Madrid es mucho más que el centro. No hay más que ver lo que pasa en uno de sus extremos, el noreste, donde florecen -y nunca mejor dicho- tres de las más bellas zonas verdes que se pueden disfrutar en la ciudad. Son mis lugares favoritos para esos paseos en busca de la tranquilidad perdida. Y como además están cerca, pueden verse del tirón -aunque sin prisa- en una mañana de domingo; y más si el tiempo acompaña, como apuntan las previsiones de la Agencia Estatal de Meteorología. Nadie debería pasar por Madrid sin visitar el Parque de El Capricho, un jardín-museo que lo tiene todo: recoletos rincones donde perderse con un buen libro, monumentos que sorprenden al paseante como el templete de Baco, o las construcciones que sus primitivos dueños mandaron levantar por divertimento, y que son joyas diseminadas se diría que al azar, con las que tropezarse sin intención durante un recorrido ocioso: la Casa de la Vieja, el Abejero, el Embarcadero, el Salón de Baile. Interior del búnker de El Capricho: diferentes dibujos en el suelo para señalar la entrada en una sala distinta – ISABEL PERMUYN
Eso, sin contar con el búnker de la Guerra Civil, que se extiende sobre 2.000 metros cuadrados, y a 15 de profundidad, y desde el que se dirigieron muchas operaciones. El mismísimo general Miaja utilizó uno de los salones del Palacete del Capricho para ubicar su despacho. El búnker puede visitarse, pero advierto que conseguir una reserva para las visitas guiadas es una tarea muy complicada. El Palacete de la Quinta Torre Arias – ABC
A tiro de piedra del Capricho se encuentra la Quinta Torre Arias, segunda parada de esta excursión. Al lugar se llega atravesando una gran verja de hierro en la calle de Alcalá. Y es como entrar en otra dimensión: el lugar, antigua residencia de la aristócrata Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, condesa de Torre Arias, tiene un encanto propio. Sus jardines aún son sólo visitables en parte, pero presentan rincones evocadores, algunos ejemplares arbóreos muy sobresalientes, y un palacio que esconde mucha belleza. Como la del antiguo gimnasio, con aparatos de madera y cuero, una reliquia de otro tiempo a la espera de su restauración. La sorpresa en Los Molinos
Unas manzanas más adelante, en la misma calle, es psoible entrar en la Quinta de Los Molinos, famosa por ser el paraíso de los almendros en flor. Cuando llega la temporada -ahora ya se acerca-, es un espectáculo descubrir esa enorme extensión de terreno cuajado de florecillas blancas y rosadas, hasta allá donde uno mire. Es un milagro anual que apenas dura unos días, pero conviene no perderse. Y que atrae hasta este parque a miles y miles de madrileños, cámara en ristre, deseosos de inmortalizar el momento. Almendros en flor en la Qinta de Los Molinos – MAYA BALANYÀ
La Quinta, no obstante, es más que esa explosión de la naturaleza: son muchos los lugares por descubrir, pero animo al lector a que se interne en sus paseos hasta que encuentre la antigua pista de tenis, con reminiscencias art decó. Una auténtica delicia. Desde el parque se accede directamente a un antiguo palacete habilitado ahora como centro de actividades para niños y adolescentes, Espacio Abierto,un lugar donde la creatividad es el valor supremo. Tras tanto caminar, es obligado reponer fuerzas. No se me ocurre mejor fórmula para hacerlo que enfilar la calle de Alcalá hacia Ventas y detenernos en la plaza de Quintana, para solazarnos con unas patatas bravas en el Docamar. Nada más típico de Madrid, después del bocata de calamares, que unas bravas. Y aquí presumen de vender las mejores desde 1963.
Fuente ABC