Un testimonio sin lágrimas ni remordimiento
Buenos Aires, 9 de octubre de 2025 – Total News Agency – TNA.–Con una frialdad estremecedora, Celeste Magalí González Guerrero (28) declaró ante el fiscal Carlos Adrián Arribas, de la UFI de Homicidios de La Matanza, y relató con precisión cómo se planificaron y ejecutaron los femicidios de Brenda del Castillo (20), Morena Verdi (20) y Lara Gutiérrez (15).
Durante las casi cuatro horas de declaración, la mujer —que se presentó como arrepentida— mantuvo un tono neutro, sin gestos de angustia ni culpa. “No se le cayó una lágrima, ni se inmutó”, describieron fuentes judiciales presentes en la audiencia.
El plan de “Pequeño J” y el engaño mortal
El 17 de septiembre, dos días antes del triple crimen, “Pequeño J”, cabecilla de la banda narco peruana investigada, contactó a González Guerrero para pedirle usar su casa de la calle Chañar al 1800, en Florencio Varela, alegando que su propio departamento estaba en refacción.
Celeste accedió, ya que mantenía vínculos directos con el grupo y recibía de él la droga que vendía junto a su pareja, el peruano Miguel Ángel Villanueva Silva, en las calles de la zona.
El 19 de septiembre, la mujer observó en el patio de su vivienda a Matías Agustín Ozorio, alias “Nero”, y a “Paco” cavando un pozo. “Vi la tierra removida y a Matías en cuero con una pala en la mano”, declaró. Minutos después, llegó la camioneta Chevrolet Tracker blanca manejada por un hombre de tez clara y canoso, acompañado por “Pequeño J” y Víctor Sotacuro Lázaro (“Duro”), tío del cabecilla.
De ese vehículo descendieron Brenda, Morena y Lara, sonrientes, convencidas de que asistían a una fiesta.
Los minutos del horror y la ejecución por dinero
Según el relato, cuando Celeste salió a vender droga, dentro de la casa ya estaban tres hombres peruanos con guantes de látex: David Gustavo Morales Huamaní (“El Loco David”), Manuel David Valverde Rodríguez, y un tercero no identificado.
Al regresar, la mujer encontró a su pareja Villanueva Silva con la mano ensangrentada. “Me dijo que una de las chicas quiso escapar y que la mató con un destornillador y un vidrio. Como seguía viva, fue al fondo, tomó un fierro y se lo aplastó en la cara”, detalló sin inmutarse.
La vivienda estaba cubierta de barro y olor a lavandina. “Miguel me dijo que iban a comprar guantes, agua oxigenada y lavandina”, relató. Luego salieron a una estación de servicio donde adquirieron dos bidones de 10 litros de nafta.
De acuerdo con su testimonio, los cuerpos fueron cargados en la Chevrolet Tracker junto a colchones y sábanas, y trasladados hasta un descampado donde fueron incinerados.
González Guerrero aseguró que el crimen fue por encargo, vinculado al robo de 30 kilos de cocaína a Sotacuro. Según le contaron, “Pequeño J” recibió un millón de dólares por concretar la venganza.
La orden más macabra: hamburguesas para los asesinos
La confesión incluye uno de los detalles más perversos del caso. Tras la matanza, “Pequeño J” le ordenó a González Guerrero que pidiera hamburguesas por delivery desde su celular para los presentes en la casa.
La mujer relató que lo hizo de inmediato y que, minutos después, Matías Ozorio fue quien recibió el pedido en la puerta. Mientras tanto, dentro de la vivienda, Villanueva Silva y el resto de los asesinos limpiaban la escena del crimen con los productos de limpieza y los guantes comprados.
“Cuando llegué con las hamburguesas, no vi sangre, nada. Ya lo habían limpiado todo. Solo estaban Matías y Miguel. Matías pidió un remis y se fue con las hamburguesas”, contó Celeste.
Los asesinatos en vivo y la conexión internacional
Durante su declaración, la mujer confirmó que los asesinatos fueron transmitidos por videollamada a dos cómplices identificados como “Papa” y “Lima”, este último un ciudadano peruano de nombre Abel, de entre 33 y 34 años. “Lima me contó por WhatsApp que vio en vivo cuando mataban a una de las chicas”, aseguró.
El orden de los crímenes fue detallado por su pareja: primero Brenda, luego Morena y finalmente Lara, la menor del grupo.
La casa del horror y los vínculos sindicales
Celeste Magalí González Guerrero era inquilina de la vivienda donde se cometieron los femicidios, propiedad de Silvia Almazán, secretaria adjunta de SUTEBA y figura de confianza del dirigente gremial Roberto Baradel.
Almazán, considerada su “mano derecha” en el sindicato docente, es la verdadera dueña del inmueble, ubicado en el barrio Villa Vatteone, a pocas cuadras del Hospital El Cruce. La Justicia investiga el contrato de alquiler y las condiciones bajo las cuales se cedió la vivienda a González Guerrero.
Además, se confirmó que la madre adoptiva de Celeste, Fabiana Guerrero, es funcionaria educativa bonaerense y exdirigente de SUTEBA en Florencio Varela, lo que añade un componente político y sindical al entorno de la principal imputada.
Una red criminal bajo fachada narco
El testimonio de la arrepentida permitió confirmar que tanto ella como su pareja operaban dentro de una estructura de narcotráfico controlada por ciudadanos peruanos, con conexiones en la zona sur del conurbano bonaerense.
La casa alquilada a Almazán funcionaba como base de operaciones de venta y almacenamiento de drogas, y fue transformada esa noche en escenario de tortura, asesinato y ocultamiento de pruebas.
El caso, de una brutalidad sin precedentes, sacude al país no solo por la ferocidad de los crímenes, sino por los vínculos sindicales y políticos que emergen detrás de la red criminal.