La población ultraortodoxa crece un trepidante 4% anual, y con sus más de 1,2 millones de integrantes, representa el 13% de los israelíes. Una cifra que se elevaría al 30% en 2060.
Con la Torá en una mano y un libro de álgebra en la otra, el rabino Menachem Bombach encarna la síntesis de un álgido debate en Israel sobre la educación ultraortodoxa que subvenciona el Estado judío, y que resurge ante la inminente llegada del gobierno más religioso de su historia. ¿Enseñar ciencia o dogma?
“¡Ambos!”, responde el rabino haredí de 46 años y barba corta.
Los líderes espirituales de Israel deben perpetuar los fundamentos del judaísmo, pero “sin saber matemáticas, inglés o hebreo, la comunidad ultraortodoxa no puede ser parte del mundo, prevalecer en el siglo XXI”, argumenta, en una de las 12 escuelas Netzach que fundó para impartir materias hasídicas y seculares por igual.
Su visión progresista hace cortocircuito con el sector más radical de la comunidad ultraortodoxa, que habla yidis, repele la modernidad y aspira a que sus varones consagren su existencia a recitar el Talmud y la Torá, sin distracciones laicas.
La filosofía de Bombach también se contrapone a la del próximo gobierno, muy probablemente encabezado por Benjamín Netanyahu y sus aliados del movimiento Sionismo Religioso y partidos ultraortodoxos.
“GRAVE ERROR”
A cambio de su apoyo en las últimas elecciones, Netanyahu prometió a las facciones políticas de Judaísmo Unido de la Torá (JUT) duplicar a unos 870 millones de dólares anuales la subvención para alumnos ultraortodoxos, aunque no estudien materias seculares.
Esto derrumba un incipiente mecanismo del Ministerio de Educación que había logrado condicionar ese subsidio a la aprobación de exámenes de matemáticas, inglés y hebreo, ante una creciente presión pública que considera que la subvención de la educación para ultraortodoxos (financiada por los contribuyentes) debe rentabilizarse en su posterior inserción al mercado laboral y hacer de los alumnos ciudadanos autónomos.
«Netanyahu está dispuesto a vender a estos niños y el futuro del país por sus intereses políticos», criticó recientemente la ministra de Educación saliente, Yifat Shasha-Biton.
Bombach, que aprendió inglés, hebreo y matemáticas de forma autodidacta a los 20 años cuando se dio cuenta de que era analfabeto, coincide en que Netanyahu comete “un grave error”.
MODERNIDAD VS POBREZA
Los pasillos del Seminario Hasídico, uno de los internados para varones que dirige Bombach al sur de Jerusalén, se inundan de oleadas de jóvenes con tirabuzones y kipás. Pasan de una aula a otra, algunos portando textos sagrados, otros calculadoras, uno toca la guitarra y otros señalan un lugar en la geografía de Israel sobre el mapa.
En total, unos 22.000 niños y niñas ultraortodoxos estudian en la red de escuelas físicas y virtuales Netzach, desde el nivel más elemental hasta cursos preuniversitaios.
El objetivo: incubar a los futuros médicos, informáticos, ingenieros y maestros haredíes que Israel necesita.
La población ultraortodoxa crece un trepidante 4% anual, y con sus más de 1,2 millones de integrantes, representa el 13% de los israelíes. Una cifra que se elevaría al 30% en 2060.
Al mismo tiempo, la tasa de pobreza en este sector alcanzó 44% en 2019: la mayoría de las familias haredíes subsiste con un solo sueldo, casi siempre el de las mujeres, que trabajan pocas horas y con bajo salario. Mientras, los varones se dedican a rezar.
Se estima que 150.000 hombres estudian la Torá a tiempo completo en Israel (la cifra más alta de la historia), y que su baja participación en el mercado laboral cuesta al Estado unos 30.000 millones de dólares anuales en salarios potenciales perdidos, según el centro de investigación Israel Democracy Institute.
“Es una carga insoportable”, reconoce Bombach, al afirmar que los padres de sus alumnos entendieron que “no necesitan perder sus creencias para enviar a sus hijos a la escuela”, y así “detener el ciclo de la pobreza”.
MIEDO
«Nunca vi que las matemáticas o el inglés impulsaran la economía», en cambio, «estudiar en la yeshivá (escuela talmúdica) es más difícil que ser soldado en la línea de frente», declaró recientemente el líder de JUT, Yitzhak Goldknopf.
Como muchos líderes espirituales, este rabino de sombrero de copa y esponjosa barba blanca rechaza la educación secular al tiempo que aboga por más financiación estatal para las escuelas ultraortodoxas.
Una posición que, para muchos, tiene que ver con el poder: mantener a su comunidad dependiente de las subvenciones, garantiza un electorado cautivo.
Pero para Bombach, se trata sobre todo de “miedo”, palabra que describe el significado literal de “haredí”.
“Los ultraortodoxos no saben cuál es el precio que deben pagar por cambiar de opinión, tienen miedo de lo que pueda traer el conocimiento secular”, subraya Bombach, quien ha enfrentado amenazas, ataques y hasta la excomunión de su barrio natal, Mea Shearim, el más ultraortodoxo de Jerusalén.
Rivka Ravitz, una prominente haredí de origen estadounidense, exjefa de personal del expresidente Reuven Rivlin, hace “todo lo que digan los rabinos».
«Si dicen que mis niños no deberían aprender inglés o matemáticas, no aprenden. A veces me gustaría que aprendieran porque podría ayudarles en su vida, pero estoy dispuesta a pagar este pequeño precio para ser parte de esta gran comunidad”, recalca bajo su peluca y vestida toda de negro.
Impávido, Bombach asegura que el cambio ocurrirá “inevitablemente» a largo plazo. «No es un pecado, está bien aprender”. EFE
Fuente Aurora