CIUDAD DE MÉXICO.- “Estuve a metros de la frontera de Bielorrusia con Ucrania, dispuesta a cruzar. Frente a mí estaban estacionados los tanques rusos y a lo lejos podía ver los aviones de caza. La noche antes, tropas ucranianas habían derribado un drone bielorruso, y todo estaba muy tenso. Aún así íbamos a entrar a un país en guerra, buscando de ahí llegar a Polonia”.
El 29 de marzo, 33 días después del inicio de la invasión rusa a Ucrania, Anay Martínez Cruz llegó a Pinsk dispuesta a cruzar hacia territorio bélico con otros 39 cubanos. Lo hubiesen hecho, de no ser porque los guardias bielorrusos, que habían aceptado dejarlos pasar a cambio de un soborno, en el último momento les aconsejaron desistir. El campo que debían atravesar estaba por 10 kilómetros repleto de minas que ante el menor contacto harían volar sus cuerpos, o pedazos de estos, por los aires. Incluso, si no activaban alguna de milagro, los soldados ucranianos les dispararían a matar. Ahí sintieron que el cielo les caía encima. Pero sin más opción regresaron a Minsk, la capital bielorrusa, donde estaban ilegales, gastando el dinero que no tenían y sin saber cómo escapar de allí. En el grupo iban dos niños: un bebé de tres meses y una nena de siete años.
De Moscú a Brest, la ruta imposible para llegar a Polonia
Anay, de 30 años y licenciada en contabilidad, tomó un vuelo de La Habana a Moscú el 17 de septiembre de 2021 con la aspiración de llegar a la Unión Europea desde Rusia. En el centro de la antigua URSS estuvo seis meses (los últimos tres de modo ilegal), donde no halló las supuestas posibilidades de trabajo y emprendimiento de las que le hablaban.
Aunque su piel es lo suficientemente blanca como para no despertar el recelo de la policía rusa, no hablar el idioma y estar indocumentada jugaban en su contra. “Todo el tiempo te estafan. Si rentas una casa debes pagar el precio del mes más otros dos depósitos por la misma cantidad. Al finalizar el mes te sacan de la casa y no te devuelven los depósitos. Si vas a trabajar te hacen un contrato falso y no te pagan”. Rusia, como lo describen varios cubanos, no es un país amistoso para los migrantes.
Nueve días después del inicio de la invasión, y convencida de que no mejoraría la situación para ella, echó en un maletín sus pertenencias y junto a otros cinco amigos tomó un autobús hasta la última ciudad rusa. De ahí uno coyotes los pasaron a Orsha, Bielorrusia, a cambio del equivalente a 500 USD. Anay y sus amigos descansaron algunas horas y siguieron su viaje hasta Brest, ya cerca de Polonia. Ahí estuvieron cuatro días preguntando, buscando coyotes, explorando alguna pista de cómo llegar a la Unión Europea, mediante Polonia. Hasta que el 12 de marzo en la noche decidieron intentar el cruce.
Así lo relata Anay:
En la frontera de Bielorrusia con Ucrania el taxi nos dejó en un lugar que supuestamente se podía pasar porque no había cerca. Caminamos como un kilómetro por un sendero resbaloso donde no veías ni tus manos. Solo oías animales y veías punticos verdes que supongo eran sus ojos. De ahí nos topamos con una primera cerca, que tuvimos que picar, pero no era Polonia, sino un pedazo que le llaman tierra de nadie. En ese espacio nos alcanzó la policía de Bielorrusia con perros, linternas. Nos dejaron arrodillados en medio de la nieve, golpearon a algunos de los hombres, nos ofendieron. Lo siguiente fue montarnos en un autobús y de ahí nos llevaron a un punto donde nos sacaron las cosas de la maleta y robaron lo que les interesaba, además de nuestro dinero. Después nos unieron con unos 20 sirios y nos dejaron hacer una fogata para no morir allí congelados. Entones llegaron otros guardias y nos saquearon lo poco que nos quedaba.
Ya en la madrugada del 13 nos llevaron a todos, cubanos y sirios, en un camión y nos acercaron a Polonia mientras gritaban “go, go, go”. Corrimos con todas nuestras fuerzas, al punto de que nos enredamos con el alambrado, pero la guardia fronteriza de Bielorrusia no nos dio una ventaja real pues soltó tiros al aire. Supongo que para avisar a la guardia polaca. Ya en tierra de la Unión Europea, los polacos empezaron a disparar. En un momento me tiro al suelo porque estaba rodeada y con una ametralladora en la cabeza. No sabía si me iban a matar.
De rodillas nos dejaron sobre la nieve, luego de quitarnos pasaportes y teléfonos. Después nos montaron en un camión que supuestamente nos adentraría en Polonia, o eso nos dijeron. El trayecto duró unos cuarenta minutos. Realmente los militares polacos nos regresaron a tierra de nadie para que volviéramos a Bielorrusia. Bajo la nieve, golpeados y con ampollas en los pies, eso hicimos. Luego de allí la guardia fronteriza del otro país no nos dejó pasar y nos obligó a regresar a tierra polaca. Así nos tuvieron durante tres días, de un lugar a otro. Cada vez que nos acercábamos a una frontera, la guardia local nos recibía a tiros y nos mandaba para el otro extremo. Tres días sin comida y el agua se terminó también. Cada noche pensé que podía ser mi última noche, que me iban a matar. Finalmente, unos guardias bielorrusos nos dejaron salir a cambio de que le pagásemos al taxista que nos trasladaría.
En 2018 salí de Cuba rumbo a Guyana para intentar llegar a Estados Unidos, pero la COVID- 19 me atrapó en Ecuador, donde los cadáveres estaban en las calles, y tuve que volver a La Habana. Había cruzado fronteras antes, sin embargo, las de Europa son más brutales que las de América Latina.
Tres meses en Minsk
Después de fracasar en su intento de llegar a Polonia, Anay y el grupo de cubanos con el que viajaba no tuvieron otra opción que instalarse en Minsk hasta que encontraran alguna vía de escape. Sin saber que el horror de los tres días deambulando por tierra de nadie era apenas el inicio.
El primer impacto fue descubrir que sus tarjetas no funcionaban debido a las sanciones bancarias contra Rusia. No tenían manera de pagar un lugar para dormir o comida. Anay, como último recurso, probó una tarjeta que guardaba desde su travesía por Ecuador. Afortunadamente esa les permitió comprar alimentos en los súper mercados, pero no podían extraer ni hacer transacciones. Así que tuvieron que dormir en estaciones de autobuses y trenes durante varios días. De ahí los sacó una activista que ayudaba migrantes y les buscó techo por una semana.
Para entonces, el grupo de seis que salió de Moscú había crecido hasta 42 cubanos que estaban atrapados en Bielorrusia y crearon entre ellos redes de apoyo. Gracias a un amigo que reside en Varsovia, Anay pudo usar una nueva tarjeta virtual en la que familiares de sus compañeros de travesía depositaban. Se dividieron en varios grupos y rentaron casas con ayuda de la activista. El pago era 50 USD diarios que reunían entre todos. Con ella, por ejemplo, vivían otras 15 personas a pesar de que solo había cama para seis.
“Las camas las dejamos para los niños y mujeres más vulnerables. Salíamos a hacer la compra, con un presupuesto limitado. Comprábamos lo básico: arroz, pan, leche, algún plato fuerte y huevos. A una muchacha que tenía un bebe pequeño siempre tratamos de alimentarla bien, pues estaba amamantando”.
Desesperados pensaron cruzar por Ucrania en medio de las bombas, pero eso tampoco resultó, y ya sin salida vieron su última esperanza en Serbia.
“Compramos pasaje, seguro de vuelo y estadía, y con eso nos presentamos a la oficina de inmigración para que nos dejaran salir de Bielorrusia. Sin embargo, de allí nos llevaron detenidos hasta una prisión de máxima seguridad, el Castillo de Pischalauski.”
La ubicaron junto a otras tres mujeres en una habitación de cuatro metros cuadrados con una litera y una letrina. La comida la pasaban por una ranura tres veces al día y no tenía noción de la hora, ni veía luz solar. Todo lo que sucedía dentro de esa celda quedaba registrado por una cámara instalada en el centro de la habitación.
“Nos dijeron que solo nos dejarían salir si comprábamos un pasaje de regreso a Cuba. Nosotros no queríamos regresar a Cuba, si nos habíamos ido por los motivos que todos sabemos, cómo íbamos a volver. Además, tampoco teníamos los dos mil dólares que costaba un pasaje de regreso”.
Allí estuvo Anay del 18 de mayo al 25 de mayo de 2022, cuando finalmente, y ante la negativa de volver a la isla, la dejaron volar a Serbia. No sin antes quitarle el poco dinero que le quedaba en efectivo para que costeara su estancia en la cárcel.
“Amo mi país, es mi tierra, donde nací, pero lastimosamente no tendré derechos allí ni como ser humano, ni como una persona LGBTIQ+. A pesar de todo lo que he vivido, regresar no es una opción. Acá en Serbia voy a intentar trabajar para reponerme y seguir mi camino a Europa, a Nicaragua. No sé. Aún no llego a mi destino, pero a Cuba no vuelvo”.
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Fuente Cubanet.org