
Gabriela Izcovich: La escribí antes de la pandemia, la reescribía mientras ensayábamos, luego murió mi mamá de covid y fue como un tsunami que se fue conformando desde un inmenso dolor pero que sin embargo dejó aflorar el humor, como en la mayoría de mis obras. Fue una contraparte de lo que viví. Habla de los intentos de recuperar del pasado esas cosas que son imposibles de recuperar, se pregunta qué pasa con el tiempo, las cosas y las personas que se nos van, aquello que quisiéramos repetir para hacerlo bien, equivocaciones que desearíamos subsanar, injusticias que hemos sufrido y desearíamos que fuera posible volver el tiempo atrás para poder resarcirse o vengarse.
P.: ¿Cómo vive hoy el paso del tiempo en relación a antes?
G.I.: Las cosas vividas, con un poco de sabiduría, alimentan el presente. Llegué a los 60 y eso me hace pensar distinto. Me quedé sin padres siendo grande pero no deja de pesarme la orfandad, lo vivo con dolor, y todo esto en el texto se trabaja desde la teatralidad. El protagonista interpreta a un actor frustrado con lo que hay mucho juego de ficción y realidad.
P.: ¿Hay algo autorreferencial?
G.I.: Lo que hay son temas que siempre aparecen en mis obras, algo de mi mente teatral de la que no puedo escapar y todo lo vuelve teatro. Siempre pienso que la vida supera la ficción, uno vive cosas y cree que si las escribiera serían demasiado pero sin embargo en la realidad no lo son. Siempre les digo a mis alumnos de escritura que no se preocupen por buscar grandes temas porque en realidad son tres, la vida, la muerte y el amor, no hay mucho. Todo lo demás depende de cómo uno escriba sobre eso. Todo es teatralizable. Mi traducción artística tiene que ver con el mundo donde las angustias y reflexiones se vuelven teatrales.
P.: ¿Como es hacer teatro hoy y cómo ve la escena en relación a cuando empezó a los 20?
G.I.: Siempre fui muy autogestora de mis cosas, no noto diferencia. Si no escribo yo, no me lo escribe nadie, ahora y antes. Cuando a los 20 salía del conservatorio, hoy UNA, pensaba que la manera de trabajar era armármela yo. Eso no se modificó. Me pueden convocar para hacer algunas cosas, pero como hecho artístico integral escribo, dirijo, actúo como cuando de chiquita jugaba y me armaba todo.
P.: Entonces en 40 años ¿nada cambió?
G.I.: Se modificó la mirada sobre los obstáculos y lo difícil de poder llevar adelante algo. Lo hago ahora con un poco más de sabiduría. No me voy a morir de angustia porque a alguien no le guste lo que hago o un actor a mitad del proceso se va. Estoy en otro lugar. Aprendí que la vida está llena de obstáculos, algunos importantísimos como enfermedades o la muerte. En ese sentido puedo trabajar un poco más relajada y colocarme ante los obstáculos de otra manera.
P.: ¿La pandemia agudizó esos interrogantes?
G.I.: Claro que los agudizó. Me pregunto qué pasó que no puedo ver nunca más a mi mamá y cómo se llegó a esto. Cosas que no tienen respuesta. La pandemia agudizó estas preguntas porque detuvo el tiempo, generó más tiempo, frenamos y nos enfrentamos a la posibilidad de la muerte, en casa paramos la vida, en vida. Pero la vida que tenemos de nuevo hoy es el pulso vital.
P.: ¿Y trata estas cuestiones existenciales con humor?
G.I.: Sí, es una comedia, puedo escribir desde el dolor pero se me traduce en comedia y la gente se ríe. Mis actores se apropian tanto de los personajes que los recrean de manera que pareciera que los escribieron ellos mismos.
P.: ¿Hay nuevos públicos de teatro, cómo es el publico que se acerca?
G.I.: En pandemia creía que el teatro era vital sólo para los actores y tenía mucho miedo tras el encierro. Pero me dio alegría constatar que es vital también para el espectador. Todo era Netflix hace dos años y por fortuna para el público sigue siendo importante la presencia física del actor.