Por Elisabetta Piqué desde Kiev, Ucrania.
En medio del escepticismo por el diálogo en Bielorrusia, hay versiones sobre un ataque implacable por parte de las tropas de Vladimir Putin
¿El asalto final? Ya es de noche en Kiev, la quinta noche de guerra. Y las noticias hablan de un ataque implacable de las fuerzas rusas contra esta capital que, en pocos días, de una ciudad viva, dinámica, se ha transformado en una lúgubre zona de guerra. Las negociaciones que hubo hoy en Gomel, localidad en la frontera de Ucrania y Bielorrusia, tal como esperaban todos en Kiev, una ciudad cercada, que resiste, pero descreída de que pueda haber una tregua con un “loco” como Vladimir Putin como adversario, al momento no tuvieron el mínimo éxito.
Quedó claro a las 18.41. Sin que ningún ulular de sirenas lo advirtiera, toda Kiev fue sacudida por dos violentas explosiones que hicieron temblar todos los edificios. El suelo y las paredes se movieron en forma impresionante, que heló la sangre. La alarma sí sonó momentos más tarde, preanunciando otra noche, la quinta, de terror, bajo fuego. Y, quizás, la más dramática. A las 21 locales otra bombazo volvió a sacudir las paredes de los refugios subterráneos.Camiones militares arrastrando bloquea de cemento para montar barricadas en la Plaza Kontraktova
En vista de una precipitación de la situación, a las embajadas que ya se habían mudado a la ciudad de Lviv, al oeste, muy cerca de la frontera con Polonia, días atrás, se sumaron en las últimas horas las legaciones de Francia, Egipto, Brasil e India. “Argentina, Santa Sede, Turquía, Armenia, Georgia y Croacia no se mueven”, dijeron a LA NACION fuentes diplomáticas, que no ocultaron preocupación por lo que vendrá.
No por nada, cuando comenzaba a atardecer, pasadas las cinco de la tarde, podían verse camiones verde militar del ejército ucraniano que montaban barricadas en la céntrica Plaza Kontraktova, en el corazón de Podil, el antiguo barrio de los artistas, que lucía más desértica que nunca. Mientras soplaba un viento gélido, el silencio sólo era roto por el ruido de los enormes bloques de cemento que iban siendo arrastrados por los camiones.
Y se respiraba un ambiente denso, lleno de tensión, esa falsa calma que precede la tempestad. Un ambiente totalmente distinto al que había habido al principio de la jornada, marcada por el fin de un toque de queda de 36 horas que obligó a todo el mundo a mantenerse bajo tierra desde el sábado a las 17 horas hasta las 8 de esta mañana.
Era entonces una jornada fría, pero de sol radiante. Y la verdad es que ya reinaba un enorme escepticismo en cuanto a las negociaciones para un alto el fuego que iban a darse a partir del mediodía.
Mientras algunos aprovechaban para seguir escapando de la ciudad -los rusos dieron autorización para salir a los civiles y Naciones Unidas calcula que ya 425.000 refugiados ucranianos- en Podil se veía a la gente resurgir de sus escondites bajo tierra. Había que salir a comprar comida, que empieza a escasear -tanto es así que se vieron escenas de desabastecimiento en todos los supermercados, tomados por asalto- y a tomar oxígeno, respirar aire, ver el sol.
Escepticismo
En una ciudad siempre desierta, sin autos, que había pasado una noche relativamente más tranquila con respecto a los últimos días, con menos bombazos, el clima igual era cada vez más surrealista. En la plaza Kontraktova una joven de jogging rosado corría dando vueltas alrededor de la estatua de Gregory Skovoroda, filósofo de origen cosaco ucraniano que vivió y trabajó en el Imperio Ruso a fines del siglo XVIII, con auriculares puestos. “No, no escucho música, sigo las noticias”, explicó a LA NACION, hablando inglés, Alexandra, que, aunque decía que eran “bienvenidas” las tratativas finalmente comenzadas hoy en Gomel, localidad en la frontera con la Bielorrusia aliada de Vladimir Putin, a cuatro horas al norte de esta capital, no creía que iban a cambiar nada.
“Putin está loco, quiere nuestra tierra, quiere ganar tiempo”, aseguró, destacando, por otro lado, que ella es una runner y que estaba a punto de enloquecer después de un encierro en un subsuelo de casi dos días.
Un hombre paseaba a sus dos sabuesos afganos, una señora con gorro de piel, su salchicha y Natalia jugaba con Matías, su hijo de 9 años. Como muchísima otra gente del barrio, Natalia, que es docente de inglés, se despertó temprano. Ni bien terminó a las 8 el toque de queda, acompañada por su niño, fue al supermercado a comprar comida. “Ya no me quedaba más nada en la heladera y tuve que hacer fila de ocho de la mañana hasta las once. Dejan entrar de a diez y dejan media hora de tiempo para comprar y la gente está confundida porque los estantes empiezan a estar vacíos. Ya no hay leche fresca, solo de larga duración, no hay huevos, pan, carne y sólo encontré verduras congeladas y pelmeny (el tradicional raviol ruso) congelados”, contó. “Espero mañana poder comprar más… Lo único que sigue habiendo en cantidad es todo lo dulce, así que él está contento”, dijo, señalando a su hijo.
¿Qué piensa de las negociaciones? “Para mí no van a funcionar. Putin tiene un plan, que es tomar nuestra tierra, Ucrania. Putin quiere ser el rey de toda Ucrania, él no quiere negociaciones. Nos está engañando. Creo que se volvió totalmente loco, está atacando a civiles, está matando a nuestros niños. Y alguno de sus colaboradores cercanos debería agarrar una pistola y matarlo para que se acabe esta pesadilla”, aseguró.
Coincide Maxime, ingeniero mecánico ahora desempleado de 35 años, gorro de lana gris, anteojos y arito, que también fue a hacer compras y también aprovechó para que su hijito, Boris, tomara un poco de aire. “Las negociaciones no tienen sentido, no van a dar ningún resultado. Desafortunadamente Rusia y Bielorrusia ya demostraron sus intenciones. Putin se metió en un juego demasiado peligroso y me parece muy difícil una salida diplomática. ¿Cuántos intentos hubo de negociaciones políticas en las últimas semanas y de todos modos llegamos a esto, una guerra, una invasión total?”, se preguntaba.
¿Cómo está viviendo la situación? “Aterrados, como todos. Estamos en un refugio, pensamos que es mejor quedarnos acá porque estamos rodeados por los rusos y salir en este momento de Kiev puede resultar aún más peligroso porque los rusos están atacando también en muchas otras ciudades… Tratamos de seguir adelante con la vida como podemos, con la educación de los chicos, haciendo lecturas”, dice. En ese momento una señora de campera bordó que lo precedía en la larga fila que hay frente al supermercado, rompió en lágrimas. “Están atacando muy cerca de acá, están llegando”, dijo en ucraniano, según tradujo Maxim.
Se sumó al coro de escépticos y desconfiados Anton, que contó que es sociólogo, político y mánager de inversiones, de 31 años. “Las negociaciones no van a llevar a ningún lado. Los rusos están comprando tiempo”, afirmó. “Putin sólo podrá cantar victoria si toma Kiev, nuestra capital y por eso estas negociaciones son para ganar tiempo y prepararse mejor, porque se dio cuenta que, aunque tenemos recursos mucho menores, los ucranianos estamos resistiendo con todas nuestras fuerzas”, agregó, al precisar que es parte de un grupo de voluntarios dispuesto a luchar y a defender la capital.
Al respecto, en una ciudad siempre desolada, sin tránsito o tránsito mínimo, también nos cruzamos con tres jóvenes con pantalones mimetizados tipo militar, mochilas de combate, pasamontañas negros y cinta amarilla en el brazo, que si bien son gentiles, no quieren dar mucha más información. Evidentemente son parte de esas fuerzas de combate locales que están luchando contra el enemigo en combates que, según fuentes de prensa, ya se están dando en algunos barrios de la capital. De hecho, así como ya es normal que de repente suene la lúgubre sirena que advierte de inminente bombardeo aéreo -ante la cual algunos reaccionan corriendo hacia sus refugios, pero otros ni se inmutan, siguen en la cola del súper, porque es más importante la comida-, repentinamente se oyen tiroteos.
Katerina, 33 años, manager de un bar de la zona, es la única que ostenta un mínimo de optimismo. “Aunque no cambiará demasiado la situación, pienso que ya el hecho de que, de todos modos, haya negociaciones, es un paso importante. Y quizás podamos avanzar en una buena dirección”, comenta. “Veremos, hoy ya es un mejor día que ayer”, agrega. Soltera, cuenta que en verdad vive en otro barrio de la ciudad, en un edificio residencial muy alto, por lo que decidió mudarse junto a su madre al bar que maneja, que está en un subsuelo de este barrio fashion, el barrio de los artistas, del centro de Kiev. “Ahí seguramente estamos más resguardadas”, asegura, al subrayar que al momento ella tampoco piensa irse de Kiev. “Me quedo y voy a ayudar en todo lo posible a quienes están luchando para defender mi ciudad, aportando comida, ropa, lo que haga falta. “Aunque mi plan B es escaparme a Italia, donde tengo a un exnovio listo para recibirme en su casa porque quedamos siendo muy amigos”.
¿Qué piensa de Putin? “Que está loco, es una persona enferma, estamos en el siglo XXI, en el centro de Europa, es inaceptable esta invasión, esta guerra es inconcebible, inimaginable, aún no podemos creer que está ocurriendo de verdad”, afirma. Sobre el presidente ucraniano, Vladimir Zelenski, que también se mostró escéptico de las negociaciones y que sigue arengando a la población a resistir, Katarina sólo tiene palabras de admiración: “es el hombre del año, nuestro gran orgullo nacional”.
Fuente La Nación