Por Rebeca Yanke
Es casi un clásico jubilarse y querer narrar todo lo vivido. Lo que no es tan habitual es que el relato se convierta en libro, el libro en éxito y que la historia esconda, o más bien desvele, la increíble vida del que no sólo por su nombre se conoce ya como el James Bond gaditano. El 007 patrio tiene 79 años, descansa cerca del mar junto a su numerosísima familia y es un privilegio escucharle hablar: tiene todos los secretos y todas las anécdotas sobre lo que se conocía como CESID y ahora es el Centro Nacional de Inteligencia (CNI).
Rocha no tenía aún 40 años cuando el servicio de inteligencia de España le tienta. Él no duda y entra. Marino de profesión, empieza a trabajar como espía en una época clave de la historia de España, exactamente en 1979. “Hasta el 83 anduve con cosas de GRAPO y KGB, Emilio Alonso Manglano ya era el director del servicio, durante tres años estuve en su gabinete, ocupándome de asuntos de la CIA y el Mossad, después de las redes clandestinas del Magreb. Y en ese momento llegó lo de Gadafi”.
Hemos viajado a abril de 1986 y la Operación El Dorado Canyon está en marcha. Tras una oleada de atentados contra intereses occidentales respaldados por Muammar al-Gadafi, el dictador libio que gobernó su país durante 42 años, Ronald Reagan aprueba la operación: quieren acabar con el régimen. Diez días antes, una bomba había explotado en una discoteca de Berlín donde solían acudir estadounidenses y su autoría se atribuía a Libia.
Ningún país de la OTAN apoyó militarmente esta operación y, ante la precariedad de medios, la CIA solicitó ayuda a España. Dentro del más absoluto secreto, el CESID traslada a un agente español a Libia para localizar a Gadafi, y terminaría convirtiéndose en la única fuente de información sobre el terreno.
Rocha en la Plaza Letna de Praga, durante la Revolución de Terciopelo de 1989FOTO: ARCHIVO FAMILIAR
Aquel hombre fue nuestro protagonista, el James Bond que descansa en Cádiz ahora, tras décadas de vivir en tránsito, con distintas identidades y utilizando su profesión de marino para esconder a su familia sus reales actividades. Viajes y viajes en los que, ahora Rocha lo sabe, dejó a su mujer, Carmen, al cargo de tantísimas cosas. Cinco hijas por lo pronto.
Las mismas que, sumadas a 14 nietos, cuando se enteraron de que papá escribía sobre su vida, insistieron tanto en “el libro, el libro”, que Rocha acabó dejando que lo leyeran antes siquiera de que él intentara publicarlo. Así se enteraron de que el abuelo había sido espía. Operación El Dorado Canyon se ha publicado en la editorial Libros CC pero el asunto no acaba ahí. Durante el confinamiento ha escrito una segunda entrega sobre otra de sus peripecias y ya ha comenzado una tercera. En efecto, lo admite: “Quiero hacer una trilogía”.
“En la época de El Dorado me ocupaba de las redes clandestinas del Magreb, desde Mauritania hasta Libia, y viajaba mucho a esos países, con apariencias distintas. No era como ahora, no teníamos la tecnología, había que ir a los sitios a recoger la información, todo era rudimentario, más artesanal, la documentación se recogía en el lugar donde se originaba, los pagos eran en efectivo, en la moneda del país, todo eso ya no se hace así… Y desde luego, no era como en las películas de Bond, no había ni señoras estupendas ni coches increíbles”.
En la base de Rota, en 1979, año en que el CESID le tienta.FOTO: ARCHIVO FAMILIAR
A Rocha no se le había ocurrido nunca publicar ni una novela ni sus memorias, aunque ahora sabe que se ha convertido en uno de los artífices -son pocos- de que el género literario de espías tome presencia en España. “Hay una literatura muy buena de espías en Inglaterra y Estados Unidos pero aquí no ha habido esa costumbre de narrarlo en los que hemos trabajado como espías. Por cierto, entregué mi segunda novela el 12 de diciembre pasado, luego me enteré de que acababa de fallecer John Le Carré“.
La pregunta obligada es si, como imaginamos, hay en la casa de Cádiz de Rocha una biblioteca dedicada al género de espías. “Me encanta, las tengo todas, ves, lo que hacía Forsyth o Le Carré, antiguos agentes que escriben. El género está naciendo en España, no sólo por mis novelas, ¿has leído El alma de los espías? Se acaba de publicar hace unos meses y, aunque con seudónimo, lo escribe otro antiguo agente del CNI”.
No podemos destripar las dos próximas novelas de Rocha, pero sí contar lo que el agente hizo en otras épocas en el CESID. Fue “un diplomático capaz de saltar sobre su propia sombra” en la Checoslovaquia comunista. Así lo describió el periodista de La VanguardiaRicard Estarriol, por aquel entonces corresponsal en la zona y con el que Rocha trabó amistad. Nuestro James Bond trabajaba en la embajada española, se ocupaba de prensa, cultura y educación. “Desarrollaba mi trabajo como uno más, de mi otra labor sólo fueron conocedores los dos embajadores que hubo en esa época, Vicenta Mallorquín y Roberto Bermúdez“.
Dice Rocha que, por aquel entonces (1989) “Praga era un nido de espías y de periodistas que se respetaban mutuamente y colaboraban entre ellos”. Asumió con naturalidad, según cuenta ahora, su peligrosa actividad. “Cambiaba de nombre con muchísima frecuencia, después de cada viaje me preguntaban: ¿ahora cómo te llamas? Y salía de ahí con dni y pasaporte nuevo, hasta que terminaba la operación, los entregaba y me daban otros con otro nombre; yo usaba siempre las iniciales J y R”. Las suyas.
Al principio, Rocha quiso escribir “una cosa íntima”. “Algo para los míos”, detalla, “por explicarles un poco dónde iba, el porqué de mis ausencias”. Pero cometió el “gravísimo error de contarlo a la familia”. El soniquete “papá, papá, el libro” hizo que cambiara de idea y comenzara a escribir más rápido. Hasta reconoce que le quedó un final un tanto abrupto; quería terminarla cuanto antes. Todas las novelas han sido leídas previamente en La Casa, como suele llamarse al CNI. Nadie le pidió que cambiara nada.
El James Bond gaditano, en la actualidad.FOTO: ARCHIVO FAMILIAR
“Lo envié antes de mandarlo a la editorial porque aunque no tenía la obligación me pareció un detalle, y que incluso vieran que si algo no era publicable y me lo dijeran, pero no me pusieron ninguna corrección. La nueva novela también la he enviado, narro los años en Checoslovaquia que coincidieron con la caída del muro de Berlín”, relata.
Hasta que volvió de allí en 1994, dirigió una de las unidades más grandes de La Casa en aquella zona, donde dice que acudió “con cobertura”. Se refiere a la intrahistoria de un espía entrando en país extranjero. “Si había relación entre los servicios de inteligencia de ambos países tenías cobertura. La única vez que no la tuve fue en Marruecos, venía de Libia sin pasar por España y lo vieron en mi pasaporte y estuve horas respondiendo preguntas en una gendarmería. Normalmente iba siempre solo a todos los sitios, máximo un compañero o compañera”.
Dice que en aquel nido de espías que era Praga fueron bastantes los periodistas que le preguntaron directamente si pertenecía al CESID. Negó siempre, incluso entre copas, y supo siempre salir por peteneras o con gracia gaditana. Cuesta poco imaginarlo. El hombre con bigote, el hombre de las gafas oscuras, el del abrigo marrón, el que decía en su casa que, por cosas del trabajo, se iba “a Hawai, a Canadá o a San Diego”, el que dice que por él no tenía nunca miedo pero tuvo siempre el tormento de que alguien pudiera tomar represalias con su familia. Esa familia a la que ahora sus libros honran.
Desde Los Ángeles, la empresa audiovisual FOX ha pedido la novela y en verdad “se ven mimbres de película”, con un uso virtuoso del flashback, vertiginosa acción y una historia de España y del mundo que se va desvelando. Rocha admite sentirse “inspirado” y resuelto a escribir la trilogía. ¿Y Gadafi cómo era? “Un sieso… tenía muy poco sentido del humor. Le saludé siempre con el respeto con que se saluda a un jefe de Estado. El que era increíble era Vaclav Havel, una extraordinaria persona antes y después de ser presidente. Cuando le dejaban salir de la cárcel siempre hablábamos”.
Fuente El Mundo