Ivonne Bordelois: Tenía que saldar una deuda con ella. Los dos pilares de mi formación fueron la universidad, donde había profesores como Raimundo Lida y Amado Alonso, entre otros, y la revista “Sur”, la revista de Victoria, donde me acerqué al grupo de Pepe Bianco y Enrique Pezzoni, gente brillante, cosmopolita, que estaba al tanto de todo en literatura, en teatro, en cine, en música, en todo. Otro estímulo fue mi indignación al ver cómo, con una tonta suficiencia, muchas investigadoras que se consideran progresistas y feministas, menosprecian a una mujer que fue única en su especie. No se puede seguir desconociendo lo que significó Victoria Ocampo. No se entiende que se den cuenta de lo que fue el feminismo de Victoria, su grandeza, interés y complejidad, como lo muestro en el capítulo de la confrontación, de la relación entre Vella y Virginia Woolf (con la que se podría hacer una película o una obra de teatro). No es posible que Victoria esté ahí arrinconada. Hay mucha ignorancia y resentimiento. En cualquier otro país habría monumentos y calles recordándola. Ese fue el motor de “Victoria, paredón y después”.
P.: ¿Victoria tuvo en su contra ser “aristocrática, bella e inteligente”?
I.B.: Tuvo la maldición de ser una persona con los medios suficientes como para llevar adelante una empresa cultural argentina internacionalmente prestigiosa, fue algo que le resultó imperdonable. Fue una gestora cultural que ofreció la literatura en valores siempre polémicos.
P.: Últimamente se la menciona como la hermana empresaria de la talentosa Silvina Ocampo.
I.B.: Ha habido una especie de gran sarampión a favor de Silvina, que se ha encumbrado. He oído calificarla de “gran maestra de las letras argentinas”. También a ella le costó llegar a esa graduación. Silvina me gusta mucho pero pienso que su obra, comparada con la de Victoria, es sumamente desigual, sobre todo en poesía. La familia Ocampo se puede jactar de haber engendrado dos personas completamente en las antípodas. Creo que ha habido retraso en reconocer la grandeza de Silvina, que es comparable a la grandeza de Victoria en otro nivel, en una zona muy diferente. Es muy bienvenida la nueva apreciación de Victoria que se está dando no sólo por mi libro sino por varios otros que han ido saliendo.
P.: Victoria fue una mujer socialmente desafiante, tanto por su feminismo como por su libertad de presentar con naturalidad sus amantes.
I.B.: Tuvo mucha gracia para incursionar en territorios que eran prohibidos a las mujeres de su época. Fue la primera en manejar un auto. Se lo enseñó su amante Julián Martínez, el primo de su marido. Aprendió a manejar para poder llevar adelante su relación con Julián, porque si no los choferes que la llevaban a sus encuentros eran proclives a contar sus fechorías, no le convenía. Tuvo mucho ímpetu, mucha voluntad de explorar situaciones que eran absolutamente insólitas para las mujeres de su clase y de su tiempo. La aristocracia no la tragaba porque ella rompía con las pautas de su clase, resultaba imperdonable. Lo mismo la Iglesia. Monseñor Franceschi la declaró “persona no grata” y dijo “no la dejen entrar al Colón porque es un mal ejemplo con su vida disoluta”. Tuvo que pelear mucho, mucho. El pensamiento actual tiene que reconocerla como una importante pionera.
P.: En la lista de los amantes de Victoria, que usted va dando, aparece Jacques Lacan.
I.B.: Se conocieron en una comida en lo de los Errázuriz, en París, después cada uno se fue a su casa. A las cuatro de la mañana sonó el teléfono en el hotel en que se hospedaba Victoria. Era Lacan. ¿Qué te pareció la cena? Un bodrio. A mí también, pero me permitió conocerte, y me gustaste mucho, ¿puedo ir a verte ahora? Y… vení. Y él se cruzó París en taxi para ir a estar con ella. Años después aún Lacan le manda sus libros con un “A Victoria, mon amour”. Ella lo vio más tarde, cuando él ya era famoso. Victoria siente cómo si la gloria de él fuera una coraza que lo aleja de ella. Además, ella no creía que tuviera la dimensión que él mismo se daba.
P.: No reprimía opiniones, así se tratara de Lacan o de Borges.
I.B.: Lo de Borges se debió a que se comportó alevosamente con ella. Hizo bien en denunciar esa faceta de Borges frente a la veneración desmedida y acrítica que hay de él. Cuando vinieron de París a hacerle una entrevista, le preguntaron sobre la revista Sur y el habló con mucho desapego, cuestionando que faltaran secciones (donde por otro lado él las había escrito). No tomó en cuenta que venían a verlo porque dos de los amantes de Victoria y colaboradores de Sur, el sociólogo Roger Caillois y el novelista Drieu La Rochelle, lo habían hecho famoso en Francia. Drieu dijo “Borges bien vale el viaje a Buenos Aires”. Ellos le prepararon el camino del conocimiento europeo. Victoria se enojó con la actitud de Borges y sentenció “no se merece el talento que tiene”, en una nota que publicó en La Nación defendiendo la revista Sur de los comentarios de Borges.
P.: Los textos de Victoria que aparecen en su libro la muestran como una notable ensayista y una retratista excepcional.
I.B.: Busqué mostrar que no era una cholula que corría tras los escritores famosos sino una persona lúcida que muestra tanto el lado luminoso como los oscuros de sus entrevistados, basta con recorrer los retratos de la marquesa de Noailles, de Gabriela Mistral, de Jean Cocteau y cualquiera de sus muchos otros. Albert Camus escribió “sus Mémoires constituyen una especie de monumento sobre todo lo que hubo de grande en nuestro tiempo”.
P.: Y, ¿ahora en qué está?
I.B.: Acabo de publicar el libro de poemas “Torcaza y delantal celeste”, en la editorial El Nudista de Córdoba.