
Mariano Saba: Nació de la invitación de Nelson y el grupo de actores, que querían trabajar sobre la textualidad shakespeariana y me buscaron para que transformara el relato en una historia más actual. Nos reunimos virtualmente en el momento más crítico de la cuarentena y trabajar sobre “Ricardo III” me estimuló. Es un gran policial, donde el villano provoca cierta empatía a pesar de exponer su gran mecanismo de crimen y ambición.
P.: ¿Cómo acercó el relato a este tiempo y contexto?
M.S.: Busqué actualizarlo a una circunstancia más ligada a nosotros. Había algo de la ferocidad que se podía parangonar con la crisis del trabajo y las dificultades ligadas a la trama más social. Ricardo III se transforma no sólo en el monstruo que ya está en la obra sino en un correlato nuevo vinculado a la caída de un mundo, nuestro mundo.
P.: ¿Hubo algo de la cuarentena que haya quedado atrapado en la obra?
M.S.: Sí, la oscuridad del protagonista y su ambición, ese derrotero criminal que tiene que ver con el poder derruido, resonaba con la desesperación que había acorralado al mundo en ese momento. Asocio la oscuridad del texto con la oscuridad de los meses más duros de la cuarentena.
P.: En su versión no hay un reino sino una fábrica, ¿cómo es la historia?
M.S.: Transcurre en los ´90 y sucede en una fábrica de guillotinas de papel cuyas maquinarias, hornos y rezagos de metal quedaron en manos de tres hermanos que fueron operarios e hijos del capataz y reciben el galpón como parte de pago. Ellos están consumidos por la violencia hasta que la llegada de una posible compradora desata un espiral que llega a incurrir en delitos que están en la obra de Shakespeare. Hay una trama delictiva alrededor de la ambición de Ricky, el alter ego de Ricardo III, quien tiene enormes dificultades físicas y motrices pero gran inteligencia, memoria y capacidad de estrategia. Tiene la deformidad de Ricardo III, y se vale de la simulación de la debilidad para poder vengarse. Se vale de su fortaleza intelectual enorme para el daño y el mal. Él quiere ver rotos los cuerpos que lo han sometido, sus hermanos y los fantasmas del pasado. Creo mucho en la idea de Ian Colt que trabaja con los reyes de Shakespeare. Hay algo de la sucesión de eslabones y la violencia ancestral presente en los reyes y eso toma procedimiento de policial. Mantiene el vínculo con el público gracias a la simulación de debilidad y los demás no pueden intuir que detrás está el motor de la violencia.
P: ¿Qué le sumó la dirección de Nelson Valente?
M.S.: Dinamismo en la actuación. Termina siendo un relato arrollador por la manera en que se cuenta la violencia
P.: ¿Usted quería hacer una adaptación más fiel y el pedido fue aggiornarla?
M.S.: No, no sé hacer adaptaciones, me parecía más interesante la reescritura, es muy poco lo que tomamos de Ricardo III sin ser transformado, es un relato que acompaña la referencia del universo de Shakespeare y luego se desvía, aquí toda la máquina de ambición criminal está consagrada a sus propios fantasmas. Ese es el correlato con lo clásico
P.: ¿Por qué el teatro vuelve a los clásicos? Hay varios en cartel como Lisístrata, Tito Andrónico, se estrena Julio César.
M.S.: Shakespeare siempre está vigente por la invención de lo humano, porque la totalidad polifacética de lo humano está presente de manera muy compleja y accesible. Creo recordar que en crisis anteriores del país la apelación a Shakespeare fue recurrente, cuenta una complejidad que sorprende a pesar de que uno pueda reconocer el argumento. Quiero decir, no se ve un relato teatral simple, es tan complejo como la vida misma y en circunstancias terribles. Porque no se está haciendo “La comedia de las equivocaciones” sino grandes tragedias. Cada tanto vemos “Romeo y Julieta” que revitaliza lo que tiene que ver con el amor y la muerte, “Hamlet” que vuelve a pensar en las dificultades del legado o “Ricardo III” sobre los mecanismos de ambición y violencia en cualquier estrato.