Por Santiago Fioriti
Martín Guzmán revisó el WhatsApp y se quedó mudo, con los ojos clavados en la pantalla del celular. El mensaje decía así, textual, con frases separadas por guiones y con palabras en mayúsculas:
─Nunca existió el pedido de renuncia a Federico Basualdo.
─Las operaciones de prensa no contribuyen a conducir la política sectorial en un momento tan delicado para el país.
─Basualdo NUNCA planteó el congelamiento de la tarifa. Las audiencias públicas marcan claramente el sendero: cuidar el bolsillo de la gente y dar previsibilidad al sector.
─Basualdo sostiene que en el marco de la pandemia el aumento nunca podía LLEGAR a los dos dígitos. Esto se fundamenta en la difícil situación que atraviesa la Argentina y en particular la provincia de Buenos Aires.
El mensaje, un poco más largo en rigor, había sido escrito por miembros de La Cámpora, que es lo mismo que decir Máximo Kirchner. El texto tenía como destinatario a un grupo de periodistas, al que le habían aclarado que se trataba de información “en off”, o sea que ─según los manuales─ estaba habilitada para publicarse con reserva de la fuente. Pero la maniobra fue tan poco cuidada ─o, acaso al revés, tan intencionada─ que a los pocos segundos alguien reenvió el mensaje al teléfono de Guzmán.
El ministro de Economía comprendió entonces la dimensión de la tormenta que se avecinaba. Por supuesto, su secretario de Energía ya le había pedido la renuncia a Basualdo, el subsecretario de Energía Eléctrica. La Cámpora desmentía la información y atribuía a Guzmán la operación porque varios portales de noticias habían publicado la salida del funcionario. La operación, para quien guste aferrarse a los hechos de modo cronológicos, fue al revés: Máximo intercedió para revertir una medida que el ministro de Economía había acordado antes con Alberto Fernández.
No hay unanimidad sobre si Alberto creyó que se podía desprender de un funcionario camporista sin el consentimiento de Cristina o si hubo algo más tenebroso, como sostienen algunos actores del Gabinete: que ella aceptó la decisión cuando se la comunicaron y luego, por alguna razón, se arrepintió o vio algo que no le gustó. Lo que sí hizo saber la vice, con una intempestiva frase, fue su malestar con el manejo de la información y la filtración a los periodistas.
Dos días antes del escándalo, Guzmán había hablado con Fernández para decirle que quería echar a Basualdo. Su trabajo no se ajustaba a sus planes. El ministro quería una suba de la tarifa eléctrica del 15 %, en dos tramos. Era, desde el vamos, una concesión, porque hasta hace algunos meses pretendía que estuviera en sintonía con la inflación, al menos la proyectada, del 29%. Alberto habló con Santiago Cafiero del tema. El jefe de Gabinete charló entonces con Guzmán. Y Guzmán, con el camino allanado, le pidió a Darío Martínez, el secretario de Energía, que le informara a Basualdo la salida. Era solo un trámite.
La historia tiene un final. Basualdo no se fue ni se irá. Sería más apropiado, incluso, decir que recibió una suerte de ascenso, a juzgar por el modo en que lo tratan y los chistes que le hacen sus compañeros más íntimos. En medio de los cruces -que incluían de uno y otro el envío de capturas de pantallas con mensajes e imágenes de TV-, el funcionario recibió por privado una catarata de apoyos, empezando por los referentes de La Cámpora.
Axel Kicillof, que no integra ese sector, también le dio un abrazo a la distancia. Cuando un periodista lo despedía en una entrevista radial en la que habían profundizado sobre la pandemia, Kicillof pidió que no lo sacaran del aire para aclarar lo eficiente que era Basualdo. Nadie se lo había preguntado ni sugerido. Debe ser inédito que un gobernador se sumerja en una interna para defender a un funcionario nacional de tercera línea.
Con el correr de los días, desde la Casa Rosada empezaron a ajustar el relato y a decir que Basualdo se terminará yendo, pero no ahora. “Ni ahora ni más adelante”, desafían en La Cámpora. El propio Basualdo se jactó de su situación puertas para adentro. Mejor preguntar por el futuro de Guzmán. ¿Se irá? Nadie puede asegurarlo, tampoco negarlo. Él no se quiere ir de este modo. Es un hombre tozudo. Sí, en cambio, se sabe que Cristina y Máximo no lo quieren, no lo toleran y no lo respetan más.
El ministro quedará expuesto frente a cada decisión que tome o, peor, a la que no pueda tomar. Hay quienes dicen que Fernández lo subió al avión que ayer partió rumbo a Europa para concientizarlo sobre la dinámica política del frente oficialista. La negociación con el FMI entrará así en un cono de sombras mayor al que ya existe. Para Cristina, Guzmán dejó de ser el ministro de Economía. Lo considera el ministro del Fondo.
El Instituto Patria, a través de Oscar Parrilli en el Senado, marcó la cancha. Los 4.300 millones de dólares que el organismo le concede a la Argentina como parte de la ayuda a distintos países para combatir los efectos de la pandemia no pueden ni deben ser usados para pagar deuda, como desea el ministro. El camporismo va por más: quiere que Alberto y Guzmán repongan el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), una ayuda para cerca de 9 millones de personas que se implementó en 2020.
Le tocó a Daniel Arroyo, el ministro de Desarrollo Social, poner la cara: “El IFE tuvo que ver con un momento de abril, mayo y junio del año pasado, en el que se cerró toda la actividad y la pobreza fue del 47%, y no es este el momento de esa situación”, dijo. Otra round con La Cámpora. Para Andrés Larroque, símbolo camporista y ministro de Kicillof, un nuevo IFE es indispensable.
El Frente de Todos montó un impresionante y urgente operativo para intentar desactivar las internas. Nunca hay que olvidarse de que en un par de meses habrá elecciones. Esa cumbre en Ensenada sí tuvo el guiño camporista. “El trabajo ya estaba hecho. La señal de que a nosotros no nos tocan a nadie quedó clara todo el mundo”, afirmaban en la agrupación que conduce Máximo. Mientras, Alberto decía: “Saquen esta foto, es la foto de la unidad”. No decía toda la verdad. Asoma una novedad en la toma de decisiones finales del oficialismo. Hasta hoy era Cristina la última barrera de Alberto. Podría pasar a ser, directamente, La Cámpora.
Un veterano de mil batallas como Armando Cavalieri ─que fue menemista, duhaldista, kirchnerista y cuando lo dejaban también un poco macrista─ acaba de verbalizar lo que piensan muchos dirigentes, incluidos una parte del Gabinete y de la oposición más dialoguista. “Tenés que usar el poder que tenés”, le dijo el sindicalista en la reunión del miércoles en Olivos, según publicó Carlos Galván en Clarín. Cavalieri habría dicho algo más: “¿Vos tenés o no tenés poder?”
“Son cada vez más los que le piden que reaccione, que se convierta en jefe y se haga valer”, dice un albertista. El episodio Basualdo relega un hecho que parecía insuperable: la salida de Marcela Losardo -íntima amiga de Alberto- del Ministerio de Justicia.
Hay una fábula que solía contar Carlos Menem en los viajes en avión con su equipo. Una fábula que Carlos Corach reproduce con frecuencia entre quienes lo llaman, que son muchos desde la muerte del ex presidente. Algunos han comenzado a hacer propia esa fábula (no Corach) para trazar analogías con Alberto y ratificar lo importante que es que, quien conduce -más allá de que lo haga con o sin éxito-, se gane el respeto del resto.
Según la fábula, un nene le dice a su padre: “Papito, papito, quiero que me compres un monito”. El padre se niega, le dice que viven en un departamento, pero el chico insiste y el papá, al cabo de varios días, lo lleva a una casa de animales lleno de jaulas con monos. El nene elige uno. El papá pregunta cuánto vale. “Mil dólares”, dice el vendedor. El hombre se sorprende con el precio. “Lo que pasa es que este mono tiene nociones de inglés y francés”, aclara el vendedor. Frente a la cara de su padre, el nene elige una segunda opción. “Ese vale 2.500 ─dice el vendedor─ porque además de nociones de inglés y francés sabe matemáticas y física”. El nene busca un tercer mono. “Ese vale 4 mil ─interrumpe el vendedor─ Habla diez idiomas”.
Ya exasperado con la situación, el padre dice que ahora va a elegir un mono él. Recorre el salón y se encuentra con un mono chiquito, raquítico, sin gracia. “Este tiene que ser más barato”, supone. El vendedor se enoja. Le dice que no le haga perder el tiempo, que ese es el mono más caro del local.
─¿Pero este mono qué sabe hacer? ─pregunta el hombre. El vendedor lo mira.
─¿La verdad? Como saber no sabe hacer nada, pero todos los demás monos lo llaman jefe.