Por Santiago Fioriti
El ajuste por dentro: cómo lo vive La Cámpora y las presiones por las tarifas. Los chispazos del ministro de Economía con la nueva secretaria de Energía. Pablo Moyano desata tempestades.
“Che, yo mañana les voy a mandar un mensaje a los míos”, dijo Pablo Moyano. Así se enteraban de los planes del camionero, el martes a última hora, sus socios de la CGT. Socios, quizá sea una exageración. Existen cada vez más divergencias en la cúpula de la central obrera sobre cómo pararse frente al Gobierno, pero la suba permanente de los precios los mantiene agazapados. Inhibe a los que se sentirían más aliviados con una fractura. “Voy a mandar un mensaje y después marchamos todos juntos”, insistió Moyano. Otra exageración. El triunvirato y el resto de la conducción solo toleraron caminar a la par unas pocas cuadras. En los celulares de los popes cegetistas habían llegado las alertas de Google con la proclama de Pablo: “Alberto, poné lo que tenés que poner”. La estrategia de protestar sin que se notara demasiado, y sin oradores, se esfumaba. Pablo se había salido con la suya.
En sigilo y con pocas expectativas, en las horas previas se había producido un último intento por apaciguar su ímpetu. En vano. Parado sobre la 9 de Julio y Belgrano, en un acto que para muchos fue de apuro, el hijo más rebelde de Hugo iba a alterar la atmósfera sindical. Los dirigentes menos intransigentes tuvieron que sobreactuar el tono crítico en el contacto con los periodistas para no perder protagonismo ni poder de fuego en la negociación con la Casa Rosada. Las paritarias -en eso todos están de acuerdo- no se tocan. Si hay o no un bono para compensar momentáneamente las pérdidas es otra cosa.
El rol de Moyano, al margen de su accionar del miércoles, vuelve a discutirse con seriedad en el gremialismo y en la política, incluso entre los opositores que pretenden gobernar desde diciembre de 2023. ¿Hasta dónde puede llegar con sus métodos extorsivos? ¿Es, como creen algunos de sus rivales de la CGT, el brazo ejecutor del cristinismo dentro de la CGT?
Pablo no oculta su diálogo frecuente con Máximo Kirchner. El diputado, tampoco. Hay quienes interpretan que La Cámpora consideraría a Moyano hijo un eventual aliado, fundamental, si el panorama judicial de Cristina y Máximo, como se espera, llega a oscurecerse. Los camioneros mantienen un poder de movilización contundente y los camporistas cantan “si la tocan a Cristina qué quilombo se va a armar”. Pablo viene de reunirse con la vicepresidenta en el Senado. Acaso, hasta fantasee con convertirse en uno de sus exégetas. “Ella está muy preocupada por la inflación y por la Justicia”, ha dicho.
Es parte de la guerra en el clan. Pablo tuvo fuertes discusiones con la esposa de Hugo, Liliana Zulet, por supuestos manejos irregulares en el gremio y por la sucesión. El diálogo entre ellos se congeló tras varios episodios que quienes tienen acceso a la intimidad familiar califican como graves. Hugo terció a favor de ella y afectó aún más su relación con Pablo. Hugo armó una estructura para cuando él ya no esté. Pablo quedó marginado. Negocios son negocios. El malestar general se extiende a sus hermanos. Hay un pacto de silencio entre ellos, sin embargo. Ninguno podría salir indemne si se quebrara.
Los sindicalistas y hasta el propio Presidente le han pedido al histórico líder de Camioneros que haga algo para frenar a su hijo. Hugo luce fatigado por viejas dolencias y, a veces, resignado: “¿Qué quieren que le haga? Es un buen pibe, pero es bravo y se le sale la chaveta seguido. Yo tampoco le puedo sacar el paraguas”. Bebote Álvarez lo apodó “El salvaje” por su modo de ejercer el poder. Debe saber de qué habla: es uno de los barrabravas más violentos y poderosos de las últimas décadas.
La protesta del miércoles de la CGT se convirtió en un nuevo foco de tensión en Balcarce 50, pese al negacionismo que habitaba en los despachos, mientras los canales reproducían las imágenes y hasta el Movimiento Evita -en su ya inverosímil posición, tolerada por Alberto Fernández, de intentar ser oposición y oficialismo a la vez- exigía una política contra la suba de precios. “No es contra nosotros”, afirmaban en la Rosada. ¿Contra quién sería entonces? Misterio.
Sergio Massa decía que él no se engañaba. Prefería monitorear la movilización y chatear con varios de los protagonistas para mostrarse cerca de los reclamos. Héctor Daer y Carlos Acuña, jefes de la CGT junto a Pablo Moyano, le han prometido aire. El ministro de Economía les pide, como a todos, tiempo. Juan Manzur, el jefe de Gabinete, hace lo mismo. El jueves por la noche llamó a Daer. “Algo vamos a tirar. Estamos viendo lo del bono para los trabajadores”, aseguró, sin dar precisiones.
Cristina Fernández de Kirchner, Pablo Moyano y Sergio Massa, protagonistas de la semana política.
Trascendió que podría ser de 30 mil pesos en dos cuotas para los trabajadores formales y para los beneficiarios de planes. Otra versión habla del doble. Acuña también conversó con Claudio Moroni, el ministro de Trabajo, para decirle que se quedara tranquilo, que sigue teniendo el apoyo de la central frente al embate del cristinismo, que lo quiere afuera.
Son horas sin respiro para Massa. El vértigo por la suba de tarifas lo obligó a poner los pies en la tierra. Nada es tan fácil como se veía de afuera. Malena Galmarini, su esposa y titular de AySA, eclipsó los anuncios cuando mostró fotos de dos edificios ostentosos de Buenos Aires y de una casa en San Isidro. “Si esa fue una idea del catalán, avísenle que no funcionó”, ironizó un kirchnerista de mil batallas, en alusión a Antoni Gutiérrez-Rubí, el estratega massista, que hoy trabaja a tiempo completo. Otras fuentes negaban la participación de Rubí. “Malena se cortó sola”, aseguraban. Como sea, la jugada salió mal.
Primero, porque coincidió con la difusión de una lista de ricos y famosos que fueron subsidiados en los servicios. Vale decir: como casi todos los argentinos. Los operadores de las empresas energéticas estaban excitados enviando por WhatsApp la lista, alimentando el morbo y la falsa idea de una estafa de los consumidores.
Flavia Royón, la secretaria de Energía, tuvo que salir a negar que ellos hubieran difundido el informe. Claro, no faltó quien vinculara la lista con aquellas fotos de Galmarini. En ambos casos parecían acusar a los propietarios, como si el congelamiento de los servicios públicos no hubiera sido una férrea política kirchnerista. Que lo diga mejor, si no, Martín Guzmán, al que le pisaron todas sus iniciativas. Encima la lista la encabezó Carlos Tevez, quien alguna vez cometió el pecado de decir que en Formosa “la pobreza es muy, muy grande” y se ganó para siempre la enemistad del Frente de Todos. A Riquelme, de tan buen pasar como Tevez, no le ocurriría. O quizá renunció a los subsidios y nadie lo sabe.
Pero las listas y las fotos podrían resultar insignificantes al lado de un problema mayúsculo para Massa: la segmentación de tarifas asoma compleja, improvisada y con final impredecible. “Cuando empiecen a llegar las facturas y se viralicen nos vamos a querer matar”, avisa un dirigente de la provincia de Buenos Aires que trabaja para la reelección de Axel Kicillof.
Pasaron cuatro días del anuncio y el ministro sigue sin poder ponerse de acuerdo con Royón. La luz tiene nueve categorías de clientes. En la conferencia solo hubo referencias a una. Cuarenta y ocho horas más tarde de la presentación había funcionarios que decían que los consorcios iban a perder los subsidios de la luz y otros decían lo contrario. Lo mismo pasó con los clubes de barrios y entidades sociales. Ayer mismo Royón aseguró que se los iban a sacar; apenas horas más tarde, voceros de Massa dijeron que los iban a mantener. A Royón le tuvieron que escribir una serie de tuits para que escapara del brete.
La funcionaria empieza a padecer las consecuencias de ocupar un sillón caliente. “Vos acá no nombrás a nadie”, le avisaron apenas asumió. La secretaria quedó estupefacta. Así se lo contó a sus amigos salteños. Tendrá que conformarse con lo que le dieron, que es mucho, pero no todo lo que necesita. Federico Basualdo seguirá teniendo incidencia en la política tarifaria. Basualdo es Cristina.
Lo que sí cambió es que, a diferencia de Guzmán -y también de Alberto- Massa le cuenta antes a Cristina en detalle lo que piensa hacer. Hubo un desliz con Gabriel Rubinstein y lo está pagando caro. Lleva tres semanas sin nombrar a su número dos. Cristina podría hacerse la distraída y permitir la designación. Pero jamás olvidará que el economista la trata de corrupta.
Aun con esa salvedad de que se entera de todo, la ex presidenta no para de acumular derrotas. Esto recién comienza. El ajuste es tan inexorable como -por lo menos lo que se ve hasta hoy- insuficiente para la meta que prometió Massa el día de la jura: llegar al 2,5% de déficit primario, lo que le permitiría cumplir con el FMI. El ministro siente que tiene las manos liberadas. En La Cámpora lo apoyan, pero sufren: el relato se hace añicos. Lo que antes era una herejía de Guzmán hoy es un sapo gigante que hay que deglutir.
El paso atrás de Cristina coincide con la aceleración de sus procesos judiciales. Una tormenta negra avanza sobre ella. La Justicia pedirá una condena histórica en el juicio por la obra pública como jefa de una asociación ilícita. El límite, ha dicho en la intimidad, son sus hijos. Nadie, a esta altura, puede asegurarle que ese límite imaginario no vaya a correrse.
Fuente Clarin