En su libro “El ojo y el espíritu”, Merleau Ponty cita a Paul Valery cuando considera que el pintor pone el cuerpo en sus cuadros. Parcero, con un procedimiento que, a partir de la fotografía se aproxima por momentos a la pintura, involucra su propio cuerpo en sus expresiones. Las palabras de Merleau Ponty coinciden con sus ideas cuando, observa: “Mi cuerpo está dentro de las cosas, es una de ellas, está aprisionado en el tejido del mundo y su cohesión es la de una cosa. Pero, puesto que se ve y se mueve, tiene las cosas en un círculo a su alrededor, son un anexo o una prolongación de él mismo, están incrustadas en su carne, son parte de su definición plena y el mundo está hecho con la materia misma del cuerpo”. De este modo, “incrustadas en su carne”, como las describe el pensador francés, están las “cartografías para un nuevo mundo” que presenta Parcero de modo singular . El intenso poder de atracción que ejercen las imágenes adheridas al cuerpo, se percibe como las marcas o huellas que provienen del mundo interior de la artista. La sensualidad de la piel se acrecienta con las cartografías y trae un recuerdo lejano de los rasgos de “Escrito en el cuerpo”, el film de Peter Greenaway.
En los grandes museos de México están presentes las obras de las culturas mayas, aztecas y mixtecas. La artista accedió a los códices de la antigüedad y puso en evidencia la cosmogonía de las culturas precolombinas. “Ellos veían la tierra asociada al cuerpo, los ríos a las venas, los órganos a los lagos y el cuerpo como todo un territorio simbólico. Fue un despertar”, reconoce. Y con las visiones del propio cuerpo, realizó una instalación donde lo representa. En las paredes pintó su corazón y sus venas y superpuso su rostro con los ojos cerrados.
Desde luego, el tema de la conquista del territorio, se relaciona con el lugar que ocupa Parcero como mujer, no sólo con las imágenes poéticas, evanescentes y por momentos, difusas, sino además “desde un aspecto físico”. El objetivo de desarticular las típicas estructuras de representación del universo femenino, está presente en la exposición que integra Parcero y que relata 100 años de historia de la fotografía femenina: “Our Selves: Photographs by Women Artists from Helen Kornblum”, en el MoMA neoyorquino.
La curadora de la muestra, Roxana Marcoci, rescata el ensayo erudito “¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas?”, de Linda Nochlin en ARTnews de 1971, y destaca que “cambió el discurso de género para siempre”. “Nochlin cuestionó la validez de la idea misma de grandeza, del genio independiente asociado con artistas masculinos y obras maestras. Se negó a refutar la pregunta en el título del ensayo proponiendo una serie de mujeres artistas igualmente grandes, que solo reforzaran las jerarquías existentes; más bien, identificó meticulosamente las desigualdades de género, algunas obvias, otras codificadas, incrustadas en la producción y recepción del arte: en las academias de arte, los sistemas de mecenazgo, la propiedad, las colecciones y exposiciones de los museos, y el mito cliché del maestro”.
Parcero tiene las mejores credenciales, con una maestría en la Universidad de Nueva York y el título de psicóloga, su posición feminista no es inocente. El carácter de su obra se percibe como un gesto naturalmente femenino y cuidadoso, que llega para legitimar las diferencias, a despertar el encanto y las cualidades de un “nuevo mundo” para la mujer.
Y hay un altar en la sala. Allí están los exvotos, las esculturitas e imágenes de santos y vírgenes, pequeños recuerdos de viajes que acompañan a la artista en la vida. Además, hay una serie de fotografías sobre madera de brevísimo formato que parece homenajear a los grandes maestros. Allí está un bello e incomparable ramo de rosas que se asemeja al de Tina Modotti, la fotógrafa italiana que deslumbró a los mexicanos.