La prestigiosa compañía andaluza que ofrecerá funciones de miércoles a domingos a las 20 durante todo agosto debutó aquí en 1985 con “Mariameneo Mariameneo” en el Centro Cultural Recoleta y entre las obras más destacadas pueden mencionarse “Perdonen la tristeza” (1992), en el Margarita Xirgú; “Vinagre de Jerez” (1995) en el Teatro San Martín; “Cuando la vida eterna se acabe” (1997) en el Teatro Cervantes; “La puerta estrecha” (2000), en el Liceo; ”Ni sombra de lo que fuimos” (2002), en el Teatro de la Ribera, y “Homenaje a los malditos” (2004), en el Presidente Alvear, entre otras. Dialogamos con Calonge.
Periodista: Esta obra parte de una guerra, ¿de cuál de todas?
Eusebio Calonge: No hay nada más que una guerra, que estalla siempre en otra parte, decía el rumano Varujan Vosganian; esa es de la que se habla, de nuestro fracaso humano condenado a repetir siempre la barbarie. El tema es siempre para nosotros un modo de desencadenar metáforas, esa batalla del vivir de antemano perdida, el cómo con frecuencia somos nuestros propios enemigos. La idea de la guerra no es nueva en nuestros montajes, en “Futuros difuntos” ya se hablaba de ella, y en la última “El desguace de las musas”, que por desgracia la pandemia impidió que estuviese en la Argentina, con el escenario se ocultaba una trinchera, es la que aquí se abre. La última guerra en Europa, la invasión de Ucrania, nos sorprendió en plena temporada en el Teatro Español de Madrid, y la mirada del público cambió completamente, actualizó su lectura, pero como decía anteriormente no se detienen en ningún conflicto en particular.
P.: ¿Cómo ve las artes escénicas hoy en relación a cuando empezaron hace 40 años?
E.C.: Nuestro teatro ha mantenido unas constantes, indagar y profundizar en su sentido poético nos ha alejado del mundanal ruido, lo cual no hace que carezcamos de un sentido crítico con la sociedad que cruzamos, especialmente acusado en este trabajo, porque el teatro siempre mantiene una raíz con su tiempo. Hace cuarenta años la represión podía ser política ahora puede ser comercial, hay un temor a quedarse fuera del mercado, porque ahora el modo de reprimir es silenciar, y eso se logra en el teatro cuando no tienes escenarios donde hacer tu trabajo. Siempre hemos tenido en cuenta que la lectura de nuestros trabajos llegará al público, de algún modo hacer un teatro popular, porque este es el que te da verdaderamente autonomía creativa. Sin ese público no podríamos estar en Buenos Aires, por ejemplo; lo que se desarrolla desde los despachos, las vanguardias amparadas en subvenciones son algo ficticio que se lleva el primer cambio político.
P.: ¿Los temas que los obsesionan son siempre los mismos con distintas formas o cambian? Vale decir, la misma esencia con diferente ropaje?
E.C.: La misma angustia que te hace gritar es la que te hace crear, ante el dolor del mundo, ante lo injusto, esta es la raíz del conflicto en el teatro, el grito es el alma decía María Zambrano, hemos puesto ”el grito en el cielo”, así se llamó una de nuestras obras, en las residencias de ancianos, y desgraciadamente vino la realidad a confirmar que nuestros temores no eran infundados, nuestras obras se han movido en los manicomios de la historia, entre los sin techo, con cómicos de mala muerte. Al fin un dar voz a quienes no la tienen. Nunca han sido los mismos, pero si ha sido el mismo dolor, y la misma dignidad para expresarlo. Se nos dio un lenguaje, eso a estas alturas es claro, se ve un fragmento de una de nuestras obras y aun sin saberlo un espectador dirá esto es la Zaranda, incluso esto recuerda a la Zaranda, no somos una veleta a merced de los cambios que dicten las modas o tendencias.
P.: ¿Cómo es volver a Buenos Aires después de la pandemia?
E.C.: Durante la pandemia no dejamos de hablar con amigos de la Argentina, y aunque todo era muy incierto siempre manteníamos la esperanza de regresar, allí han transcurrido momentos vitales para nuestra compañía. Buenos Aires está en nuestro corazón, esto no es ningún secreto, lo hemos confesado siempre, regresar ya desde la perspectiva que dan los años; la primera vez fue en 1987, creo recordar, y hemos estado en quince temporadas, es un motivo de celebración, de alegría, un reencuentro con la ciudad, con su público siempre tan amable con nosotros, con tantos amigos, y por desgracia con tantas ausencias. Será que ya estamos en la edad del desengaño, pero no notamos que viniera a cambiar nada, truncó el absurdo hacia el que íbamos lanzado y ahora lo retoma.
P.: ¿Cómo ve el intercambio entre el teatro español y el argentino?
E.C.: Veo que muchos creadores argentinos vienen a España, y creo son muy necesarios, porque su modelo de creación es algo que en España se ha proscrito. En España hay gente de interés sin duda pero quedan neutralizados por lo que hablaba antes del comercio. En el teatro argentino al menos hasta hace unos años encontraba una raíz, que es lo que permite crecer, que aquí pendientes de los modelos de Europa se había casi erradicado. Lo más importante creo es que las compañías argentinas encontraron en España un público, eso mantiene ese puente de comunicación.