Malas noticias para la política antiinflacionaria: el aumento de la carne de los últimos meses le seguirá ganando al promedio de los precios de la economía. Quizás, contrariando la suba del último trimestre del año pasado, encontrará en este una quietud que contrasta con el IPC, lanzado a 60% anual desde diciembre pasado.
Habitualmente, el precio de la carne sigue algunos parámetros sobre los que va ajustando en el mediano plazo, no instantáneamente: la cotización del dólar (el oficial en principio y el mix con el “financiero” cuando la brecha se hace permeable), la inflación (por el poder de compra para el consumo interno y el precio de los insumos) y el propio ciclo ganadero, en que influye la tasa de interés y las restricciones a la exportación. Argentina, a diferencia de los demás países de la región, también en la actividad frigorífica tiene retenciones.
David Miazzo, economista jefe de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (FADA), subraya que el salto del precio de la carne tiene tres explicaciones concurrentes. “En primer lugar el precio de la carne al consumidor estuvo retrasado en los dos últimos años y se vino recuperando, sin llegar a los valores de principios de 2016 pero aún tiene un camino por recorrer”, comenta. Además, las variaciones en el precio de la carne se dan por saltos en lugar de suaves tendencias y en noviembre-diciembre fue lo que se observó. Por último, diciembre es habitualmente un mes de mayor demanda que se compensa con la quietud de enero y febrero.
También hay una explicación que hace referencia a una tendencia que se dio durante todo el año pasado: fueron subiendo más las vaquillonas y los terneros, o sea el ganado para invernada, por lo que el terminado tuvo su recuperación para fin de año.
El año 2020 casi se rompió el récord histórico de exportaciones de carne argentina: 960 mil toneladas, algo menos que las 981 mil de 1924, cuando la industria frigorífica era el filón del comercio exterior. Tradicionalmente se exportaba entre 20% y 15% de toda la producción, pero mediante el cierre de los registros y otras medidas restrictivas, para 2015 esa cifra llegó al 4%. Un verdadero colapso. En la actualidad se calcula que 30% de toda la producción se destina a satisfacer los mostradores de las carnicerías de la Unión Europea, Brasil, China y los Estados Unidos, principalmente, que compran cortes “de lujo” que se diferencian de los más demandados para el consumo interno. Uruguay, por ejemplo, por su baja población, tiene proporciones inversas y eso también impacta en el tipo de cortes que “queda” liberado al consumo interno.
Así, en la “mesa de los argentinos” demanda cortes con hueso (que no se exportan por cuestiones sanitarias y gustos) manda el asado, el vacío y otros cortes populares que, paradójicamente son más abundantes en su oferta cuando crece la exportación. “Por la fuerte incidencia del mercado interno, cuando aumenta la exportación se liberan los cortes que no tienen salida en el exterior, no por calidad sino por gusto y costumbre del consumidor”, explica el productor Luis A. Bameule.
En este contexto, los acuerdos de precios son un parche tapando lo inevitable: sirven para bajar un cambio, abastecer de productos a precios más baratos con calidad a discutir sólo por un tiempo. La inflación, la devaluación del peso (este año, un 4% mensual) y el encarecimiento de los insumos en la cadena productiva lo irán dejando a un costado si no se ataca de frente el problema y se incentiva una oferta mayor para un mercado que hoy se lleva todo a mejores precios (US$ 8.000 la tonelada para los cortes de lujo y entre US$ 4.000 y US$ 5.000 para los más económicos). En un año electoral, con control de muchos precios y un tipo de cambio múltiple, cualquier salto tendrá la mirada atenta del Gobierno que, sin embargo, en la ronda de conversaciones oficia de buen componedor, pero no pone de su parte el largo reclamo del sector: bajar la carga impositiva, liberar las exportaciones y desburocratizar la industria para generar un rápido incremento de la oferta.