Por Eduardo Van Der Koy
Estaría en el peor momento desde que comenzó su gobierno. La economía, sobre todo el índice de precios, juega un papel crucial. Declina la expectativa popular sobre las promesas de llegadas masivas de vacunas y un plan rápido y eficaz para inmunizar a la población.
Alberto Fernández comienza a transitar dos caminos que podrán definir su destino electoral. Quizá, también, la suerte política de Cristina Fernández. La primera vía tiene que ver con la economía. La inflación asoma como un mojón determinante. La otra, con el éxito que alcance la campaña de vacunación para amortiguar los efectos del coronavirus.
El Presidente tiene conciencia de ambos desafíos. Promueve un pacto entre sindicalistas y empresarios sobre precios y salarios. Receta trillada. Negocia desde la debilidad objetiva del país -y los errores de gestión- el aprovisionamiento de vacunas. Vale detenerse en el problema inflacionario para comprender su dimensión política. Un trabajo de la consultora ARESCO resulta ilustrativo. Exhibe cómo la figura de Mauricio Macri declinó desde mediados del 2019 al compás del alza de precios. Del mismo modo, señala de qué modo la cuarentena, que restringió actividad y consumo, se combinó con el buen inicio de la administración de la pandemia para llevar a Alberto a ponderaciones próximas al 80%. Esa curva cae cada mes. Empujada por el alza de precios antes que por la incertidumbre de la pandemia.
El índice de enero no será muy distinto al de diciembre. Rondará el 4%. Martín Guzmán, el ministro de Economía, presentó la ley de Presupuesto con una estimación anual del 29%. Consultoras privadas, con los primeros indicadores, fijan sus pronósticos entre un 40% y 50%. La brecha es gigante. Según se incline para un lado u otro resultaría lacerante para las aspiraciones oficiales. Aquel informe de ARESCO lo refleja. Entre los votantes del Frente de Todos la expectativa económica negativa le gana a la positiva (51% a 41%). Habría allí una erosión del voto propio. El futuro en ese universo, en cambio, sería observado de otro modo: 61% de optimismo contra 33% de pesimismo.
Claro que para definir la hoja de ruta de la economía 2021 habrá que observar cómo el Presidente consigue ordenar la política. Dentro de su Gobierno y en la coalición del FdT, donde sólo la permanencia en el poder mantiene unidos a grupos antagónicos. Una cosa parece indiscutida en el tablero. Nadie prevé un cambio de relación entre Alberto y Cristina, que modifique el liderazgo que ejerce la dama. Significa mucho para avizorar lo que puede venir.
El Presidente mantiene abiertas las puertas con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Autorizó a Guzmán a frenar los programas del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) y la Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP). El ministro adujo que las condiciones por la pandemia ya no son tan restrictivas. Pero según el kirchnerismo, no debe tratarse de una decisión final. “¿Qué va a pasar si llega la segunda ola del Covid?”, interpelan en el Instituto Patria. Aunque no se vuelva a una cuarentena total como en marzo del 2020, las parciales volverán a golpear a los trabajadores.
Nadie asegura en el oficialismo que el receso estival haya inducido a la vicepresidenta a revisar algunos de sus planes. Por el contrario, supone que en el mundo dislocado que se vislumbra con la pandemia nunca habría que renunciar a los marcos regulatorios con la fiscalización del Estado. Esas cosas están ocurriendo en el devenir de una economía que no define un rumbo.
El Gobierno apuesta a un rebote (que llamará crecimiento) para este año. Para que se produzca, al menos en el sector de la industria, debe insuflar dólares. Para la importación de insumos. Los dólares son siempre un bien escasísimo. Por eso se vuelve a colocar en la mira las retenciones al campo. Así comienzan las decisiones discrecionales. La semana pasada se autorizó la importación de autopartes para la industria automotriz. Las empresas beneficiadas serán solamente las que exportan. Hay quienes sugieren al ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, reponer un mecanismo extravagante que en su momento estableció Guillermo Moreno: cada importación de una empresa debería ser compensada con una exportación. Para equilibrar el flujo de dólares. Autopartes a cambio -sólo por ejemplificar- de la venta de un lote de frascos de mermelada.
Cristina continúa atenta a algunas de las medidas que delineó en el acto de fin de año en La Plata. Entre ellas, especialmente, el DNU que declaró servicios públicos a las telecomunicaciones. La vicepresidenta estaba tranquila luego de que el juez federal Walter Lara Correa rechazara dictar una medida cautelar presentada por Telecom. Bramó cuando Ricardo Bustos Fierro, juez de Córdoba, hizo lugar al amparo presentado por una prestadora de esa provincia. La consulta con Alberto la sosegó. Le explicó que no tenía alcance nacional. Que el magistrado –como corresponde para alguien que falla en contra- era “antikirchnerista”.
Cristina tiene a otro sector entre ceja y ceja: el de la salud. Fue una novedad que introdujo en su oratoria de La Plata. Crece en su interés en esta aciaga época de la pandemia. La semana pasada mantuvo una reunión reservada con el viceministro de Salud de Buenos Aires, Nicolás Kreplak. El encuentro deparó una sorpresa: se realizó en su departamento de Recoleta, de Juncal y Uruguay, al que se había dado por vendido. La vicepresidenta no vive allí ahora. Lo utiliza como oficina adicional, a las que posee en el Senado y en el Instituto Patria.
Kreplak, con barbijo y camisa celeste, le entregó un sobre donde estaba el informe de la revista científica The Lancet, que convalidó la eficacia y seguridad de la vacuna Sputnik V. Luego de leerlo disparó su tuit: “Es-pec-ta-cu-lar”. También volvió a interesarse por el proyecto del viceministro que propone “recuperar la gobernanza del sistema de salud a través de la conducción global de políticas de los organismos nacionales de salud”. Algo más: lo habría interrogado sobre el funcionamiento del sistema en la Ciudad, que conduce Horacio Rodríguez Larreta. Kreplak tiene una caracterización llamativa: lo define como “hospitalocéntrico”.
La disconformidad de la vicepresidenta no se circunscribe al sistema. Tiene nombres propios. Ginés González Garcia es uno de ellos. El ministro de Salud lo sabe. Por esa razón ensalzó la labor de Cristina en el acuerdo con Rusia por la Sputnik V. Fue durante la conversación que tuvo con los integrantes de la Comisión de Salud de Diputados, que tuvieron derecho a tres preguntas. En ese marco Ginés anunció que a mitad de año la Argentina contará con 62 millones de dosis de distintas vacunas. Antes de la primavera, por otra parte, se alcanzaría la inmunidad de rebaño.
El ministro, después de un año, se convirtió en un declarante errático consumado. Sus augurios casi nunca se cumplen. Están de por medio la salud, el miedo, la vida y la muerte. La frustración por cada anuncio haría mella en las expectativas sociales. Repercutiría sobre el Presidente. ARESCO, en su última encuesta nacional, hizo una comprobación. La pandemia sigue teniendo saldo favorable para Alberto (51% a 47%). Pero las ilusiones sobre la campaña de vacunación se desvanecen. El 55% de los consultados no cree casi nada. El 36%, bastante o mucho.
La realidad, frente a aquellos anuncios de espectáculo, es en extremo distinta. La Argentina recibió hasta ahora sólo 820 mil dosis de los 20 millones prometidos por Moscú. Podría tener un aporte cercano y módico del laboratorio británico-sueco AstraZeneca y del Covax, fondo común de 172 países. Las negociaciones con Pfizer están detenidas. Con China se hace difícil cerrar trato.
Existe también un problema logístico. El Gobierno y el kirchnerismo divulgan programas de vacunación e inscripciones para los ciudadanos. Pero tiene por ahora una capacidad de inmunizar a cerca de 11 mil personas por día. No vale ninguna comparación sin proporciones: Chile, luego de recibir las vacunas chinas, inició una campaña que vacuna por día a cerca de 70 mil personas. En algunos centros de salud se produjeron trastornos.
El trabajo de ARESCO señala que en este tramo de la pandemia las prioridades sociales se ordenan de este modo: economía, la corrupción, el coronavirus y la inseguridad. La emergencia sanitaria –se dijo- deja todavía un saldo favorable para la imagen presidencial. La economía juega en contra. Pero, ¿qué factor adicional explicaría que Alberto posea hoy el índice de aceptación más bajo desde que empezó el Gobierno, según el seguimiento mes a mes de la consultora? Registra un 43,8% de imagen positiva y un 53,2% de negativa.
Al desgaste natural del poder y la crisis económico-social, podría sumarse la incidencia de la corrupción K. Espoleada por nuevas situaciones y viejos personajes. Por los manejos en el Poder Judicial para favorecer a Cristina. También, las facilidades que el juez Daniel Obligado ofrece a Amado Boudou para que siga en arresto domiciliario y reduzca el tiempo de su condena por la causa Ciccone.
Boudou tampoco está desligado de Formosa, donde hizo negocios todavía no debidamente investigados. La actitud de Gildo Insfrán en la cuarentena, repleta de abusos, desnudó la inescrupulosidad oficialista para defender de cualquier forma al gobernador. Sin reparar en los derechos humanos, con los cuales se suele llenar la boca.
Tal conducta potencia cada anomalía. Por pequeña que sea, comparada con el histórico costumbrismo K. Es lo que ocurre con la jefa del INADI, Victoria Donda, citada a indagatoria por la Justicia a raíz de un incidente con su empleada doméstica. Alberto la ratificó en el cargo. Cuando en 2018 el ex ministro macrista, Jorge Triaca, tuvo un caso parecido y renunció, lo calificó de “energúmeno”.
La doble vara o la doble moral, que le dicen.
Fuente Clarín