La Paz, 10 de noviembre de 2025 – Total News Agency-TNA-El flamante presidente boliviano, Rodrigo Paz Pereira, asume el poder en un momento crítico para la democracia y la institucionalidad del país andino. Su principal desafío no es únicamente gobernar, sino decidir si desmonta el entramado que él mismo y diversos analistas identifican como un auténtico sistema criminal, articulado entre grupos delictivos, redes estatales y regímenes como los de Cuba, Venezuela e incluso Irán, o si opta por restituir los fundamentos de una república democrática.
En las elecciones generales de 2025, Bolivia vivió dos hitos de gran envergadura: la renovación total de su parlamento y la salida del poder del Movimiento al Socialismo (MAS) tras más de dos décadas de hegemonía. Paz, considerado hasta hace poco como un candidato rezagado en las encuestas, obtuvo primero la mayoría en la primera ronda y luego triunfó en la segunda vuelta con aproximadamente el 54 % de los votos.
La victoria electoral del candidato centrista marca un giro radical en el modelo político boliviano: por primera vez se consuma un traspaso de mando mediante balotaje, y la era del MAS como partido dominante parece haber llegado a su fin.
La economía sumida en crisis —crédito escaso, inflación elevada, escasez de combustible y vaciamiento del estado— fue la principal motivación que sacó a los ciudadanos de la letanía del “voto útil” o “menos malo” que dominó las elecciones anteriores. En ese contexto, surgió la narrativa de que Bolivia se había convertido en un narcoestado donde la droga, la corrupción y la injerencia extranjera tejían un sistema paralelo al Estado. Desde esta óptica, Paz llega con una triple expectativa: combatir al narcotráfico, romper con la dependencia ideológica y financiera del eje Cuba-Venezuela-Irán, e impulsar una economía abierta al mercado global.
Según el analista Carlos Sánchez Berzaín, la crisis boliviana se explica por la destrucción institucional a partir del estado plurinacional, el vaciamiento de recursos estatales, la falta de dólares y la entrega de los recursos naturales. Señala que Bolivia debe abandonar el narcoestado y recuperar la república para volver a hablar de política económica basada en la inversión, la transparencia y el respeto a la propiedad privada.
El nuevo presidente arranca con cartas potentes: anunció que en su investidura no estarán invitados los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, colocando simbólicamente los primeros márgenes de ruptura con el eje ideológico que durante años marcó la política exterior del país. Con ello, convoca al sector privado, promueve la inversión y busca reactivar la economía bajo la premisa del “capitalismo para todos”.
No obstante, la tarea es monumental. Paz hereda un Estado debilitado, sin mayoría parlamentaria clara, en un país donde la fragmentación política y la ausencia de partidos con doctrina fuerte constituyen obstáculos para la gobernabilidad. En ese escenario, la reconstrucción del sistema de partidos emerge como un eje clave: partidos fuertes significan educación política, oferta pública de políticas coherentes y representación ante el poder.
El mandatario enfrenta una disyuntiva existencial: ¿será el líder que libera a Bolivia del sistema criminal construido bajo el manto del MAS y sus aliados, o se convertirá en un nuevo jefe dentro del aparato que quiere derrocar? La respuesta dependerá no solo de su voluntad o liderazgo, sino del acompañamiento ciudadano y de la capacidad de reconstrucción institucional. Si Bolivia opta por un nuevo capítulo, será por la acción de Paz y por la presión de una ciudadanía que exige más que discursos.
En suma, Bolivia abre una nueva página. Pero no bastan las promesas: lo que está en juego es la restauración de la república y el fin de un sistema que, según los críticos, mutó en un narcoestado.

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