Los bonistas dijeron lo que políticos, medios y economistas en su mayoría callan: “Las medidas políticas empeoraron drásticamente la crisis”. Guzmán solo en el puente de mando.Por Sergio Crivelli
Después de una corrida cambiaria inusualmente prolongada por falta de reacción presidencial, el ministro Martín Guzmán asumió un protagonismo definitivo. Se hizco cargo de la responsabilidad de frenar la escalada del dólar, tarea para la que pidió prórroga como había hecho con los vencimientos de la deuda. El protagonismo es definitivo porque si no para la corrida lo más probable es que tenga dejar su lugar a quien pueda hacerlo.
En realidad más que tiempo o el monopolio de las decisiones lo que necesita Guzmán son dólares, algo que el mercado le niega por razones en su mayor parte políticas. Enfrenta un doble problema: no se le ocurre una sola idea que funcione y además está rodeado de políticos para nada confiables.
Es llamativo en ese sentido que el ministro haya sido elegido (y elogiado) por su antecedentes académicos en la Universidad de Columbia y su alineamiento intelectual con el premio Nobel Joseph Stiglitz, pero que ante el apuro por frenar el dólar haya terminado recurriendo a la Gendarmería armas en mano en espectacular persecución del “blue” por las cuevas porteñas, como un Guillermo Moreno cualquiera. Decisiones de ese tipo no sólo denotan falta de recursos teóricos, sino también desalientan al más optimista al aumentar las dudas sobre el costo que tendrá su pasantía para la economía nacional.
Pero para no cargar las tintas sobre el ministro conviene aclarar que las pifias del equipo económico no pueden ser considerados al margen de un contexto político e institucional adverso, por no decir caótico, en el que se combinan una mala praxis sanitaria con devastadores efectos sobre el PBI, el doble comando, la incertidumbre jurídica, la toma de tierras por grupos violentos ante la pasividad funcionarios sospechados de connivencia, la creciente inseguridad pública y hasta actos salvajes de justicia por mano propia.
A lo que hay que añadir el episodio tragicómico de un presunto “mapuche” que puso en fuga a pedradas a una gobernadora democráticamente electa y a su custodia en Río Negro. El hecho pintó una situación de desgobierno desoladora. Ni siquiera la muda aceptación con que medios, empresarios, sindicalistas, piqueteros, la Iglesia y el resto de los factores de poder miran para otro lado ante semejantes desastres consigue minimizar la gravedad del momento.
Como Guzmán no puede invocar el caos, se excusó echándole la culpa de la corrida a la “grieta” y opinando que “la estabilidad es una tarea colectiva”. Como excusas no están mal; lo problemático sería que él las crea. También que el “blue” es un delito y no un importante disparador inflacionario.
Los bonistas no comparten sus opiniones por lo que difundieron un comunicado en el que pusieron el dedo en la llaga. Opinaron que “en lugar de permitir que los precios alcancen el equilibrio y estimulen la actividad económica deseada, el Banco Central ha reforzado una política cambiaria que promueve las importaciones, desalienta las exportaciones y ha agotado las reservas a un nivel peligroso”. Y pronosticaron que “la brecha resultante de más del 100% entre el tipo de cambio oficial y el paralelo garantiza virtualmente que las reservas no se puedan reconstruir, un caso clásico de dinero poco sólido que expulsa dinero sólido”. Traducido: esto es producto de pisar el dólar para frenar la inflación. Ya se hizo y no funcionó.
No lo escribieron en el comunicado, pero está en lo que podría llamarse el “subtexto”, que el origen del problema reside en que la administración Fernández emitió 1,5 billones de pesos que no tiene cómo recuperar sino es a fuerza de dólares. Es superfluo que Guzmán diga una y otra vez que no va a devaluar y piense en emitir deuda al mejor estilo Macri para secar la plaza. Los pesos andan sueltos a la caza de dólares. Fueron emitidos para pagar los sueldos que debían pagar los empresarios y planes para los sectores carecientes. En ambos casos se trató de la consecuencia de un encierro colectivo que el gobierno tampoco sabe cómo desarmar. Eso quedó más que claro el viernes.
Sin embargo, los bonistas indignados no criticaron todo. Justificaron el economicidio de 2020 agravado por la cuarentena. Lo que rechazaron fue su continuidad en 2021. Opinaron que un déficit del 6% financiado principalmente con emisión será “dañino para la confianza externa e interna”. Remataron la pieza con una sentencia poco grata al oficialismo: “ya no es plausible que el gobierno de Argentina culpe de sus problemas el legado económico que recibió”. El gobierno intentó descalificar a estos críticos inesperados alegando que son minoritarios, pero son algo peor: son financistas que confiaron en el presidente y le reprogramaron la deuda. Si Guzmán piensa emitir nueva, que vaya buscando otros.
Fuente La Prensa