MIAMI, Estados Unidos.- Recientemente la verbosa actriz y presentadora del programa de televisión The View, Whoopi Goldberg, donde un grupo de atildadas señoronas tratan de aleccionarnos sobre lo que acontece a nuestro alrededor, con dejos de ignorancia, descartó el racismo como un punto esencial para explicar el Holocausto.
Al instante de televisar semejante disparate, suscrito inicialmente por las otras anfitrionas, las organizaciones judías encargadas de velar por el legado de su historia y que no creen en el grado de celebridad de quien incurra en el dislate, dejaron saber su insatisfacción y lapidaron a la Goldberg recordando el hecho cierto de que seis millones de hebreos fueron masacrados por los nazis porque eran considerados una raza inferior.
El propio presidente de la compañía que transmite el programa ha suspendido la presencia de Goldberg por dos semanas, en vez de hacerla renunciar.
Traigo la anécdota a colación porque las víctimas del comunismo, también en el orden de los millones de muertos, no cuentan con una estructura tan eficaz como la judía para dilucidar improperios históricos.
Resulta incluso bien inquietante que el comunismo siga siendo una utopía por la cual abogan quienes no lo hayan sufrido. La memoria de sus crímenes también se ha ido disipando por los esfuerzos mancomunados de la izquierda internacional, llamada a resucitar el “fantasma” que pudiera volver a recorrer partes del orbe.
La filmografía referida al Holocausto, sus causas y consecuencias, es vasta en todos los géneros y suele distinguirse por su excelencia.
Las películas que analizan la dictadura del proletariado y su trampa social, al ser presentada como el mejor de los mundos posibles, no han tenido igual presencia e influencia, aunque desde que el socialismo real cayera en Europa se vienen realizando filmes sobre la maldad intrínseca del sistema y la herencia siniestra que aún sufren quienes lo padecieron durante décadas.
Servants (Servidores o Siervos pudieran ser dos traducciones libres del título), es una película de Eslovaquia, realizada por Ivan Ostrochovsky, que se desarrolla en un Seminario católico de la ciudad de Bratislava durante los siniestros años ochenta, cuando los miembros de la policía política de la otrora Checoslovaquia reprimían y asesinaban con total impunidad a los miembros de la iglesia católica ante la más mínima sospecha de infidencia.
Dos jóvenes llegan al mencionado Seminario para estudiar teología y rápidamente sabrán del miedo que agobia a la jerarquía eclesiástica del austero lugar, ante la amenaza de clausura por parte del régimen y el embrollo de complicidad y rebeldía que tal circunstancia provoca.
La policía política es cruel e inescrupulosa. A uno de los curas lo tienen sobornado por un hecho personal y delata lo que necesitan saber, incluso violando el sagrado secreto de confesión.
Hay una organización religiosa, cómplice del partido comunista, que celebra congresos donde todos son vigilados y votan por unanimidad.
Los escenarios descritos se asemejan a los sufridos en Cuba, aunque la diferencia más notable estriba en que la iglesia de Europa del Este contó con el arrojo de párrocos que terminaron siendo mártires, asesinados, mientras los de la isla han sido expulsados o chantajeados por el régimen que los ha puesto a su servicio.
Algunos profesores y seminaristas en la película Servants arriesgan sus vidas y escuchan en secreto a Radio Europa Libre, a la vez que les reportan incidencias de la represión a la emisora, mediante llamadas telefónicas cifradas.
Si los matones del régimen entrevén alguna sospecha de este clandestinaje, se montan interrogatorios ejemplarizantes en lúgubres escenarios frente al propio director del Seminario, donde un policía hace las preguntas y reclama la complicidad de la víctima, mientras otro amenazante da los gaznatones.
La película está filmada en un blanco y negro metálico, como de navaja. Reproduce el paisaje depresivo del comunismo en las antípodas de la felicidad.
Un sacerdote es abandonado en la cuneta luego de ser arrollado varias veces, el suicidio se manifiesta entre los seminaristas y una huelga de hambre no logra sus objetivos.
Cuando aparece cierta proclama de rebeldía en el mural del Seminario, al no encontrar el culpable la policía incauta todas las máquinas de escribir para cotejar la tipografía y castigar al religioso desleal con el socialismo.
La película es breve, concisa, reproduce a la perfección la pesadilla de ser mangoneado por una dictadura hasta la muerte si le resulta oportuno. Se ha ganado un lugar junto a obras maestras como Ida y Cold War.
El argumento pertenece al pasado para la historia europea, pero sigue siendo el presente de los cubanos.
Los judíos responden puntuales y castigan con los medios a su alcance, cuando les distorsionan o intentan cancelar su ordalía. Han fundado una cultura irreprochable con trascendentes obras artísticas surgidas del compromiso y la inspiración.
El rechazo al comunismo se abre paso con obras de valor, pero de modo más cauteloso. Las sociedades que sufrieron sus crímenes e incluso las que aún no han podido desembarazarse de tal tormento tienen la responsabilidad de reflexionar sobre lo acontecido en películas que perduren para recordar y evitar, dentro de lo posible, el regreso de tanta perversidad.
La película Servants se estrena este mes de febrero en el sitio Film Movement, luego aparecerá en otras plataformas de streaming.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org