Aún tengo vívidos los recuerdos de Filomena. Quedan pinos desmochados por la Casa de Campo, y aquellos días negros/ blancos, están a la que saltan en la memoria. Y el frío siberiano, y un sol que no calentaba en la estepa. Fue entonces, sí, cuando el suelo crujía y las caderas se partían y a la masa arbórea de la Capital y alrededores el hielo abrasador del poeta mataba una vida. La de un pino, un suponer, que hubiera visto la batalla de Madrid. Sigo fascinado por aquel sol, que ya dije que era inopinado en el crepúsculo y por la parte de Pozuelo. Lo peor fueron las cornisas caídas, y que la Ciudad quedó chata en lo verde. Por el… Ver Más
Fuente ABC