ROSARIO, Argentina — El pescador se levantó temprano una mañana reciente, golpeó los contenedores de combustible de su pequeña embarcación para asegurarse de que tenía suficiente para el día, y salió al río Paraná, red en mano.
La expedición fue una pérdida de tiempo. El río, una de las principales fuentes de ingresos de Sudamérica, se ha reducido considerablemente a causa de una grave sequía, y los efectos están dañando las vidas y los medios de subsistencia a lo largo de sus riberas y mucho más allá.
“En todo el día no agarré un pescado”, dijo Juan Carlos Garate, el pescador de 68 años señalando los parches de hierba que brotan donde antes había agua. “Todo está seco”.
La reducción del caudal del Paraná, que se halla en su nivel más bajo desde la década de 1940, ha trastornado los delicados ecosistemas de la vasta zona que atraviesa Brasil, Argentina y Paraguay y ha dejado a decenas de comunidades con dificultades para acceder a agua dulce.
En una región que depende en gran medida de los ríos para generar energía y transportar los productos agrícolas que son pilar de las economías nacionales, el retroceso del segundo río más grande del continente también perjudica a las empresas, al aumentar los costos de la producción de energía y del transporte marítimo.
Los expertos afirman que la deforestación en la Amazonía, junto con los patrones de lluvia alterados por el calentamiento del planeta, contribuyen a la sequía. Gran parte de la humedad que se convierte en la lluvia que alimenta los afluentes del Paraná se origina en la selva amazónica, donde los árboles liberan vapor de agua en un proceso que los científicos llaman “ríos voladores”.
La deforestación desenfrenada ha interrumpido este flujo de humedad, al debilitar los arroyos que abastecen los ríos más grandes de la cuenca, y transformar el paisaje.
“Esto es mucho más que un problema hidrológico”, dijo Lucas Micheloud, un miembro de la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas que vive en Rosario. Los frecuentes incendios, dijo, están convirtiendo los bosques tropicales, ricos en recursos, en sabanas.
Aunque el nivel del agua varía en diferentes lugares, el Paraná está ahora en promedio tres metros por debajo de su caudal normal, según Juan Borús, un experto del Instituto Nacional del Agua de Argentina que lleva más de tres décadas estudiando el río.
Es probable que la situación empeore al menos hasta principios de noviembre, cuando comienza la temporada de lluvias en la región, pero la sequía podría durar más tiempo. Los expertos afirman que el cambio climático ha dificultado la formulación de predicciones precisas.
Los fenómenos extremos como la sequía que afecta a gran parte de América del Sur son cada vez “más frecuentes y más intensos”, dijo Lincoln Alves, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil que trabajó en el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas.
A finales de julio, Argentina declaró una emergencia de seis meses en la región del río Paraná, calificando la crisis como la peor de los últimos 77 años. Los funcionarios del gobierno dicen que los tomó por sorpresa.
“Nunca pensamos que íbamos a llegar a los niveles de ahora”, dijo Gabriel Fuks, líder de un equipo que coordina la respuesta del gobierno a las emergencias en todo el país. “No estábamos preparados para esta emergencia”.
Fuks dijo que la mayor prioridad del gobierno es ayudar a las aproximadamente 60 ciudades situadas a lo largo del río que están sufriendo una peligrosa escasez de agua.
En Paraná, una ciudad a orillas del río a unos 125 kilómetros de Rosario, una bomba que suministra el 15 por ciento del agua a la ciudad de 250.000 habitantes dejó de funcionar hace poco porque el nivel de agua era demasiado bajo. Las autoridades municipales tuvieron que idear apresuradamente una solución, dijo Leonardo Marsilli, coordinador técnico de los servicios de agua de la ciudad.
A lo largo del río, el bajo nivel de agua va trastocando la vida cotidiana.
Para Luciano Fabián Carrizo, un chico de 15 años que vive en El Espinillo, la misma comunidad isleña en que vive Garate, el pescador, la repentina desaparición del agua significa que ahora tiene que caminar dos horas para llegar a la escuela. Antes, el trayecto le llevaba 15 minutos en bote.
Al otro lado del río, en Terminal Puerto Rosario, uno de los puertos de la ciudad, los funcionarios tuvieron que extender los brazos de las grúas más de dos metros para poder llegar a los barcos, dijo Gustavo Nardelli, uno de los directores portuarios.
Y en el centro de Rosario, Guillermo Wade, el gerente de la Cámara de Actividades Portuarias y Marítimas, hace cálculos febriles cada mañana para calcular cuánto se puede embarcar en los buques de carga sin correr el riesgo de que se queden atascados en los tramos menos profundos del río.
Los barcos han estado transportando un 26 por ciento menos de la carga normal. Wade teme que esa cifra pueda llegar hasta el 65 por ciento a finales de este año si se materializan los pronósticos más pesimistas.
“Estamos perdiendo una bestialidad de carga”, dijo Wade.
Los dueños de barcos también están aumentando los costos para compensar el riesgo de quedar atrapados en las aguas poco profundas.
El precio promedio de un viaje marítimo se ha duplicado con creces desde mayo, pasando de 15.000 dólares diarios a 35.000, según Gustavo Idígoras, presidente de Ciara-Cec, la cámara que representa a las empresas exportadoras de cereales.
La bajante del río Paraná elevó a 315 millones de dólares el costo de la exportación de productos agrícolas procedentes de Argentina en el período comprendido entre marzo y agosto, según un cálculo de la Bolsa de Comercio de Rosario. Más del 80 por ciento de las exportaciones agrícolas del país, incluida la casi totalidad de la soya, el principal cultivo comercial argentino, pasan por el río de camino al océano Atlántico.
La falta de agua también está encareciendo la energía tanto en Argentina como en Brasil, donde el bajo rendimiento de las represas orilla a los gobiernos a depender en mayor medida de fuentes de energía más costosas.
El Club Náutico Sportivo Avellaneda, a orillas del río en Rosario, tuvo que reforzar los muelles que de pronto corrían el riesgo de derrumbarse. Los veleros y los pequeños yates están anclados.
“Esta parte por lo general tiene cuatro metros de agua y ahora no tiene nada”, dijo Pablo Creolani, presidente del club. “Nunca pensamos que podría pasar algo así”.
Los científicos dicen que es probable que este tipo de sequía sea más común en el futuro y que provoque cambios en el ecosistema local que podrían ser irreversibles
“Tal vez no sea la nueva normalidad, pero es una nueva situación que ya no será tan poco frecuente”, dijo Walter Collischonn, hidrólogo de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul de Brasil.
Algunos culpan a Brasil, el vecino gigante de Argentina, donde los organismos de protección del medio ambiente han sido vaciados y el gobierno busca facilitar la explotación de minas y tierras en la Amazonia.
“Esto se debe al desastre que están haciendo en Brasil. Talaron todo”, dijo Gabriel Callegri, un pescador de 50 años de El Espinillo. “¿Quién no está enojado con eso?”.
A Viviana Aguilar, una jubilada de 60 años que lleva más de dos décadas remando por el río Paraná, le cuesta creer lo mucho que ha cambiado el paisaje en el último año, ya que han surgido islas donde antes solo había agua.
“La humanidad es la que está atentando contra la naturaleza”, dijo.
Manuela Andreoni colaboró con reportería desde Río de Janeiro.
Fuente New York Times