Salió de prisión por buena conducta tras una violación y a los 88 días empezó a matar. Sesgó la vida de cinco mujeres con la misma forma de actuar: las recogía con su coche, las llevaba a un lugar apartado, las ataba con su propia ropa y las asfixiaba. Después, arrojaba sus cadáveres semidesnudos en puntos de la misma zona. Era ‘el asesino del círculo’. Joaquín Ferrándiz, conocido también como el depredador de Castellón, saldrá de la cárcel en julio de 2023 tras cumplir 25 de los 69 años a los que fue condenado a finales del siglo pasado, el plazo máximo de cumplimiento efectivo que contempla el Código Penal. De la prisión de Herrera de la Mancha, en Ciudad Real, no ha salido en todo este tiempo. Tampoco ha participado en programas de reinserción ni en terapias. Cuando llegue ese momento, tendrá prohibido residir -hasta 2028- tanto en la ciudad de Castellón como en los términos de Benicasim, Onda y Villarreal. Ferrandiz estaba en libertad provisional cuando cometió los cinco asesinatos e intentó llevar a cabo otro dos. Por ello, el fiscal del caso solicitó que el Estado pagara a las familias de las víctimas las indemnizaciones millonarias que se habían fijado, después de que el acusado se declarara insolvente. Un extremo que tanto la Audiencia de Castellón como el Tribunal Supremo rechazaron. Su historia se remonta a 1989, cuando arrolló con el coche a una chica de 18 años que circulaba en moto. Se ofreció a llevarla al hospital, pero de camino la violó. No se le detectó ninguna anomalía psiquiátrica. Era «una persona normal», según dictaminaron los forenses y los psicólogos. Ferrandiz era aplicado en los estudios, participaba en concursos literarios y culturales y hasta dirigía una revista para internos. Siempre negó los hechos. Con ello, y en medio de una campaña de firmas de la familia, que lo presentó como víctima, el 4 de abril de 1995 salió del Centro Penitenciario de Castellón en libertad condicional tras haber cumplido seis de los catorce años a los había sido condenado. A partir de ese momento «no suscitó nunca ningún tipo de sospecha». Sin embargo, y como se demostró tiempo después, era «un ‘cazador’ solitario de doble vida». Así título ABC su crónica el día en el que fue detenido por segunda vez. De lunes a viernes trabajaba en una compañía de seguros. Los fines de semana, a sus 32 años, mataba con «sigilo y clandestinidad». La desaparición de su primera víctima el 1 de julio de 1995, en Benicasim, causó una gran conmoción y un impacto mediático sin precedentes al tratarse de un episodio poco común en la zona. Ferrandiz se ofreció a llevarla a casa tras una noche de fiesta. Después la golpeó, la amordazó con una cinta adhesiva que acabaría por delatarlo y le ató las manos con su ropa. En un lugar recóndito y tras obligarla a andar hasta el lugar donde ocultaría después su cuerpo, la estranguló. El cadáver de Sonia Rubio se encontró por casualidad cuatro meses después, el 20 de noviembre, tras una intensa búsqueda y una enorme movilización popular. Las tres víctimas siguientes, asesinadas entre agosto y septiembre de 1995, fueron mujeres prostituidas y drogadictas a las que recogía con su coche de madrugada, en la misma zona, tras estar bebiendo en algún local. A Natalia Archelós, de 23 años, la asfixió rodeándole el cuello con una de las perneras de las mallas que llevaba. Un mes después, repitió el modus operandi con Francisca Salas, de 23 años, pero esta vez la estranguló con sus propias manos tras reducirla a golpes y atándole las manos con la ropa interior. La siguiente fue Mercedes Vélez, de 25 años, a quien conocía por haber sido novia de su hermano. Nadie las buscó hasta que sus cuerpos aparecieron con muy pocos días de diferencia -entre finales de enero y principios de febrero de 1996- y a escasos metros uno de otro. El condenado los había arrojado al camino denominado ‘Vora riu’, que confluye con la carretera de Almazora a Burriana. Una zona con abundante matorral y maleza junto al cauce sin agua del río Mijares. Pese a las similitudes, las tres muertes de ‘Vora Riu’ no se relacionaron con la de Sonia Rubio. De hecho, la Guardia Civil llegó a detener a un camionero como sospechoso de esos crímenes, pero las pruebas no eran contundentes y se le liberó en 1997 con la consiguiente indemnización. En febrero de ese año aparecía un quinto cadáver en una balsa de la zona llamada ‘Pla dels Olivers’, en el término municipal de Onda. Se trataba del cuerpo de la joven desaparecida Amelia Sandra García, de 25 años, con quien Ferrandiz había mantenido relaciones consentidas cinco meses antes. «Cuando ésta confiada se hallaba vistiéndose y desprevenida, aquél le golpeó la cabeza y el rostro con una piedra envuelta en una toalla, y posteriormenteutilizando el propio sujetador de Amelia le ató las manos, por detrás de su propio cuerpo, procediendo en esa situación el acusado a estrangularla con sus manos provocándole la muerte por asfixia», detalló la sentencia de la Audiencia de Castellón. Operación «Bola de cristal»
Ya en febrero de 1998, la UCO de la Guardia Civil se puso al frente de la investigación y revisó todos lo errores cometidos. La operación «Bola de cristal» conecta por primera vez los cinco crímenes y traza el perfil de un asesino en serie con la ayuda de criminólogos. Ese mismo mes, Ferrandiz vuelve a atacar, pero nada sale como tiene planeado. Un vecino de Castellón, alertado por los gritos de auxilio, observó desde su casa como el condenado abordaba a una joven de 19 años por la calle y la forzó, a golpes, a entrar en su coche. La chica llegó a perder el conocimiento, pero consiguió huir mientras el hombre recriminaba a Ferrándiz su actitud. Este se escusó asegurando que la víctima era su novia y discutían porque ella le había puesto los cuernos. Llegó a ser detenido pero quedó en libertad. No sería el último intento. En julio, cuando la Guardia Civil ya seguía sus movimientos tras el incidente anterior, deshinchó la rueda del coche de una joven de 21 años. Cuando la mujer volvió e inició su camino, el acusado la siguió con su vehículo. Apenas dos kilómetros después, la chica perdió el control del turismo y volcó. «De inmediato se detuvo el acusado auxiliando a [la mujer], siendo visto por los miembros de la Unidad Central Operativa quienes al haber visto todo lo realizado por Joaquín habían emprendido la persecución de éste para proseguir con la investigación y en último término para intervenir si hubiere de evitarse alguna acción delictiva. Estando inconsciente [la joven] debido a los golpes sufridos, Joaquín la cogió en brazos y la introdujo en su coche, siendo visto además por otras personas que se acercaron al lugar. El acusado llevó hasta el Hospital General de Castellón siendo seguido por varios coches de la UCO sin que conste que aquél se diere cuenta de ello», relató el fallo judicial en su apartado de hechos probados. El caso se cerró con el registro de la casa de Ferrándiz. Allí se encontró la cinta aislante de 18 milímetros -una medida que no se comercializaba- con la que tapó la boca y maniató a su primera víctima, Sonia Rubio. El investigado acabó confensando todos sus crímenes y ayudó a recabar más pruebas contra él durante la reconstrucción de los hechos, en los lugares que habían servido como escenario de los asesinatos. Según se determinó en el juicio y en la sentencia del 31 de diciembre de 1999, «el acusado padecía al tiempo de los hechos un trastorno de la personalidad polimorfo, que no le impedía gobernarse por sí mismo, en cuanto que entiende normalmente el contenido y sentido de las normas y tiene capacidad para ajustarse a ellas». Joaquín Ferrándiz se negó a declarar en la vista oral, pero sí lo hizo ante el juez de instrucción: «No violé a nadie. Eran mujeres y quería hacerles daño. De algún modo me satisfacía hacerlo, aunque me parezca increíble que esto pueda haber sucedido». «Creo que necesitaba demostrar que las odiaba, que tenían que pagar una culpa. No me habían hecho nada personalmente, pero quería destruirlas. Esa capacidad era para mí algo irresistible», aseveró. En dieciséis meses, rondando los 60 años de edad, volverá a estar en libertad.
Fuente ABC