El último capítulo tumultuoso de la crisis que envuelve en estas horas al presidente Jair Bolsonaro tiene multitud de orígenes y antecedentes. Uno de los más interesantes ocurrió hace pocos días cuando el titular de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, frente al desastre de la pandemia y la pésima gestión del mandatario de la enfermedad, planteó que “todo tiene sus límites… Estoy mostrando la alerta amarilla”.
El legislador, considerado hasta no hace mucho un aliado del mandatario, aludía a poner en marcha alguno de los casi 60 pedidos de impeachment contra el mandatario. La elocuente declaración de Lira se produjo después de que un cacerolazo y los gritos de “asesino” y “mentiroso” respondieron a un discurso por cadena de Bolsonaro en la que se mostró optimista sobre la enfermedad que hoy condena al país como el segundo país más afectado del mundo.
Lo que ese escenario desnudó era el difícil camino para la reelección que el líder ultraderechista pretende intentar el año próximo. Si le faltaba alguna complicación, la reaparición en la escena política del ex presidente Lula da Silva y la confirmación de la manipulación del proceso penal en su contra, completó la oscuridad del panorama. La imagen del jefe de Estado esta hoy por debajo del 30% y alcanzan a 54% los brasileños que desaprueban su gestión de la pandemia. La de Lula va justamente en sentido contrario.
Los cambios en el gabinete y la destitución de los jefes de las fuerzas armadas de estas horas configuran un desordenado intento y a puro manotazo del mandatario para recuperar la iniciativa sin perder cuotas de oportunismo. Hay varias dimensiones en esa arquitectura contra la pared.
El ex canciller Eresto Araújo. Foto EFE
La salida del canciller Ernesto Araújo desnudó el alcance de la debilidad política del mandatario que se vio obligado a entregar la cabeza de uno de sus aliados más firmes. Lo hizo para no resignar el respaldo del llamado bloque del Centrão en el Parlamento crucial para sostener sus esperanzas electorales.
Ese sector, el Gran Centro, lo constituye un conjunto de partidos políticos sin una ideología definida, pero que con prácticas clientelistas a todo nivel ha ejercido una influencia crucial en los gobiernos de Brasil al margen del presidente de turno. Circunstancias menores, para estos dirigentes. El presidente del Senado, Rodrigo Pacheco, quien junto con Lira son las figuras más restallantes del Centrao, fue el líder de la demanda para correr a Araújo cuya gestión el legislador despreciaba.
El relevo en la cancillería es un embajador de carrera, moderado, Carlos Alberto Franca, que al revés del saliente ministro, es de visión multilateralista, no repudia la globalización y puede aceitar las relaciones muy malogradas con China, pero también ampliar las que ya funcionan con EE.UU. Lo que se va de la cancillería es el extremismo, un lugar de confort hasta ahora del mandatario.
Otra dimensión es la maniobra de Bolsonaro para aprovechar la crisis y relevar a otros ministros, particularmente el de Defensa, el general Fernando Azevedo e Silva, una decisión que se verá en el corto plazo si no ha sido un tiro en los pies. El presidente hace tiempo que busca desprenderse de este funcionario, un militar moderado e institucionalista y prudente con la enfermedad.
La última gota de esa irritación se produjo recientemente cuando el responsable del área de Salud del Ejército, el general Paulo Sergio Nogueira, denunció al periódico Correio Braziliense el riesgo de una tercera ola de la pandemia y planteó la necesidad de un confinamiento para reducir los contagios. Uno de los líderes de esa visión en la corporación castrense, era el jefe del Ejercito, el general Edson Leal Pujol, destituido en masa este martes junto con sus colegas de las otras Fuerzas Armadas.
Jair Bolsonaro junto al presidente del Senado, Rodrigo Pacheco, el potente legislador del Centrao que hizo caer al canciller Araújo. Foto AP
Pujol había planteado el año pasado que la enfermedad era el mayor desafío de su generación, y que no debía ser la puerta para que la política entrara en los cuarteles. Incluso, en un acto público, se negó a abrazar Bolsonaro debido, aparentemente, a la distancia que impone la enfermedad. La resistencia de los uniformados a los berretines del jefe de Estado tiene puntos objetivos.
El presidente ha revoleado con una insistencia adolescente su intención de movilizar a las militares contra los gobernadores o alcaldes que llevan adelante cuarentenas. Y aclaró que tampoco permitiría que las FF.AA. intervengan si hay una rebelión civil contra los confinamientos. Es un fango en el cual los militares no quieren entrar y que, como en el caso de Araújo, alza con preocupación las cejas de sus propios aliados del Centrao en el Congreso donde la sola idea de una politización de las fuerzas armadas promueve algo más que cansancio con Bolsonaro.
La última dimensión es las elecciones del próximo año. Si fueran hoy, las ganaría Lula da Silva. Un cuarto mandato del PT y un tercero del legendario dirigente socialdemócrata preocupa a los mismos dirigentes políticos que han esmerilado el poder del jefe de Gobierno y se preguntan de qué modo evitar ese desenlace. La reconstrucción de otro Bolsonaro, moderado y con visión política, es una apuesta en la que muy pocos creen atento a la peligrosa e imprevisible crisis fuera de agenda en la cúpula militar.
Fuente Clarin