Las vacunas han atenuado la parte más dramática de la pandemia, pero ésta sigue sin dar tregua a la vida cultural de los barrios de Madrid. Lavapiés, por ejemplo, ha empezado el año con mal pie. Tras el adiós de El Pavón Teatro Kamikaze, que aguantó heroicamente todo lo que pudo, y también de Casa Patas, todo un icono histórico derrotado por los devastadores efectos de la crisis sanitaria sobre el turismo, ahora caen otros tres referentes del ocio en una de las zonas más castizas del centro de la capital. Uno de ellos viene a sumarse a la debacle particular que sufre el mundo del tablao flamenco. Se trata de El Candela, que echa el cierre quedándose a las puertas de celebrar su cuadragésimo aniversario. Enrique Morente, Camarón de la Isla, Paco de Lucía, María Maya, Pepe Habichuela, Ray Heredia, Antonio Canales, Javier Limón, Sara Baras, Tomatito o el mismísimo Sabicas solían frecuentar este local de inigualable solera, tanto para lucir su arte como para disfrutar de sus interminables noches y de sus alegres horas del vermú después de pasear por el Rastro. Ubicado en la esquina de las calles del Olmo y El Olivar, fue inaugurado en 1982 por Miguel Aguilera Fernández, conocido como Miguel Candela, todo un agitador de la escena flamenca que se hizo famoso por ser el mejor de los anfitriones, además de por sus encarnizadas partidas de ajedrez con Morente a altas horas de la madrugada. Cuenta la leyenda que el cantaor granadino llegó a pasar tres días seguidos celebrando su cumpleaños en la cueva del local, el sótano al que se accedía atravesando el espacio principal y bajando las escaleras. Uno de los últimos clientes de la tienda de discos Revolt, ayer – BELÉN DÍAZ
Allí fue donde Mario Pacheco, el audaz jefe del sello Nuevos Medios, conoció por primera vez a los miembros de Ketama; donde explotaron La Barbería del Sur y donde muchos madrileños descubrieron a Rafael Riqueni; o donde Potito, Sorderita, Duquende, Remedios Amaya, Antonio Carmona y el Indio Gitano grabaron el disco ‘¡En un ratito!’ ante un joven Alejandro Sanz como privilegiado testigo (cuentan que le preguntó a Miguel Candela por qué nunca ponía su disco, y éste le contestó «porque cantas mú malamente»). La fama de local juerguista donde todo el mundo se partía la camisa le jugó alguna mala pasada al Candela. Como en el año 2000, cuando una redada de treinta policías irrumpió en el local, desalojando y cacheando a clientela y a flamencos ilustres como Tomatito o el dúo jerezano Navajita Plateá, sin mayor éxito que la incautación de una pequeña cantidad de hachís. Veinticinco años después de convertir su tablao en uno de los templos flamencos madrileños por excelencia, Miguel Candela apareció muerto a unos pocos metros de sus puertas, tras caer en extrañas circunstancias de la azotea del edificio de enfrente, donde tenía su casa. Pero su legado siguió vivo gracias a su hermano Octavio, que se hizo cargo del negocio y consiguió darle un nuevo impulso a nivel turístico. Son muchos los clientes del Candela que han expresado su tristeza por este cierre, que hurga con crueldad en la herida de la escena flamenca de la capital. «Con el cierre de Casa Patas y el Candela, el Madrid de El Rastro y sus alrededores pierde dos emblemas fundamentales del flamenco en la ciudad. Lugares que transitó Camarón, en una zona que siempre tuvo mucho arte y que nadie parece querer proteger», ha escrito en Twitter el periodista y escritor Jacobo Rivero. «El cierre de El Candela es el fin de todo un Madrid, el de la bohemia de El Rastro y Lavapiés, herencia de los años salvajes de Camarón. Una pérdida irreparable. A algunos nos quedará el consuelo de haber encontrado allí, de madrugada, algo parecido a la felicidad», dice el escritor Aitor Romero. Canción triste de la calle Tribulete
Ayer fue el último día que abrió sus puertas otro local de Lavapiés que, aunque llevaba mucho menos tiempo en el barrio, se había ganado el cariño de los vecinos y de los melómanos de todo Madrid. Es la tienda de discos e instrumentos Revolt Music & Records, que apenas llevaba dos años en el número 18 de la calle Tribulete, y por la que a veces se dejaban ver músicos ilustres como Guille Galván de Vetusta Morla. También vendía libros y ropa, y su local incluso fue la sede del taller de montaje de ‘No somos nada’ el documental del director Javier Corcuera sobre el grupo La Polla Records. El cartel de ‘se vende’ ya cuelga del bar El Chiscón – BELÉN DÍAZ
El pasado mes de noviembre, su dueño Alfredo Álvarez ya avisó de que la «pandemia y la gentrificación» lo estaba poniendo en una situación límite que, finalmente, le ha desbordado. «Llegamos aquí apenas unos meses antes de que todo se viniera abajo», explica a modo de despedida. «La relación de Revolt con la propiedad siempre fue tensa, en las primeras semanas nos enteramos de que el local se inundaba cada vez que llovía, algo que llevaba ocurriendo más de diez años pero que casualmente se olvidaron de contarnos. Con la llegada del Covid la cosa se vuelve más turbia negándose en todo momento a ajustar el alquiler, aún a sabiendas de que apenas acabamos de abrir y que habíamos invertido una ingente cantidad en el acondicionamiento del local. Los intentos de negociación no dieron resultado, poniéndonos una demanda por impago». Álvarez consiguió que le concedieran un préstamo ICO que le permitió afrontar «al cien por cien» la deuda para evitó el desahucio, y además pactó con el propietario que si se cumplía esta condición, este 1 de enero se renovaría el contrato. «Pero lo cierto es que nos volvieron a mentir y hace unas semanas nos anunciaron su intención de no renovar», asegura. «Para mejorar las cosas ahora nos piden 3600 euros de costas por su procurador y abogado, este último es el nieto del propietario. La cantidad casualmente es casi la misma que tienen de la fianza. Así que reconocemos que nos sentimos agotados, han sido tres años muy duros pero salpicados de algunos momentos maravillosos». El local ya ha sido puesto a la venta por 390.000 euros, y ahora, la intención de Álvarez es buscar otro local en Lavapiés para reabrir su tienda de discos sin moverse del barrio. Pero está complicado: «No encontramos nada que se adecúe, el precio está desorbitado», asegura. El tercer caído en combate contra el coronavirus, que también va a ser muy echado de menos por la gente de Lavapiés y más allá, es El Chiscón, uno de los bares más populares, comprometidos y veteranos de la zona. Llevaba más de un cuarto de siglo en el número 45 de la misma calle Lavapiés (antes ya había estado unos cuantos años ubicado en la acera de enfrente), mantenía la vieja tradición del calimocho servido en vaso de mini y el punk-rock a todo volumen, y organizaba presentaciones, jam-sessions y showrooms. Además solía participar en iniciativas vecinales como el festival de tapas que se celebra todos los años en las calles del barrio, Tapapiés. Su dueña de toda la vida, Mercedes, murió antes de empezar la pandemia.
Fuente ABC