Guillermo Schavelzon: No hubo un solo hecho concreto, lo que hubo es una saturación de mi papel de gestor de empresas. Mi último trabajo corporativo fue en el grupo Planeta, pero no era un trabajo que me satisficiera, y en la medida en que se fue complejizando cada vez más el universo del libro por la concentración y la compra de más editoriales, y vi que mi independencia era muy limitada, y terminé. Me sirvió para realizar el cambio con los autores con los que tenía más relación, y que me parecían más interesantes, como Mario Benedetti, Ricardo Piglia, Marcela Serrano, Elena Poniatowska, que fueron mis primeros autores.
P.: ¿De los Benedetti, Mario y Luz, usted fue como el hijo?
G.S.: Una especie de hijo, por la diferencia de edad, y el hecho de que ellos no tenían ni hijos ni sobrinos.
P.: Ricardo Piglia, además de su amigo, ¿llegó a ser uno de sus autores?
G.S.: Lo represente desde el principio. Fue una relación de amistad que se fue construyendo a través de largos años, en la medida en que Ricardo lo permitía, porque era una persona muy reservada. También hubo autores que quise representar y me dijeron que no, como Juan José Saer, que no quería tener agente porque esa función la cumplía Alberto Díaz, su editor. Fui su agente después de su muerte por decisión de la familia. A Saer lo conocí en 1965 cuando en Jorge Álvarez publicó “Responso”, su primera novela, y ahí comenzó nuestra amistad.
P.: ¿Saer se jugó a las cartas el adelanto de esa novela y volvió a pedir más?
G.S.: El día siguiente tomaba el barco y eran los 500 dólares que necesitaba para llegar a París a instalarse. Jorge Álvarez no estaba, yo no se los pude dar, así que no sé cómo hizo.
P.: ¿Por 500 dólares García Márquez llegó a ofrecer toda su obra?
G.S.: No, fue por “Los funerales de la Mama Grande”, pero en 1965 era mucho dinero, nadie tenía 500 dólares disponibles. Me gusta de esa anécdota el que uno ve al García Márquez exitoso, triunfador y no se tiene en cuenta lo que le costó llegar a la cima. Fue alguien que sufría como loco para pagar el alquiler.
P.: ¿Bioy Casares dejó cuatro novelas terminadas que siguen sin publicarse?
G.S.: Finita Demaría, madre de Fabián, su hijo con Bioy, que es la heredera, me dijo que hay cuatro novelas y muchos cuentos inéditos, que por los desacuerdos que hubo nunca se conocieron. Solo sé eso, y no sé si es verdad.
P.: Perón y Maradona están entre los autores de libros con los que mantuvo relación.
G.S.: A Perón nunca lo representé. Buscando para escribir estas memorias encontré una foto en la que estoy, con pinta de nene, junto a Perón, debido al “Hola Perón” de Peicovich. Lo importante es quien sacó esa foto: López Rega, el mayordomo de Perón. Si bien fui el agente literario de la biografía de Maradona, solo lo conocí el día de la presentación. Esa biografía fue un logro del trabajo del periodista Daniel Arcucci. Son muestras de que un agente literario hace las cosas más diversas.
P.: ¿Cambió en España el interés por la literatura latinoamericana?
G.S.: Cambió el público lector. La transformación cultural que hubo en España fue brutal. No hay sensibilidad para la literatura latinoamericana, salvo situaciones excepcionales, como el fenómeno Bolaño, que se produjo de manera engañosa en Estados Unidos, y de manera auténtica en España. Siguen interesando Vargas Llosa o Isabel Allende, pero es difícil encontrar en una librería libros de Cortázar o Carlos Fuentes. Cambió la sensibilidad y, por otra parte, comenzaron a tener best sellers españoles. Nosotros creemos que hablamos el mismo idioma, pero no, las pautas culturales son diferentes. El realismo mágico cumplió su ciclo y se esparció por todas partes. Hoy el mundo del libro tiene que enfrentar la nueva pauta cultural que están marcando las series de televisión, que es un nuevo lenguaje, y eso va ir alcanzando a todos los niveles de consumo cultural. Hay que incorporar el mundo digital al del libro, porque es un avance que no se puede detener. Pero la escritura no se puede robotizar, por lo tanto, el escritor no resulta descartable. Eso es, por ahora, lo único cierto.
P.: ¿Cuál es el enigma del oficio del agente literario?
G.S.: Eso es algo que no tiene respuesta. El enigma se descubre en la experiencia de ver surgir los libros, y eso es, desde lo profesional, de un aprendizaje constante, de lo que se lee, de las relaciones que se tienen, eso genera un hacer que se debe volver un saber hacer. Yo no sabría decir cómo se podría hacer una escuela de agentes literarios.