Por Ernesto Martelli
En una semana turbulenta, el destino de las redes sociales parece atado, finalmente, a la convicción, vocación y las capacidades individuales de unos pocos.
Verdaderos experimentos sociales que han desatado una revolución comunicacional hace poco más de una década atraviesan hoy una crisis financiera, identitaria, funcional y de futuro, pero especialmente vibran y orbitan alrededor de las cualidades de sus líderes. Las promesas de horizontalidad que trajo la web 2.0 impactó de lleno en la capacidad y vocación humana por transmitir y hacer públicas actividades, pensamientos, ideas, imágenes personales, pero el destino de las empresas como negocio y función social luce en estos días como una función individual alrededor de Elon Musk y Mark Zuckerberg.
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Que Musk, el hombre más rico del planeta, se haya convertido en dueño de una plataforma con cientos de millones de usuarios activos diarios provocó discusiones de todo tipo. Y manifestaciones en todas las direcciones: su estilo experto y provocador como tuitero estrella, ¿lo beneficiará o perjudicará a la hora de las decisiones? ¿Su compromiso con un ideal libertario ayudará a la gestión no solo de los comentarios sino también de la gestión de la que es considerada “la mayor plaza pública” de discusiones? ¿Invertir su fortuna personal es una decisión virtuosa o al menos racional? Emblema empresarial del siglo XXI, ¿logrará llevar sus saberes tecnológicos, que aplica en las industria automotriz, robótica, espacial o neuronal al lodazal de la información?
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No pasaron siquiera días para que el diagnóstico en las editoriales y espacios de opinión de los medios especializados sea negativo, o incluso apocalíptico. Cambio de autoridades, despidos masivos, reglas de moderación y cancelación de cuentas fueron el contexto, además, en el que el propio Musk decidió seguir operando como un tuitero artero aun como dueño de la empresa. La caricatura de un Citizen Kane, adinerado e impulsivo, al que podemos imaginar riéndose de sus propias bromas mientras teclea en su computadora personal sobre temas que afectan a los usuarios de su red. Sí, suya.
The New York Times publicó un informe dedicado a ese modelo de gestión de sus primeros días en los que, para calmar a los anunciantes y a grupos civiles, parece anticipar un modelo de gestión más convencional, casi burocrático: armar comisiones de amplia representación, analizar junto a amplios sectores cada decisión.
Ayer mismo, el mismo diario daba cuenta del asunto desde uno de sus principales títulos del día: el despido de unos 3500 empleados, la mitad del staff, lo que generó confusión y frustración. Estupor y temblores.
Acaso la polémica sobre el cobro y el precio de las cuentas verificadas fue el cenit del asunto: el lunes último el escritor Stephen King (7 millones de seguidores) se negó abiertamente a pagar los 20 dólares mensuales que sugería Musk por ese servicio de acreditación de identidad (su posteo obtuvo 50.000 retuits). El nuevo dueño le contestó: “¡De alguna manera hay que pagar las cuentas! ¿Qué te parece 8 dólares?”. Luego agregó que era la única forma de combatir a bots y trolls y, más tarde, sumó un meme en el que bromeaba sobre el valor de un café y el precio a pagar para que los usuarios de la red estén verificados. Curiosamente o no, la célebre y analizada polarización de la red ahora oscila alrededor del propio carácter y personalidad de Musk.
— Elon Musk (@elonmusk) November 2, 2022
Ya el viernes, enojado, fastidiado por las reacciones de usuarios y mercados, decidió replicar a los “activistas” que lograron, según el propio Musk, perjudicar los ingresos comerciales aún cuando no hubo anuncios formales ni decisiones sobre la moderación de la participación en la red, y hasta los acusó de querer destruir la libertad de expresión.
Twitter has had a massive drop in revenue, due to activist groups pressuring advertisers, even though nothing has changed with content moderation and we did everything we could to appease the activists.
Extremely messed up! They’re trying to destroy free speech in America.
— Elon Musk (@elonmusk) November 4, 2022
Algo similar sucede con Facebook, rebautizada Meta apenas un año atrás. Desde ese momento hasta hoy, con el pivote orientado a instalar las capacidades tecnológicas para desarrollar el Metaverso y evolucionar desde las ahora cuestionadas redes sociales, el valor de las acciones cayó casi un 70%. Y en la última semana, desde los anuncios de los resultados del último trimestre, el escepticismo de los inversores agudizó la caída, un 24% de desplome. Un informe de The Financial Times puntualiza aspectos de esa desconfianza: la velocidad de adopción de esa nueva tecnología a escala masiva, pero especialmente la capacidad de la corporación de Zuckerberg de liderar esa adopción. El propio Mark, que hace apenas una década era el genio millennial y el niño mimado de los fondos de inversión, lució poco convincente, y fue blanco de memes. La visión de largo plazo y la convicción de Zuckerberg colisionan con el hostil mundo de las finanzas y hasta los haters de las redes sociales parecen volverse contra el golden boy que creó la plataforma digital para su existencia.
“No me gusta”: El metaverso de Mark tropieza y sus acciones ya cayeron 70% (captura/)
Basta ver el último posteo subido por el propio Zuck en Instagram para entender la complejidad del asunto. El jueves, una semana después de enfrentar las críticas y pérdidas billonarias, protagonizó un reel, en primera persona, en remerita, mirando a cámara, en tono tutorial, en el que explica las virtudes de los grupos de comunidad de otra red que le pertenece, WhatsApp. Es una prueba más: mientras Musk y Zuckerberg le ponen el cuerpo al desafío de hacer evolucionar el modelo de negocio de las redes sociales, la irrupción de TikTok en los últimos tres años sacude los pilares de las redes a fuerza de videos cortos y también de un poderoso algoritmo de recomendación y sugerencia. Así, parece haber coincidencia en que estamos ante el fin de las redes sociales… al menos como las hemos conocido hasta ahora.
Meses atrás, cuando el caso Twitter-Musk era una intención, en esta misma columna vinculábamos el asunto a la “tiranía del yo”, la filosofía crypto y la relación de lo individual con lo colectivo, y nos preguntamos: “¿A quién le creemos más, a un board profesionalizado o a un billonario que decide comprar abruptamente una empresa para orientarla según sus preferencias?”
Fuente La Nacion