A los músicos de esquina a la intemperie se les va a prohibir el amplificador. No me parece mal la normativa, alcalde, y mire usted que ya me cuesta admitir cualquier sometimiento para el artista callejero, que suele salirnos un cruce de talento y vagabundo. Y ahí están, como una postal alegre, voluntariosa y algo aterida de la biografía de la ciudad. Podrán seguir a lo suyo, en la calle cruda, pero sin el amplificador. Porque al vecindario el amplificador les da mala vida, pero no tanto el músico. No encuentro en estas novedades ningún pleito entre vecinos y cantantes, aunque sí entre vecinos y decibelios, y esto viene muy crispado y encendido, últimamente, porque las terrazas Covid son una verbena, y porque durante el confinamiento ha redescubierto los sagrados silencios el madrileño. Y ahora no le sobran al madrileño los músicos, pero sí el amplificador de los músicos, que es un reguetón avivado de dar la tabarra, aunque toquen el repertorio clásico de Sabina. La prohibición de estos altos decibelios se aplicará enseguida en el Centro de Madrid, que es por otra parte el círculo donde se nos emplean los músicos o cantantes de cielorraso, que igual te colocan una traviata que un bolero. Les van a dejar la guitarra, o el tambor, incluso, pero no las artesanías de intendencia que le pongan altavoz a todo eso. Cacharros, no. Hubo un tiempo en que se llegó a pedir un breve examen a los músicos callejeros, como si un tipo que canta de vocación a Dylan tuviera que reunir algunos años de conservatorio, pero con este bachillerato absurdo acabó Carmena, que les dejó barra libre de ‘show’ a los que cantan en el metro, o en la plaza de Callao. Eso es historia pasada. Pero Madrid es cada día una ciudad más ruidosa, alcalde, con algo de patio de vecinos ensanchado hasta la calle misma, con algo de jarana de mercado alrededor de un semáforo. Esto es verdad, y yo creo que una verdad con poco remedio. Pero en estos desórdenes no sobran los músicos, aunque quizá sí el amplificador portátil, que convierte la música en una megafonía. Al que no cumpla, le caerá una multa. Da igual que toque el acordeón como un patán o que improvise al violín una melodía de teatro. Pues vale. Músicos sí. Vocinglería no. A ver ahora sí también esto funciona para los vándalos que ponen discoteca cada día en la feria interior de los pisos turísticos. Que esto también es urgente en la partitura de la convivencia.
Fuente ABC