PUERTO PADRE, Cuba.- En Cuba, y en cualquier lugar donde esté un cubano digno, llegamos a este tercer domingo de junio, Día del Padre, con familias enlutadas por la muerte inesperada y violenta de sus seres queridos, con mujeres y hombres sancionados con inicuas penas de cárcel por motivos políticos y de conciencia, con el país a oscuras, y decir a oscuras no es metáfora, porque de un extremo a otro del archipiélago, por la mediocre falta de previsión de quienes sin ser elegidos se han erigido gobernantes, Cuba está sin luz eléctrica y sin luz moral, feudataria, mancornada a un partido político criminal por alzarse único, sostenido por el monopolio perverso de un capitalismo militarista que ha hecho sucumbir la economía nacional en una espiral inflacionaria que ya hace difícil hasta comprar flores para llevarlas a nuestros difuntos.
Con la familia quebrada y dispersa como nunca antes en nuestra historia, así de tantos son los padres separados de sus hijos y nietos, los cubanos llegamos civilmente menguados a este Día del Padre, ¡y quién lo diría!, transcurridos ya 22 años del siglo XXI. Con mi padre fallecido, con mis hijos exiliados y con mis nietos nacidos fuera de Cuba, aunque bien pudiera estar junto a ellos, personalmente, no tengo nada que celebrar; pero como el encargo de un servidor público es enaltecer ánimos y propiciar que las cosas se muevan y no rumiar desdichas, en un oscuro Día del Padre nada mejor que recordar al Padre de la Patria, no para olvidar nuestras miserias, sino para redimirlas en el convencimiento de no ser huérfanos de pensamiento, aunque la manquedad cívica hoy lastre nuestra acción.
Hoy vemos cómo la dictadura castrocomunista, que, supuestamente tiene como legado el martirologio de Carlos Manuel de Céspedes y el de todos los padres fundadores de la nación cubana, condena a sus adversarios políticos por “desacato”, y pareciera un término reciente, pero es consuetudinario en la legislación de los autócratas.
Celebrándose en la Filarmónica de Bayamo el nacimiento de la Princesa de Asturias, el gobernador, coronel Toribio Gómez Rojo, hizo encarcelar a Carlos Manuel de Céspedes, Lucas del Castillo y a José Fornaris, del mismo modo que hoy la policía política castrocomunista encarcela a los opositores; aquella vez, como ahora, primero los patriotas fueron conducidos a Santiago de Cuba, a disposición del gobernador, general Joaquín del Manzano, quien los envió al cuartel de San Luis, donde permanecieron detenidos tres días, para luego ser llevados a Palma Soriano, donde según el mismo Fonaris escribió, permanecieron “cuarenta días con sus noches”. El expediente fue abierto por “desacato” por haber “improvisado versos injuriosos al decoro del gobierno”. ¿Acaso no es lo que está sucediendo ahora mismo en Cuba?
El 4 de agosto de 1868, reunidos con patriotas camagüeyanos en San Miguel de Rompe, Las Tunas, para analizar los detalles del alzamiento del que no existía acuerdo unánime, Céspedes dijo: “Señores… La hora es solemne y decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aún nos parece fuerte y grande, es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡Levantémonos!”. Y algo parecido sucede hoy, el poder del régimen castrocomunista, como dijo el Padre de la Patria refiriéndose al colonialismo español, “está caduco y carcomido”. Si aún nos parece fuerte y grande la dictadura comunista es, porque mientras permanecen encarcelados quienes tuvieron el valor para levantarse, demasiados cubanos, que añoran la libertad, permanecen en silencio cómplice de la dictadura.
Como hombre de valor personal incuestionable, Carlos Manuel de Céspedes obtuvo el título de Padre de la Patria cuando, capturado su hijo Oscar por las tropas españolas, le fue propuesto que abandonara la lucha a cambio de la vida de su hijo, a lo que él respondió: “Duro se me hace pensar que un militar digno y pundonoroso como V.E., pueda permitir semejante venganza si no acato su voluntad, pero si así lo hiciere, Oscar no es mi único hijo, lo son todos los cubanos que mueran por nuestras libertades patrias”.
El 11 de abril de 1869, en Guáimaro, en su alocución al ser nombrado presidente de la República en Armas, Carlos Manuel de Céspedes dijo: “Cubanos, con vuestro heroísmo cuento para consumar la independencia, con vuestra virtud, para consolidar la república. Contad vosotros con mi abnegación”.
Céspedes tuvo la grandeza sublime de entregar a los cubanos la vida de su hijo Oscar y su vida misma. Pero los cubanos, que en muchas ocasiones han dado su heroísmo para consumar la independencia, como nación no hemos sido capaces de aunar nuestras virtudes para consolidar la república. En un día oscuro como hoy, Día del Padre, quizás recordar al Padre de la Patria nos de aliento y su ejemplo nos ayude a conseguir una libertad que ya se nos torna huidiza.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org