Jaime de los Santos (Madrid, 1978) fue consejero de Cultura con Cristina Cifuentes y es diputado regional y senador por designación autonómica por el PP. Hoy sale a la venta su primera novela, «Si te digo que lo hice» (Espasa), una mirada a España a través de los ojos de una mujer nacida en el 39 y criada en la más dura postguerra. ¿Porqué la literatura, desde cuándo? Me encanta escribir, y además cuando escribo soy feliz. Siempre he leído, mi padre es un lector infinito, en mi casa siempre he estado rodeado de libros. Y además, mi madre toma una decisión muy inteligente, para mí de las más, que es con 11 años apuntarme a una escuela de teatro, donde se me introduce todavía más en el mundo de la literatura: ahí descubro a mi adorado Federico García Lorca. Esta novela ha sido un viaje de 18 meses, a través de una España que me interesa mucho, la de la postguerra y la dictadura, con una voz femenina, porque más allá de quién sea o lo que me guste, siempre he dicho que tengo una parte femenina muy desarrollada. Existe la leyenda de que las primeras novelas siempre son autobiográficas. ¿Hay algo de su vida en esta? Hay cosas, emociones que era incapaz de trasladarlas sin pensar en lo que yo había sentido. Cuando hablo del amor, no he sentido muchas de esas cosas pero hay otras que sí. Cuando hablo de las relaciones entre hermanas, consciente e inconscientemente salgo yo. Pero luego, hay muy poco de mí: soy muy feliz, una persona que trabajo por serlo, porque creo que la felicidad se entrena, y en esta novela hay poca felicidad. Quería que Elvira (la protagonista) fuese ese vórtice de aquella España, donde los mimbres no eran ni mucho menos los de la construcción de una vida feliz. Por cuestiones tan sencillas como que no había una educación emocional, no había libertad, no había ni siquiera espejos en los que poder mirarte, porque todo estaba absolutamente constreñido. De eso habla la novela, de cómo una educación castrante durante 40 años no sólo transformó aquella España sino que a través de la educación, en segundo nivel, ha llegado hasta nosotros. Cómo nuestros padres y madres, en tanto en cuanto víctimas de aquello, y haciéndolo lo mejor posible, todavía han depositado en nosotros, generaciones que hemos nacido en democracia, parte de todo aquello. Es imposible, cuando escribes no hablar un poco de tí. Pero insisto, con mucha distancia. ¿Cómo ha conseguido un hombre meterse de esa manera en la piel de una mujer? Al principio, dudé si escribir la historia en tercera persona, o realmente ser Elvira, una mujer que nace en septiembre de 1939, con todo lo que eso implica, que no es las mujeres de hoy sino que está absolutamente atravesada por esa educación. He tenido la suerte de vivir rodeado de mujeres: cuatro hermanas que lo han sido todo; tengo una madre muy poderosa en todo. Y siempre he tenido amigas, y tías, y primas, y mi única abuela era mujer. Eso me ha ayudado porque he convivido con vuestra realidad, que no es que sea distinta, pero tiene sus características. Y me he esforzado mucho, en este año y medio, en solo leer literatura escrita por mujeres, porque quería coger el tono… Desde Hillary Mantel a Maggie O’Farrell, a releer ‘Nada’ de Carmen Laforet… me apetecía volver a esas mujeres que hablan de sentimientos. Y luego, creo que en mi próxima vida, quiero ser mujer. Sinceramente. Hay dos protagonistas claras en el libro: una es la madre y otra es la muerte. En el fondo, la novela tiene que ver con Eros y Tanatos, como el 99 por ciento de las novelas de la historia universal. El Eros llevado a la maternidad, la Venus de la creación, no la del erotismo. Ella es la que quiere sepultar lo que ha sido la muerte en todos los sentidos: la muerte física pero también la de ideas, de sentimientos, de libertad de 40 años de dictadura, a través de la maternidad de esas 5 hijas que la dan vida pero que sin embargo, no termina de saber cómo educarlas porque lo que sabe es cuidar, pero no querer, porque a querer tienen que enseñarte. Y nadie la ha enseñado porque nadie la ha tocado, porque nadie la ha abrazado. Quería que quedara muy claro que en ese colegio religioso al que la envían de niña no hay ni un solo golpe; no hay ni una vejación; eso es lo que quienes quieren cargar contra la iglesia, que yo no, utilizan como herramienta fácil. Lo que hay es frío: un frío absoluto, el frío de los 5 de enero y los zapatos vacíos. Eso, al final, marca. Elvira es la gran protagonista porque ella es el gran catalizador de aquella España. Y es además la gran desheredada, porque es mujer, porque es nieta de un monárquico, que eso te arrincona. Porque ser republicano te convierte en mártir y ser del bando nacional te convierte en vencedor, pero es que los monárquicos, sobre todo en los años 40 y 50, son arrinconados por los dos bandos. Y encima es huérfana, hija de un alcohólico que se ha vuelto loco. Es la desheredada absoluta. Y luego, la muerte- Y luego, la muerte. Pero es que en la década de los 40, la muerte en Madrid, en España, en Europa, es el día a día, permanentemente están repicando las campanas por misas funerales. Y no sólo es la guerra, sino el hambre; el tifus en Madrid fue letal durante toda la década de los 40, por supuesto por la falta de salubridad, pero también por la escasa alimentación. En Madrid se sufrió de manera más sangrante la postguerra porque no había campo, ni un río o un mar del que sacar la materia prima para sobrevivir. La muerte es el día a día de Elvira. Y a ella le marca la muerte de su madre, un cáncer de pecho, quería que fuera esa porque es esa enfemedad que las mujeres padecen y sobre todo en otras épocas, las hacía irrecuperables. Quería hablar de amor, porque su padre se vuelve loco y se refugia en el alcohol porque ha perdido al amor de su vida. Elvira y España corren parejas Es que Elvira es la consecuencia de aquella España. Y es oscura, y es dura, y es una mujer en un país con un déficit de inteligencia emocional importante. Ahora estamos solventándolo, pero si durante 40 años todo o casi todo es pecado, si se te arrincona frente a incluso tus pulsiones más naturales, se vuelve un camino complejo. Cuando su protagonista descubre que su hija es lesbiana, le genera una primera sensación de rechazo. ¿La educación trasciende incluso a nuestros sentimientos? Los sentimientos, lo que hacían en esa época sobre todo era asfixiarlos. Se ponía por delante lo que habías aprendido a lo que realmente sentías. Yo siempre he sabido que era gay, me habían educado como el único chico en una familia conservadora. Supongo que a mis padres, y como a ellos a tantos y tantos de esas generaciones, les costaría asimilar que su hijo era gay. Y no por nada, porque nunca me hicieron pensar que fuera un problema, sino por eso que va indeleble a la paternidad, la protección de los hijos: ‘¿Y este hijo mío va a sufrir más?’ pues no, ya les digo que no. Imposible ser más feliz. Una de las mujeres de su novela dice una frase para recordar: “Nos quieren mansas, embridadas”. Es la verdad. Yo soy un feminista de los de verdad, convencido. Y a las mujeres se os ha querido embridadas, se os ha querido silenciar hasta hace 30-40 años. A los que critican de forma encendida al movimiento feminista, les recuerdo que aún con todos sus defectos, es el que ha conseguido que a las mujeres hoy se les haya dado su sitio. Y a las mujeres les debemos aún 4.000 años de historia. El siglo XXI es el siglo de las mujeres. «A las mujeres, da igual lo que sean, ministras o presidentas de una comunidad autónoma, se las sigue juzgando por cómo van vestidas, por cómo van peinadas, o por cuestiones que todavía conservan un poso machista importante» ¿No le parece que hay casos muy recientes, como los de Cristina Cifuentes, o Díaz Ayuso, donde se ve que aún se las quiere, por algunos sectores, mansas y embridadas? Cristina Cifuentes es una de las personas a las que más quiero, y hablar de ella y de lo que sufrió me cuesta. Si, efectivamente, hay ciertos hombres que todavía se rebelan ante mujeres poderosas. Son mujeres que tienen una idea muy clara de lo que quieren para la región en que gobiernan, y eso las hace indómitas, y eso hay a quien le cuesta. Pero son más necesarias que nunca porque son ejemplares. Como lo son nuestras madres: amén del viaje que han hecho desde aquella España a esta … es que para comprar un electrodoméstico o abrir una cuenta corriente necesitaban la firma del marido. Ellas han hecho un viaje desde aquello a la libertad más absoluta, y a veces de forma injusta, las juzgamos por no ser todo lo modernas que debieran. Pero si son las más modernas del mundo… En Madrid tenemos un arco político en el que, a excepción de Juan Lobato, portavoz del PSOE, todas son mujeres, y de armas tomar: Diáz Ayuso, Mónica García, Rocío Monasterio … pero sí, todavía leemos que a las mujeres, da igual lo que sean, ministras o presidentas de una comunidad autónoma, se las sigue juzgando por cómo van vestidas, por cómo van peinadas, o por cuestiones que todavía conservan un poso machista importante. Por eso sí creo -sin exagerar, porque eso nos convierte en caricaturas- en la necesidad de un lenguaje inclusivo, sin volvernos locos y sin saltarnos las reglas de la propia identidad lingüística.
Fuente ABC