Por Laureano Pérez Izquierdo
El 4 de noviembre de 2005 Hugo Chávez decidió convertirse en el verdugo de una oportunidad única para la región: ser socio de Estados Unidos y Canadá en materia comercial y acercarse políticamente a la Casa Blanca. Hoy, los impulsores de la CELAC quieren reflotar ese espíritu chavista
Hugo Chávez estaba eufórico. Lucía triunfante. Se creía la reencarnación del mismísimo Simón Bolívar, aunque con la única osadía militar en su historial de haber encabezado un golpe de Estado contra un gobierno democrático en 1992 en Caracas. En aquel entonces, el rebelde teniente coronel fue derrotado y humillado. Pero 13 años después, ya presidente y frente a esa multitud con banderas de Cuba, Venezuela, Argentina y Bolivia, respiró al fin su revancha. El militar sintió que había vencido al “imperio yanqui” luego de persuadir a casi todo el subcontinente de tumbar el acuerdo del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).
Esa iniciativa comercial -y también política- había sido un compromiso asumido por las naciones de América Latina en 1994 y al cual George W. Bush quería dar inicio en la convulsionada IV Cumbre de las Américas desarrollada en Mar del Plata, una de las ciudades turísticas más concurridas de la Argentina a la que se acercó el presidente de los Estados Unidos. Las reuniones y las exposiciones empujaron al fracaso final del entendimiento y el eje compuesto por Fidel Castro, Chávez, Lula da Silva y el anfitrión Néstor Kirchner festejó.
“Nosotros, camaradas, compañeros, amigas, amigos todos, hemos venido aquí hoy a muchas cosas, a caminar, a marchar, a saltar, a cantar, a gritar, a luchar, pero entre tantas cosas de las que hoy hemos venido a hacer aquí en Mar del Plata hoy y cada uno de nosotros trajo una pala, una pala de enterrador, porque aquí en Mar del Plata está la tumba del ALCA”, gritó Chávez ante la excitación popular. Y remató: “Vamos a decirlo: ¡ALCA, ALCA, Al carajo!, ¡ALCA, ALCA, Al carajo!”.
En esos tiempos dorados -como consecuencia de materias primas y commodities en valores celestiales- el chavismo tenía resto suficiente para sostener a su socio cubano con abundantes petrodólares más otros negociados oscuros, y subvencionar el combustible de los venezolanos sin que el pueblo sufriera sobresaltos. Los “espejos de colores” ya no venían del otro lado del Atlántico. Eran tiempos de vacas gordas y Chávez -gracias a los consejos del dictador Castro– prefería mostrarse antagonista a la Casa Blanca y pretendía erigirse como la voz de los desamparados latinoamericanos, víctimas históricas de los planes mefistofélicos de los sucesivos “imperios”.
Fue así que Kirchner preparó el escenario y facilitó las herramientas para que gran parte de la región -aún faltaban pocos meses para el arribo de Evo Morales (presente en el acto) a Bolivia y algo más de un año para la irrupción de Rafael Correa en Ecuador-, pudiera concretar una victoria pírrica frente a Bush. El insulto al presidente republicano redundó en un proceso de aislamiento cada vez más profundo de esas naciones identificadas con el Socialismo del Siglo XXI, que comenzaron a buscar socios de frágil institucionalidad democrática como Irán, China, Turquía y Rusia. Ironía del destino: todos regímenes imperialistas. Pero imperios amigos.
Más de 16 años después, el panorama de aquellos países que renegaron del ALCA no es alentador. En 2005, Venezuela alcanzaba un PBI de 145 mil millones de dólares. Hoy, esa cifra se redujo a 40 mil millones. La inflación pasó de 14,4% en 2005 a 1.200 por ciento en 2021, según datos del Banco Central de Venezuela. La pobreza, de 37,9% el año del discurso en Mar del Plata a 94,5%, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) 2021. En ese tiempo que abarca el auge de Chávez y el derrotero dictatorial de su delfín Nicolás Maduro, las instituciones han palidecido de manera colosal: presos políticos por miles, violaciones sistemáticas a los derechos humanos, una oposición perseguida y un permanente fraude electoral empujaron fuera del territorio a millones de venezolanos que huyeron de la pobreza, la inseguridad y el chavismo.Los venezolanos hacen largas filas con latas y tanques para obtener agua en Caracas
La Argentina, por caso, tampoco está mejor que hace 16 años. Tras padecer una de las más dramáticas crisis sociales de su historia en 2001-2002, el país había logrado renacer gracias a una fuerte devaluación y a los precios internacionales de las materias primas que exportaba muy favorables. También, merced a una ecuación económica simple que vigilaba tanto el superávit fiscal como la balanza de pagos. Sin embargo, por necesidades políticas ese rumbo se perdió y el valor de las commodities comenzó a caer. Luego de crecer durante años a promocionadas “tasas chinas” -como se repetía en la coalición gobernante- las estadísticas oficiales comenzaron a ser cuestionadas. Los guarismos del producto bruto, la inflación y la pobreza generaban desconfianza en los mercados y el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) había perdido total credibilidad. La economía comenzó una caída en cámara lenta abismal hasta la actualidad: la inflación supera el 50% anual y la pobreza afecta al 40% de la población.
Cuba, en tanto, nunca iba a ser parte de ese tratado de libre comercio que proponía Washington. Pero ya sin tantos petrodólares provenientes de Caracas y sin otros negociados más negros aún, incrementó todavía más la pobreza de la población en la pasada década y media. Paralelamente los derechos de la población también se contrajeron. La dictadura cruje. “El régimen de La Habana provocó en 2021 al menos 9.705 acciones represivas contra la población civil, entre ellas 2.717 detenciones arbitrarias y 3.743 retenciones ilegales en viviendas, en el peor año de las últimas dos décadas para los derechos humanos en Cuba”, señaló en su último informe el Observatorio Cubano de Derechos Humanos. El hambre y las faltas de libertades han provocado que el año pasado miles de cubanos salieran a las calles a protestar. El engranaje represivo de la isla actuó con crueldad ante la indiferencia y complicidad de gobernantes regionales.
Brasil, que jamás comulgó con políticas económicas extravagantes y mantuvo su productividad y su comercio internacional a todo vapor, sólo sufrió algún que otro sacudón en sus cuentas públicas. El Partido de los Trabajadores (PT) de Lula únicamente se prestaba para las fotos y algún discurso de barricada, pero mantenía excelentes relaciones con todos. Sobre todo con Washington. La habilidad de Itamaraty es una tradición que ningún presidente deja de lado en Brasilia. Incluso hoy, es probable que el ex sindicalista compita contra Jair Bolsonaro en las elecciones de octubre junto a un ex rival empapado en liberalismo y de centroderecha, Geraldo Alckmin.
En Mar del Plata, en aquel caluroso noviembre, el eje chavista argumentó que había demasiadas “desventajas” y “desequilibrios” entre Estados Unidos o Canadá y el resto de los países de América. Sin siquiera discutir la manera de amortiguar esos desajustes e intentar coordinar los mecanismos que pudieran llevar desarrollo al resto de las naciones de la región, Castro y Chávez dieron la orden de romper y aleccionar a la mayor potencia planetaria. Un error histórico que consiguió empobrecer más a las poblaciones de la región a la luz de los resultados.Diego Maradona fue orador principal del acto realizado en el estadio mundialista en el marco de Cumbre de los Pueblos en 2005
Ese temor por los “desequilibrios” continentales tienen un ejemplo clarísimo hoy en el principal socio regional de la economía norteamericana: México. Andrés Manuel López Obrador, AMLO, podría ser un gran vocero de las mieles por el Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Este acuerdo que comenzó a regir en julio de 2020 representan para los mexicanos el 84% de sus exportaciones, el 46% de sus importaciones y el 66% del comercio total del país, según datos del Ministerio de Economía. Durante años, el Palacio Nacional negoció punto por punto con Washington y Ottawa. AMLO, un líder autopercibido de izquierda, es presidente desde el 1° de diciembre de 2018 y sólo ha salido de su territorio para visitar otra patria: su vecino Estados Unidos.
Este jueves y viernes, se reúne la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) en Buenos Aires. El gobierno argentino será el anfitrión de la cumbre. Quiere su conducción y probablemente la consiga gracias al apoyo de Maduro y de la Nicaragua de Daniel Ortega. La Celac, creada por Cuba y financiada en su génesis por los barriles chavistas, aspira a ser un espacio de confrontación y hostilidad contra la Casa Blanca. Sin embargo, en términos concretos no tiene peso específico alguno. Sin presupuesto, sin presencia en Naciones Unidas y sin contar entre sus miembros ni siquiera a Brasil, es poca la influencia que pueda tener en el ámbito internacional. Pero además, una idea alocada y provocadora ronronea ese ámbito semi-diplomático: que la China de Xi Jinping tenga más injerencia en los asuntos latinoamericanos, algo que tienta a varios gobernantes flacos de recursos.
La intención de Cuba es convertir a ese foro nacido en 2010 en un polo opuesto a la Organización de los Estados Americanos (OEA) que preside el uruguayo Luis Almagro y de la que sí participa Estados Unidos. De esta manera, quizás los regímenes de Miguel Díaz-Canel, de Ortega y de Maduro tengan más platea y consigan mayores apoyos aunque sea de sus mismos socios regionales. Jamás se condenará, en aquella “Comunidad”, las violaciones sistemáticas a los derechos humanos o se pondrá la lupa sobre elecciones fraudulentas. Así, pero con menos pompa y personajes devaluados en su notoriedad, la Casa Rosada buscará reeditar un error cometido hace 16 años y tropezar dos veces con la misma piedra.
Fuente Infobae