bestia impredecible que suele darle y quitarle aire a los gobiernos argentinos, empieza a mostrar señales negativas.
La actividad, que venía repuntando con fuerza tras la recesión de 2024, se desacelera. Se apuntaba a un salto del PBI del 6% para todo 2025 y ahora el REM habla de menos del 4%. Y lo ven estable en 3% para 2026 y 2027. Detrás de ese freno, aparece la amenaza de que la baja de la pobreza también se detenga.
El crecimiento interanual del primer trimestre de 2025, de 5,8 %, fue celebrado como prueba de éxito. Pero la cifra, mirada en detalle, era menos optimista de lo que parecía. El dato trimestral -apenas 0,8 % respecto al cierre de 2024- ya insinuaba una curva descendente. Con el correr de los meses, los sectores que habían traccionado (campo, energía, industria ligera) perdieron empuje. Y el consumo, golpeado por salarios que todavía corren detrás de los precios, volvió a flaquear.
En la Argentina, cuando el motor se enfría, la pobreza se estanca. No hace falta un derrumbe para que la rueda deje de girar: alcanza con dejar de crecer. Y ese es, precisamente, el escenario que empieza a insinuarse. “Hay que retomar la senda del crecimiento si queremos que la pobreza siga cayendo.” dice Martín González Rozada, el especialista que vino anticipando desde el año pasado la fuerte caída de los indicadores de pobreza e indigencia.
El precio político del estancamiento
Para Milei, la desaceleración económica puede convertirse en una trampa. Su relato de “dolor hoy, prosperidad mañana” necesita que el mañana llegue. Si la pobreza, que cayó algunos puntos en la primera mitad del año, deja de bajar, la épica del ajuste heroico se vuelve un discurso opinable. La sociedad tolera la austeridad solo mientras ve una luz al final del túnel.
Además, un crecimiento débil reduce la recaudación y achica el margen para sostener programas sociales o recomponer ingresos reales. El Gobierno enfrenta así un dilema: seguir disciplinado para mantener el superávit, o flexibilizar el gasto y arriesgar la estabilidad cambiaria. Ambas opciones tienen costo político. La primera erosiona el apoyo popular; la segunda, la confianza de los mercados.
En ese equilibrio inestable, la oposición encuentra aire. Si la inflación sigue bajando pero el empleo y el consumo no repuntan, el discurso libertario de “ajuste virtuoso” puede empezar a resquebrajarse. Los votantes, al final, no hacen política monetaria: hacen cuentas a fin de mes.
El salvavidas estadounidense
En medio de esta encrucijada, aparece el paquete de ayuda de Estados Unidos, anunciado en septiembre y que debería darse a conocer, tal vez, la semana que viene, cuando Milei visite a Trump en la Casa Blanca. Scott Bessent ya involucró al FMI y habló del tema en el G7. Muchos dólares entre líneas de crédito, respaldo financiero y asistencia en deuda. Milei lo presentó como un triunfo geopolítico: “la confianza del mundo en el nuevo rumbo argentino”. Y, en efecto, la ayuda puede funcionar como un amortiguador frente al frenazo.
El dinero norteamericano ofrece oxígeno: da margen para estabilizar el tipo de cambio, financiar importaciones clave y evitar otra corrida. Pero no es gratis. Washington no regala cheques: exige resultados, monitoreo y, sobre todo, alineamiento. La letra chica puede implicar restricciones en política energética, regulatoria o de comercio exterior.
A corto plazo, la asistencia puede sostener la calma financiera y comprar tiempo. Pero a largo plazo, puede convertirse en dependencia. Si el crecimiento no se reactiva, la Argentina quedará atada a las condiciones de un socio que, según cambie el clima político en Washington, puede volverse menos generoso. Y en un año electoral estadounidense, las prioridades cambian rápido.
Tres caminos hacia 2027
De aquí al final del mandato hay tres escenarios posibles.
El optimista: la economía se reanima, el empleo mejora y la pobreza vuelve a caer. En ese caso, Milei llegaría a 2027 con algo parecido a un éxito político.
El moderado: la economía crece poco, la pobreza se estanca y el humor social se enfría. El Gobierno sobrevive, pero sin entusiasmo.
Y el pesimista: el estancamiento se transforma en recesión, los indicadores sociales empeoran y el oficialismo pierde cohesión.
Hoy, todo sugiere que el segundo es el más probable. La ayuda de Estados Unidos podría mantener a flote las cuentas públicas, pero no alcanza para reactivar la economía real. Los dólares estabilizan, no multiplican empleo. El rebote, si llega, será débil y concentrado en pocos sectores. Tanta incertidumbre impacta también en los planes de las empresas, que ante la duda pisan el freno a la hora de definir inversiones.
La política como variable económica
En la historia argentina, los gobiernos que lograron estabilidad sin crecimiento -De la Rúa en 2000, Macri en 2018- terminaron mal. Milei lo sabe. Sabe que la política no resiste mucho tiempo una economía que no mejora. Por eso insiste en mostrar señales de orden, de “fin de la decadencia”, aunque la calle empiece a mostrar otra realidad: comercios vacíos, obras paralizadas, sueldos que no alcanzan.
El riesgo es que el discurso anticasta empiece a agotarse frente a los problemas cotidianos. Las promesas de libertad económica pueden sonar abstractas cuando la mesa familiar se encoge. Si el ajuste deja de tener contrapartida visible, el desencanto puede ser rápido y corrosivo.
Un espejo que preocupa
Cada gobierno argentino termina siendo rehén de sus propias promesas. Milei prometió romper el ciclo de inflación y estancamiento que arrastra el país hace décadas. Logró, al menos en el corto plazo, contener la primera. Pero si el crecimiento se detiene, la otra mitad de su promesa se desvanece.
La economía no le dará tregua. Y aunque la ayuda de Estados Unidos pueda sostener las cuentas por un tiempo, no reemplaza la necesidad de inversión genuina, crédito interno y políticas de empleo.
El verdadero desafío de Milei empieza ahora: gobernar sin expansión y sin red. A menos hasta que logre materializar los famosos consensos que reclaman hasta Estados Unidos y el FMI.
Fuente El Cronista