Por Santiagp Fioriti
“Agotá todos los esfuerzos para que tengamos una lista de unidad”, le dijo Alberto Fernández a Agustín Rossi, el domingo pasado, en una conversación telefónica. El Presidente le había prometido a Cristina que su ministro de Defensa no mantendría su lista en Santa Fe. Después de hablar con Alberto, Rossi llamó al gobernador, Omar Perotti, y le dijo que estaba dispuesto a bajarse de la nómina de senadores a cambio de quedarse con la lapicera para la boleta de diputados y poder estampar su nombre al tope. El gobernador lo desairó con una frase que hirió su ego: “No creo conveniente que vos seas candidato”.
Rossi se comunicó con Santiago Cafiero. “Perotti no quiere la unidad”, le dijo. Ni el jefe de Gabinete ni el primer mandatario le adelantaron cómo resolverían el problema. Lo que sí parecía claro era que no había lugar para su salida anticipada del staff de ministros. No había lugar hasta que Cristina y La Cámpora redoblaron su presión sobre Alberto.
La vice sostenía que la postulación de Rossi opacaba la apadrinada por Perotti, que lleva como número dos a una de sus espadas en el Senado, María de los Ángeles Sacnun. La dupla presidencial habló antes y durante el viaje de Alberto a Perú. De buenas a primeras, desde Lima, Fernández sorprendió con una aparición en C5N para anunciar: “Todos los que son candidatos deben dejar sus cargos”.
El Gabinete quedó descolocado. Varios ministros le escribían por privado a su compañero para preguntarle qué había pasado y por qué lo habían despedido. Daniel Arroyo, ya con el boleto picado y con Juan Zabaleta como sucesor, tuvo que enviar un mensaje en cadena a su equipo para avisarle que lo que les había dicho unos días antes -que todos iban a seguir trabajando hasta diciembre- quedaba en el olvido y que tendrían que juntar sus cosas para marcharse pronto. “Ya sabemos que acá te defendés solo o nadie lo hace”, dijo uno de los funcionarios que se solidarizó con Rossi. De nuevo, en el Gabinete irrumpía el caso Losardo.
Cuando la frase de Fernández giraba en Twitter, el encargado del área de Defensa estaba viajando en el auto oficial a los estudios de TN. Un colaborador le avisó de las declaraciones de Alberto. Rossi desconfió. Creyó que no podía ser y pidió que le enviaran la grabación. La terminó de escuchar cuando entraba a los pasillos del canal. “Me enteré por televisión, como todos”, diría en el programa A dos voces. Volaba de bronca. No le habían dado margen ni para disimularla.
Santa Fe es una batalla central para el Gobierno, donde se espera una elección reñida con la oposición. Es un caso similar, aunque de menor envergadura, al de la provincia de Buenos Aires. Buenos Aires será definitivamente una contienda a todo o nada. El poder de Cristina está en juego.
En campaña no se descansa ni los domingos. Por estas horas, cuatro encuestadoras están terminando de procesar sus trabajos en tierra bonaerense a pedido del búnker que lidera Horacio Rodríguez Larreta. El alcalde espera los resultados para mañana o pasado. Resultan una guía indispensable para él: le dirá cómo está la pulseada de Diego Santilli contra Facundo Manes, cuál es el nivel de conocimiento de los candidatos y cómo oscila la intención de voto.
Lo que ya tiene en su poder son los análisis de focus group que se hicieron en el Conurbano. Las conclusiones fueron contundentes: la gente transmite pesimismo, desesperanza, incertidumbre y angustia. En ese contexto se libran las batallas en Juntos por el Cambio, ya demasiado subidas de tono y al punto de la exasperación para muchos de sus protagonistas. Uno de los analistas más realistas de ese comando sostiene que se está dejando pasar una inmejorable ocasión para capitalizar el descontento social hacia el Gobierno. Que los medios dejaron de hablar de la debacle económica y de los acuciantes indicadores sanitarios que arroja la pandemia para instalar qué se dicen el uno del otro en la interna de las dos Buenos Aires.
Larreta tuvo una semana difícil. No se siente cómodo con la confrontación. Hasta hace poco le alcanzaba con un llamado para solucionar los conflictos. O con una reunión cara a cara, en los casos más graves. Ahora las balas lo salpican y no puede detenerlas. Sus maniobras para frenar la sangría por momentos se asemejan a intentos desesperados.
Gerardo Morales se acopló a las sospechas de Manes de que detrás de ciertos ataques hacia su figura habría una movida perfectamente planificada para dañar al radicalismo. Morales representa una voz potente en la UCR. Es un dirigente dispuesto a disputar poder real y con ambiciones para las próximas presidenciales. “Es el más peronista de los nuestros”, lo describe a menudo un viejo cacique.
El miércoles, Morales fue invitado por María Eugenia Vidal a tomar un café. Participó del cónclave Ricardo Gil Lavedra. La idea de Vidal, siempre a instancias de Larreta, era tender un puente de paz. Morales le dijo a la ex gobernadora lo mismo que viene sosteniendo en público. Que fue ella la que desordenó Juntos por el Cambio con el salto de distrito. Morales piensa como Patricia Bullrich, con quien desayunó días atrás. El jujeño acusó el jueves a Larreta de poner en riesgo la agrupación opositora y de no bancarse la presencia de Manes.
Elisa Carrió pudo haberle contestado por TV. El jefe de Gobierno imploró que no lo hiciera. Lilita siempre dice que lo peor que pueden hacer con ella es decirle lo que no puede hacer. Demandará civilmente a Manes. Al mismo tiempo, tiene sospechas de que la fundación del médico recibió dinero del Gobierno de Cristina y de que Morales persigue recursos de la actual administración.
El larretismo quiere frenar como sea la pelea entre los socios. No es solo espíritu democrático. Hay quienes temen que detrás de la polémica se le esté subiendo el precio a su rival, especialmente en sectores de la sociedad que no sabe quién es. La encuesta más generosa revela que solo el 60 por ciento conoce a Manes. Los que quieren ver a Larreta con la banda presidencial en 2023 temen algo peor: que la elección deje de ser Santilli versus Manes y pase a ser Manes versus Larreta.
La cúpula de la UCR cruzó llamados de modo permanente. Acordó salir a defender a su candidato y castigar públicamente a Larreta. De las conversaciones, además de Morales, participaron Luis Naidenoff, Alfredo Cornejo, Maximiliano Abad y Martín Lousteau. El nexo con Manes es su hermano, Gastón. En charlas paralelas, ninguno de ellos dejó de hablar con Ernesto Sanz, que volvió a pesar fuerte en la interna, aunque no quiere salir de las sombras. Lo mismo ocurre -en este caso no es ninguna novedad-, con Enrique “Coti” Nosiglia, a quien se ve muy activo y recibiendo gente en su oficina de la avenida Corrientes y en el restorán José Luis. Nosiglia habla con larretistas y radicales por igual.
En otra jugada para distender la interna, Santilli decidió suspender varias entrevistas que tenía pactadas para no afrontar las recurrentes preguntas sobre los roces. Relegará a los medios nacionales y se enfocará en los municipales durante sus recorridas por el Conurbano y el interior. “La agenda está servida para mostrar todo lo que ha hecho mal el Gobierno”, le aconsejan a Santilli.
Las idas y vueltas con el radicalismo no se veían desde 2015, cuando Mauricio Macri cerró la alianza con Sanz y Carrió. Aquella vez, sin embargo, todos asumían que el líder era Macri. Hoy la UCR quiere disputar el poder con el PRO. Se lo han dicho a Larreta y también a Macri, quien sigue con preocupación el día a día desde su ahora obligada permanencia en Europa. Uno de sus colaboradores, que supo ser fiel aliado de Marcos Peña, se agarraba la cabeza en los últimos días. “Siempre fuimos tan disciplinados en las campañas y ahora vemos esto y no lo podemos creer…”.
Macri piensa lo mismo. Desde Suiza, donde en las últimas horas Juliana Awada buscaba vuelos para irse con su marido a Madrid, el ex presidente llamó días atrás a Manes para darle consejos. “No leas los diarios ni la redes sociales”, le dijo. Lo contó el mismo Manes en una entrevista con La Nación. Por cierto, omitió una parte de la conversación. “No leas los diarios ni las redes sociales y cuidate de los trolls”, fue la frase completa. Difícil saber si se trató de una broma o de una maldad destinada a su viejo aliado, el alcalde porteño.
Fuente Clarin