“Hace falta una voz más firme”, exclama Teresa García, ministra de Gobierno de la provincia de Buenos Aires. No pone el nombre, pero toda la administración de Axel Kicillof lo sabe: alude a Alberto Fernández. La gobernación bonaerense exuda inconformismo con el manejo de la pandemia. No creen en medidas intermedias, sino en un cierre total para alejar el abismo del colapso del sistema sanitario, que perciben cercano. “Hay que plantearlo con firmeza desde la política”, insiste García, una peronista tradicional inserta en el universo Kicillof. Los anuncios presidenciales estuvieron lejos de aplacar la inquietud en La Plata.
La “Tía Tere”, como le dicen a García los dirigentes de edad intermedia que rodean al gobernador, pide en público una reacción más rigurosa frente a la pandemia. Pero en privado, como en el chat de ministros que entrelaza al gabinete de Kicillof, las formas se cuidan mucho menos. El martes pasado, tras la reunión de los infectólogos con el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y la ministra de Salud, Carla Vizzotti, un ministro bonaerense estalló en el grupo de WathsApp con un “¡no se entiende lo que quieren decir!” y encontró el respaldo de sus colegas. El blanco del malestar eran los mensajes que surgían de la Casa Rosada, que descartaban la necesidad de avanzar hacia una fase más restrictiva, que aludían a “una ligera inflexión hacia abajo de la curva de casos”. El propio Kicillof terminó por transmitirlo en público en su conferencia del viernes. “Algunos hablan como si fuera muy bueno estar en una meseta, pero es inadmisible, es un sistema que está al borde del colapso”, dijo el gobernador. No era la oposición el destino de su mensaje. “No es momento de tomar decisiones mirando encuestas”, insistió. El inconformismo de Kicillof puede volver a abrir la caja de las medidas sanitarias.
En la gobernación saben que para lograr su objetivo solo hace falta que suene el teléfono rojo, la línea que comunica a Cristina Kirchner con Alberto Fernández. Es la apelación de última instancia, la llamada que el Presidente no puede eludir.
Las decisiones frente a la pandemia se toman en medio del fuego incesante que atraviesa a la política argentina, con los consensos quebrados por medidas inconsultas y acusaciones recíprocas.
Con la ventana y la puerta de su despacho abiertas para que circule el aire y aleje los virus, Teresa García se queja contra el “posicionamiento cínico” que atribuye a sectores políticos de la oposición que alientan “no creer en nada”, critica las marchas contra las restricciones y acusa a Juntos por el Cambio por la etiqueta de “infectadura”. Pero también reconoce exabruptos propios. “Algunos de los nuestros tampoco ayudan, a nosotros también a veces se nos va la lengua”, admite.
En su escritorio tiene el libro del politólogo Juan Linz, “La quiebra de las democracias”, el ensayo que analiza los factores que llevan a un régimen democrático a partirse desde su interior, el momento en que da paso al autoritarismo. Uno de los puntos que estudia Linz es la convivencia entre oficialismo y oposición.
El encuentro con Axel Kicillof
Cinco año atrás, cuando todavía era diputada, la coincidencia quiso que a su lado se sentara Axel Kicillof, que había sido el último ministro de Economía de Cristina Kirchner. En su primer día como legislador, Kicillof buscó una banca vacía, se ubicó y al girar la mirada descubrió a Teresa García. A simple vista, el gobernador y su ministra tienen poco en común. Desde temprana edad, García hizo carrera en el peronismo. Abrazó con vehemencia a la renovación de Antonio Cafiero, el líder de un peronismo democrático que en los años ochenta compartió con Raúl Alfonsín el balcón de la Casa Rosada para salvar al sistema político. Axel Kicillof creció en la política como un dirigente universitario de izquierda, que criticaba la economía de Néstor Kirchner y Roberto Lavagna. Teresa García es hija de una modesta costurera del barrio La Candelaria, en San Isidro, y su padre murió cuando apenas tenía 7 años. Axel Kicillof es hijo de dos psicoanalistas de Recoleta, formado en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Poco en común. Y, sin embargo, el gobernador adoptó a Teresa García como su ministra de Gobierno, la encargada de dialogar con intendentes y opositores. Le delegó aquello que el gobernador siente ajeno, la negociación política.
De la Renovación al kirchnerismo
En 1988, Antonio Cafiero, el referente de Teresa García, fue derrotado en la interna del peronismo por Carlos Menem. Aquella elección marcó en gran medida el fin de un proyecto de convivencia política entre oficialismo y oposición. Las astillas de aquel quiebren todavía marcan el presente. “La Argentina hubiera sido mejor si Cafiero ganaba la interna”, sostiene ahora García, durante una extensa charla con LA NACION y más de tres décadas después del fin de la renovación peronista. ¿Cómo coexiste ese pensamiento con la imagen de Cristina Kirchner en su escritorio, en una Argentina agrietada donde un balcón compartido entre la vicepresidenta y Mauricio Macri es una postal imposible? “Nadie puede pedir que Cristina tenga modales”, responde García, como si la imposibilidad fuera un problema de carácter.
La “Tía Tere” prefiere evitar los nombres propios al cuestionar el manejo de la pandemia por parte del gobierno nacional. Pero no tiene reparos en identificar a su adversario. “El problema es Mauricio Macri, es el comandante de la oposición. Y ahora, el halcón se comió a la paloma”. La ironía zoológica alude a Horacio Rodríguez Larreta. En el gobierno de Axel Kicillof interpretan que la postura del jefe de gobierno porteño de mantener las clases presenciales fue una decisión tomada por la presión de Macri en el interior de Juntos por el Cambio. “Macri ejerce la comandancia opositora, pidió a los intendentes que se rebelen y le corrió el arco a Rodríguez Larreta”, sostiene García.
En su tablero político, la gobernación imagina que juega una partida contra el expresidente en el camino a las elecciones. Y por eso están convencidos de que María Eugenia Vidal, a pesar de sus deseos, va a terminar por competir como candidata en el territorio bonaerense. “Vidal va a jugar en la provincia, porque finalmente la decisión de ese espacio político la toma un sistema donde la comandancia la tiene Macri”, insiste la ministra de Axel Kicillof. Son las elucubraciones electorales que atraviesan La Plata.
Allí, en la casa de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, las fotografías en los despachos, las referencias, los análisis; todas las señales confirman que la jefatura del espacio político de Kicillof la ejerce Cristina Fernández de Kirchner. ¿Cómo se acepta a Alberto Fernández? “En ese momento, cuando hubo que enfrentar al macrismo, Alberto fue el candidato ideal para que todo el peronismo fuera junto”, responde García.
Fernández fue, entonces, una opción táctica, no un liderazgo aceptado. El presente hereda ahora las consecuencias de aquella jugada. ¿Y hacia el futuro? “La relación de Máximo Kirchner y Sergio Massa es impecable, no hay discusión por cartel francés –responde García-. Y prescindir de Cristina Kirchner sería una locura, no hay otra persona en el peronismo que tenga la adhesión que tiene ella”.
Axel Kicillof enfrentó críticas por su política económica durante su paso por la cartera de Hacienda del último gobierno de Cristina Kirchner. Pero atravesó la administración sin denuncias de corrupción, a diferencias de otros compañeros de gabinete. Teresa García subraya el contraste con una toma de posición: “José López tiene que estar preso toda la vida”, exclama la ministra, en referencia al exsecretario de Obras Públicas, que fue sorprendido cuando intentaba esconder bolsos con unos 9 millones de dólares. ¿Y Cristina Kirchner, quien le entregó a López durante su gobierno la responsabilidad e manejar las obras públicas de toda la Argentina? “No sé si Cristina Kirchner sabía, hay muchos funcionarios en un gobierno y creo que ella es absolutamente honesta”, responde la ministra de Kicillof.
García descarta que la vicepresidenta busque un acuerdo para frenar los procesos judiciales en su contra. “A los jueces les dijo: hagan lo que tengan que hacer”, argumenta.
Poco antes del fallecimiento de Néstor Kirchner, la actual ministra de Gobierno se separó de un matrimonio de más de tres décadas. Se había casado a los 19 años. Luego militó contra el duhaldismo y fue parte activa del Frente de Todos bonaerense. La noche de la muerte de Kirchner fue a la Plaza de Mayo. La movilización ya mostraba un número inesperado de jóvenes, que servirían luego de plataforma para el relanzamiento del kirchnerismo. Más tarde llegaría la derrota en manos de Macri y la convivencia legislativa con Kicillof, cuando comenzó a bregar porque el exministro de Economía fuera el postulante a gobernador en la provincia de Buenos Aires. “Hacía falta un candidato no tradicional, que fuera disruptivo; porque Vidal parecía invencible, hasta que Macri le soltó la mano cuando rechazó desdoblar las elecciones”, reconstruye. No anticipa todavía una candidatura de Kicillof para 2023, como aspira gran parte del cristinismo. “No hay que acelerar escenarios, además de la maldición de Dardo Rocha”, dice. El maleficio aludido nace con la fallida intención del gobernador Dardo Rocha por convertirse en presidente en 1886, que luego signó también las pretensiones frustradas de otros bonaerenses como Marcelino Ugarte, Manuel Fresco y Domingo Mercante. Eduardo Duhalde no llegó a la Presidencia por el voto popular, sino por una decisión de la Asamblea Legislativa tras la crisis de 2001. La maldición se mantiene intacta. Y empuja a la cautela. La crisis sanitaria, la multiplica.