Por Ezequiel Burgo
En el verano de 2008 la Presidente imponía el índice Moreno y rechazaba críticas a la expansión del gasto.
—De todas maneras, Cristina, a esta altura no tenemos un problema con el IPC sino con la inflación— le dijo Martín Lousteau a la presidenta a principios de 2008.
—¿Qué querés decir?— preguntó Cristina Kirchner.
—Que la inflación es el doble de lo que dice el Indec.
—¿De dónde sacás esto?
—De esto.
Lousteau apoyó sobre la mesa unas hojas abrochadas que su equipo había elaborado la noche anterior para que el ministro llevara a la reunión. Eran papeles con cuadros y estimaciones de inflación. Algunas propias y otras de consultoras privadas y organismos provinciales.
La inflación en 2007, según el Indec, había terminado en 8,5%. Para los privados, cerca de 19%. Dos ex secretarios de Política Económica por ese entonces, Miguel Bein y Jorge Todesca, habían calculado esas cifras.
Lousteau era el ministro de Economía de Cristina Kirchner. Lo fue cinco meses, entre diciembre de 2007 y abril de 2008.
Cuando fue la reunión entre ambos, la inflación venía acelerándose. Como siempre, una serie de factores se combinó. El gasto público del año anterior (de elecciones presidenciales) subió 47% —el doble que la inflación—, los subsidios pasaron de US$8.800 millones a US$14.600 millones y los precios de las commodities pegaron un salto: entre noviembre de 2007 y marzo de 2008, el trigo subió 18% en dólares, el maíz 30%, la soja 27% y el girasol 32%.
“La inflación en el mundo está subiendo, ¿cuánto deben preocuparse los economistas a cargo de la política económica de su país?”, se preguntó The Economist en enero de 2008.
Para contrarrestar los efectos en los precios, la Reserva Federal empezó a subir las tasas. Algo que meses más tarde fue seguido de un estallido que se sentiría en los años posteriores: el de una burbuja inmobiliaria como consecuencia del encarecimiento del crédito hipotecario y la imposibilidad de muchos deudores de hacer frente a las tasas más elevadas.
Pero esa es otra historia. Lo cierto es que la tasa de inflación en la Argentina, como hoy, tenía poco que ver con lo que pasaba en el mundo. Y también, la solución del kirchnerismo a ese problema.
Cristina Kirchner convocó un día a Lousteau a su despacho para hablar de los precios. Alberto Fernández, jefe de Gabinete, se hizo presente en la reunión. La presidenta le dijo al ministro que quería que él anunciara el índice de inflación elaborado por la Secretaría de Comercio. Guillermo Moreno era su titular.
Lousteau, sin decir que no al planteo de Kirchner, puso dos reparos a esa orden. Rechazaba el trabajo de Moreno y que fuera él quien lo presentara.
La presidenta insistió.
La conversación entró en un ida y vuelta. Fernández no habló.
De pronto, Lousteau cambió la conversación.
—De todas maneras, Cristina, a esta altura no tenemos un problema con el IPC sino con la inflación.
Eso derivó en el diálogo entre ellos y en que el ministro apoyara arriba del escritorio los números del ministerio y de los consultores.
—¿Qué proponés?— le preguntó Cristina.
— Lo que hablamos antes— respondió el ministro, refiriéndose a lo que había conversado con Fernández antes de asumir como ministro de Economía, que ahora sacudía la cabeza para prestar atención: la reforma del Indec.
— Pero yo no quiero hablar de eso ahora— respondió Cristina.
La presidenta se levantó, dio medio vuelta y se marchó.
Acto seguido, el ministro de Economía y el jefe de Gabinete salieron de la sala. Juntos y solos.
Fernández quedó preocupado. Había sido la persona que, ante la negativa de Miguel Peirano de seguir como ministro de Economía con Cristina Kirchner (había trabajado con Néstor al final de su gestión como presidente), había acercado el nombre de Martín Lousteau.
—Escucháme, Martín, vos estás loco —lo agarró Fernández a la salida del despacho de Cristina—. ¿Cómo le vas a decir eso a la presidenta? Es como decir que viste un muerto y se lo contás a la persona cómplice del asesinato.
Lousteau insistió con la inflación y el Indec una vez más.
“Son mis preocupaciones”, le dijo el ministro a la presidenta en otra oportunidad. Volvió a dejarle unas hojas con anotaciones de la gestión entre 2003 y 2007.
Una semana más tarde, Cristina llamó a Lousteau y le devolvió el material todo subrayado, tachado y con anotaciones.
—¿Qué creés que piensa alguien que estuvo en el gobierno anterior cuando decís estas cosas?— lo encaró la presidenta.
—Son cosas naturales.
—No, no, si alguien estuvo en el gobierno anterior lee esto y no le gusta. Te pido que no lo digas más— retrucó finalmente Cristina.