a igual si es Europa, la Liga en su última jornada o la Copa del Rey, las grandes noches de antaño tienen en mi cabeza todas un aire de verano. El mismo aire exactamente. Era entrar al verano con el pie bueno de Guti –que era el izquierdo–. Verano tan anhelado, eterno en comparación con los de ahora. Noches largas donde a uno le dejaban creerse adulto por no irse todavía a la cama y uno que no quería crecer por si el Real Madrid no volvía repetir una gesta parecida. Cuando hay noches como las de ayer, cuando juega el Madrid, la ciudad se queda en silencio con las terrazas palpitando y se escucha a lo lejos un “¡uyyyy!” desacompasado. Y todo vuelve a quedarse quieto y en tensión. Todas las terrazas son el mismo estadio, pero con la diferencia de que cuando yo era crío veía el partido desde dentro -con los pies nerviosos por si no llegaba Roberto Carlos por la banda y tenía que correr yo– y ahora lo veo desde fuera. ¡Qué corran ellos! Han pasado veinticuatro años desde la primera final de la Champions que recuerdo verle ganar al Madrid y la emoción sigue siendo la misma aunque los veranos sean otros. Yo era un crío de seis años siempre detrás de un balón. Entonces, cuando no me podía perder un partido –incluso los de mitad de Liga de esos que no hay en juego nada más que el honor– y ahora lo del balompié se me ha vuelto indiferente y el honor lo han convertido en una cosa poco seria… Pero hay días, anoche sin ir más lejos, cuando se juega Europa entera el Madrid, que vuelvo a ser niño. Y toda mi infancia ante mí. Las mismas noches largas, noche de Reyes en mayo. Y yo cambio la columna, que consiste en correr delante de la actualidad, por un balón y recobro la niñez. ¡Honor! Ahora no sabría decirles el nombre de todo el banquillo, bastante tiene uno con ser adulto, con Hacienda y con la vida. Pero recuerdo el Madrid de mi infancia de memoria como mi padre puede enumerar el de la suya. Él, que nunca ha sido madridista… Cada español se aprendía la lista de los reyes godos a la fuerza y la alineación del Real Madrid sin querer. Recuerdo a Raúl galopando en París. La octava. Hace seis copas de aquello y veintidós años y el Madrid sigue siendo eso que nos une más a los españoles algunas noches que la Constitución. El verano y la infancia empiezan cuando el Real Madrid gana algo –escribo antes de que empiece el partido–, pero la historia es la de siempre. A partir de ahí uno sólo se pasa la vida queriendo volver a esas noches, a estas, cuando era un niño y la vida iba en serio. Tan en serio que dura noventa minutos más el descuento.
Fuente ABC