Basta escuchar el spot de la provincia de Buenos Aires promocionando sus puntos turísticos y los cuidados en este verano –una reversión del pegadizo “Asereje”-, para que la letra quede en una repetición mental al infinito: “A, B, C, D, ya sabés, mantené la distancia, usá barbijo, no compartas el mate, ponete alcohol en gel, A, B, C, D”. Mientras tanto en las playas hay altas concentraciones de personas a veces disuadidas por la policía, en las calles aumentan los desbarbijados y los contagios diarios escalan. Es verano y la sensación térmica se mezcla con el ansia de recuperar el tiempo perdido: hay que salir ahora, antes de que vuelvan a cerrarlo todo, es una especie de hilo rojo que une a muchos.
El 3 de enero el actor Juan Gil Navarro contó en su cuenta de Instagram que el 22 de diciembre le detectaron COVID-19: “En vistas a lo que ocurre y es de dominio público con esta creciente segunda ola, quería pedir por favor que se cuiden mucho. Cuidarse no significa dejar de existir, significa hacer lo que uno tiene que hacer tomando todas las precauciones del caso y usando el sentido común”. Cuidarse no significa dejar de existir es un mensaje rotundo. Bienvenidos a la pulseada entre la desesperación de no perderse de nada más y la inteligencia de sacarle el jugo al calendario con encuentros colectivos y actividades simples pero revitalizantes.
Lo que sí se puede. Maitén Seillant, médica especialista en pediatría, explica algo clave: el proceso de vacunación es largo y para que un virus dejé de contagiar masivamente, la población debe estar inoculada en un 80 por ciento. “El contagio se produce por partículas eliminadas al respirar de persona a persona por cercanía menor a dos metros. Por eso necesitamos recordar las tres medidas indispensables: tapabocas, lavado de manos y distancia”. La médica cuenta que, luego del verano europeo, existen publicaciones que indican que el coronavirus se contagia poco en piletas adecuadamente cloradas y que puedan implementar protocolos con mantenimiento de distancia. Por otra parte, no habría riesgo dentro del mar, por su poder de dilución y porque la sal inactiva al virus. Tampoco en ríos con correntadas. Aunque se vio que en aguas más quietas, como ríos sin corrientes o lagos, el virus aumenta su concentración/contagiosidad. “Proponemos encuentros y actividades al aire libre, de no más de diez personas, y con quienes podamos tener la confianza de decir ‘acomodate el tapabocas’, si es necesario. Respecto a los niños, tienen bajo poder de contagiosidad y de morbilidad (capacidad de enfermar gravemente). Como pediatra, motivo el encuentro al aire libre y con cuidados, porque hay que empezar a sanar las emociones y prevenir males mayores, ya que se vieron repercusiones en la salud mental de niños y adolescentes en un 75 por ciento”, afirma.
El doctor Miguel Sangiovanni, coordinador de la clínica DIM Cardiovascular, describe al año pasado como “un emblema del estrés permanente, que obligó a incorporar hábitos que van en contra de lo que siempre fue vivir en comunidad”. Por eso resalta la importancia de planificar actividades en espacios descubiertos independientemente de que se programe o no un viaje. Establecer más contacto con la naturaleza; realizar actividad física, ejercicios de meditación, yoga, lectura, dosificar el consumo de noticias para estar informado pero no “saturado” y establecer encuentros. “La expectativa acerca de ‘cuándo se va a terminar esto’ y ‘las complicaciones para salir de vacaciones’; genera emociones encontradas que pasan por un amplio abanico de sensaciones que van desde la obsesión del miedo al contagio hasta la rebeldía del ‘a mí nada me va a pasar’. Aquí juega un rol central el nivel de resiliencia de cada quien, o sea, la capacidad de transformar una situación negativa en un aprendizaje de crecimiento y madurez. La muerte nos golpeó de cerca y quizás eso nos pueda llevar a valorar más cada momento, no vivir tan pendientes del reloj y de la tecnología y estar más conectados con nuestros oídos y gestos para ser más humanos y menos robóticos, aprender a gozar y valorar lo que tenemos y somos, así como a reconocer en el otro y en el contexto lo bueno y aceptar lo que no lo es tanto sin malgastar energía en pretender que sea como queremos”.
Alta exposición. El psiquiatra y sexólogo Walter Ghedin retrata a los meses de reclusión como un laboratorio para detectar los puntos de eclosión de los problemas. Estar juntos 24 horas, los 7 días de la semana dejó sin espacios individuales a los convivientes. Por eso, a diferencia de las vacaciones tradicionales en las que se proyectaba “pasar más tiempo en familia”, este año intentar momentos a solas es una buena estrategia. “Para aquellas personas que han tenido que convivir sin espacio para lo propio, recuperar el ‘estar con uno mismo’ es tan saludable como estar compartiendo con otros. También es un tiempo para generar encuentros que ayuden a recuperar la intimidad de la pareja”, afirma Ghedin.
Carl Honoré, periodista y escritor, es un experto en repensar el concepto del tiempo y un referente del movimiento slow a partir de su “Elogio de la lentitud” (2004). Vive en Londres y habla con NOTICIAS desde el invierno europeo y con la experiencia de haber transitado ya un verano pandémico: “Les aconsejo tratar de no caer en la trampa de que se les vaya la mano”. Recuerda que cuando en aquella parte del mundo se liberaron las restricciones, la gente pisó el acelerador a fondo. “Las raíces de la segunda ola se encuentran en el verano y es difícil evitarlo porque el ser humano no es un robot que podés programar. Entonces les diría que tengan cuidado, van a sentir una sensación de libertad arrasadora y tienen que evitar caer en lo mismo que nosotros”. Pero por otro lado, Honoré relata que con el calor, muchas de las actividades sencillas que se habían estado haciendo puertas adentro –como leer, hacer música y actividad física- se trasladaron a los parques. “Hay que aprovechar el aire libre para contar o leer historias, hacer música, disfrutar de un momento con amigos o familiares, o caminar solos o con otros. Son actos colectivos que nos humanizan y que hay que recuperar porque el ser humano es social”, dice.
Menos es más. Para la psicóloga Graciela Moreschi, es importante actuar desde tres líneas rectoras: valorar lo perecedero (algo que se puso en foco a partir de las pérdidas y de la incertidumbre), optar por menos opciones pero con más entrega y hacer un balance de los propios cambios. “Aprovechar al máximo no es excitarse y hacer todo sino hacer profundamente algo. En este momento que estamos interbrote una de las mejores opciones es hacer profundamente las cosas que se nos ofrecen: estar al aire libre, disfrutar realmente de la naturaleza, compartir tiempo con nuestros afectos, protegidos y en lugares abiertos”, dice y pone el ejemplo de que tras tanto aislamiento, el encuentro con los otros debe ser verdaderamente presente y menos interrumpido por la tecnología. “El barbijo no impide mirar a los ojos y generar clima. Porque aunque a veces pensamos que la distancia nos aleja, lo que realmente nos aleja es no mirarnos a los ojos”, afirma. La psicóloga también recomienda pensar quiénes éramos en enero de 2020 y quiénes somos ahora. “No es esperar a volver a ser los mismos, porque eso no se puede, sino que lo fundamental es que este cambio nos haya servido para aprender a jerarquizar”, explica.
Walter Ghedin concluye que si 2020 fue un año de muchas pérdidas –de vidas, trabajo, sociabilidad, aprendizaje escolar y académico, tolerancia vincular, contactos íntimos- también implicó una gran labor de ajuste a lo nuevo que supone un arreglo profundo del mundo interno modificando la forma de percibir, emocionarse y comportarse. “En épocas pandémicas, hay que adaptarse a una nueva situación que no brinda tanto placer como antes. Por eso, bajar las expectativas será la regla más oportuna”, dice.
Entonces con más conciencia del valor de la vida, del encuentro y del momento presente, el verano está ahí para reponer energías y bajar la ansiedad. Porque cuidarse no es dejar de existir.