LA HABANA, Cuba. — El pasado año, el centenario del natalicio del escritor Cintio Vitier (25 de septiembre) fue celebrado con bombo y platillo en Cuba por los decisores de la cultura oficial. De tanto que le debían, no podía ser menos. Independientemente de sus méritos como ensayista, poeta y crítico literario, Cintio Vitier fue uno de los más importantes intelectuales orgánicos del castrismo. Solo que el régimen le echó mano bastante tarde.
Vitier resultó conveniente cuando en los últimos años de la década de 1980, tras evidenciarse los primeros síntomas del derrumbe del comunismo soviético que vendría, el castrismo decidió ponerse patrioteramente nacionalista y citar más a José Martí que a Marx y Lenin.
De sólida cultura, estudioso del pensamiento martiano y sostenedor del relato teleológico de la historia de Cuba desde sus tiempos como miembro del Grupo Orígenes, Vitier les vino como anillo al dedo a los castristas. Así, desde que le confirieron el Premio Nacional de Literatura en 1988 y hasta su muerte, ocurrida el 1 de octubre de 2009, se dedicó a enhebrar el relato de Fidel Castro como continuador de Martí y de la revolución castrista como el inevitable destino de la historia cubana.
Pero en las décadas de 1960 y 1970, Cintio Vitier y su esposa, la poeta Fina García Marruz, además de ser criticados por su hermetismo, como los demás escritores de Orígenes, no gozaban de la confianza de los comisarios culturales del castrismo por ser burgueses y católicos fervientes y practicantes.
Recordemos que el más conocido ensayo de Vitier, Ese sol del mundo moral (1975) —una beatífica disertación histórica-filosófica sobre la ética y la espiritualidad cubana— apareció primero en México y demoró más de diez años antes de que permitiesen su publicación en Cuba.
Al igual que el poeta Eliseo Diego, con quien estaban emparentados, Cintio Vitier y Fina García Marruz, religiosos, cultos, refinados, de gustos exquisitos, crearon una armónica familia de hábitos burgueses. Teniendo en cuenta todo ello, resulta inexplicable su fascinación por el castrismo y que hayan podido compaginar su catolicismo con el marxismo-leninismo.
¡Cuántos buches amargos tendrían que tragar, y siempre disimulando, Cintio y Fina en sus tratos con los palurdos comisarios del teque y el agit-prop y los chismosos y chanchulleros burócratas de la UNEAC!
Cintio Vitier, que hizo varias antologías de poesía cubana, arrastraba el lastre de su elitismo y sus prejuicios. Eso se puso de manifiesto en el que es considerado su libro canónigo, Lo cubano en la poesía, de 1958, que es un caprichoso relato teleológico de la lírica nacional.
Por ejemplo, en dicho libro, Vitier calificó a Plácido (Gabriel de la Concepción Valdés) como “un poeta menor”. Al compararlo con José María Heredia, Plácido sale malparado. Según Vitier, la voz de Plácido, “sin canto propio, hecha de otras voces”, es “la más humilde que ha tenido nuestra poesía”. Reconoce que la voz de Plácido es personal e inconfundible, pero afirma que, por esas mismas razones, “nace y muere con él, no continúa ni anuncia nada, no pertenece al devenir histórico”.
En cambio, para Enrique José Varona, Plácido era “el poeta más espontáneo de toda la literatura hispanoamericana”. Según Varona, “por el esfuerzo de un genio asombroso se eleva a intervalos a las cimas de la inspiración poética para caer vertiginosamente más tarde; escritor a la par grandilocuente e incorrecto, versificador callejero, poeta comensal de fiestas domésticas y lírico sublime”.
Teniendo en cuenta que Plácido era un mulato fabricante de peinetas, autodidacta, criado en la Casa de Beneficencia, parece mucho más justa la opinión de Varona que el criterio excluyente de Cintio Vitier.
Si tan duramente juzgaba a Plácido, ¿qué opinaría Vitier de los mediocres versificadores y rapsodas del castrismo?
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org