BUENOS AIRES, 6 de diciembre de 2025 – Total News Agency-TNA-La llegada de los primeros F-16 a la Argentina reactivó el interés por comprender la relevancia histórica y operativa de uno de los cazas más emblemáticos de las últimas cinco décadas. Detrás de las aeronaves que este viernes aterrizaron en el país, tripuladas por pilotos daneses tras un extenso periplo intercontinental, hay una evolución tecnológica que redefinió el combate aéreo moderno y moldeó la doctrina de numerosas fuerzas aéreas en todo el mundo. El F-16 no es simplemente un avión nuevo para la Fuerza Aérea Argentina: representa la entrada a un estándar operativo global que marcó un antes y un después en la historia militar contemporánea.

El origen de este caza se remonta a principios de los años setenta, cuando la Fuerza Aérea de Estados Unidos concluyó que sus aviones no respondían adecuadamente a las exigencias del combate cercano. La Guerra de Vietnam demostró que la maniobrabilidad era un factor decisivo y que la dependencia casi exclusiva de misiles de largo alcance dejaba espacios vulnerables en un enfrentamiento real. A partir de esa conclusión, el coronel John Boyd y el matemático Thomas Christie desarrollaron la teoría de Energía-Maniobrabilidad, base conceptual para diseñar un avión más liviano, más ágil y más eficiente. Sobre esos principios, General Dynamics avanzó con el prototipo YF-16, bajo la supervisión del ingeniero Harry Hillaker.

La primera prueba aérea del prototipo fue, en rigor, un accidente controlado. El 20 de enero de 1974, durante un ensayo de rodaje, el piloto Phil Oestricher debió despegar de manera imprevista para evitar que el fuselaje rozara la pista. Ese vuelo involuntario, de apenas seis minutos, anticipó el potencial de maniobra del modelo. El F-16 entró oficialmente en servicio pocos años después y, desde entonces, se fabricaron más de 4500 unidades, cifra que lo ubica como uno de los cazas más utilizados del planeta.

Su bautismo de fuego llegó en Medio Oriente. El 28 de abril de 1981, un F-16 israelí derribó un helicóptero Mi-8 sirio en la Batalla del Valle de Bekaa, inaugurando una larga lista de intervenciones operativas. Poco después participó en la Operación Ópera, cuando Israel atacó un reactor nuclear iraquí. Su eficiencia en combate se consolidó un año más tarde, en 1982, con la primera victoria contra otro caza: un MiG-21 derribado en el marco de la Operación Mole Cricket 19. Desde entonces, su presencia en conflictos internacionales se multiplicó, incluyendo su despliegue masivo en la Guerra del Golfo, donde protagonizó más misiones que cualquier otra aeronave de la coalición liderada por Estados Unidos.

En paralelo, el F-16 también dejó su marca en América Latina. Venezuela fue el primer país de la región en adquirirlo, en 1983, y el primero en utilizarlo en combate durante los alzamientos militares de 1992. En aquel episodio, cazas leales al gobierno derribaron aeronaves insurgentes, consolidando un hito regional en el uso de aviones de cuarta generación.
La historia operativa del F-16 incluye también sus propios reveses. El primer derribo registrado de un “Fighting Falcon” ocurrió en 1987, cuando fuerzas afganas abatieron un F-16 pakistaní en medio de operaciones relacionadas con la guerra civil afgana. Estos antecedentes contribuyeron a moldear la percepción internacional del modelo: un avión extraordinariamente versátil, pero siempre dependiente del entorno político, logístico y doctrinario en el que opera.
La Argentina, al recibir los primeros seis F-16 provenientes de Dinamarca, se integra ahora a ese universo tecnológico y operativo. Las aeronaves que aterrizaron en el país tienen antecedentes de despliegue real en misiones de la OTAN en los Balcanes, Afganistán, Libia e Irak. Los pilotos daneses que participaron del traslado acumulan miles de horas de vuelo y forman parte de un proceso de transición que incluirá capacitación progresiva para aviadores argentinos. Entre ellos destaca Troels “Teo” Vang, reconocido internacionalmente por su pericia y premiado este año en el Royal International Air Tattoo.
El ingreso de estos cazas supone un salto cualitativo para la Fuerza Aérea Argentina, que no incorporaba material aéreo de combate de cuarta generación desde hace décadas. Su utilización efectiva dependerá, de ahora en adelante, del cumplimiento riguroso de planes de mantenimiento, provisión de repuestos, instrucción operativa y actualización tecnológica, pilares indispensables para sostener la capacidad de defensa aérea del país en el mediano y largo plazo.

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