El Gobierno tuvo que dar marcha atrás -de nuevo-, esta vez, con las usurpaciones: hablamos de Guernica y del campo de los Etchevehere. Por: Laura Di Marco
Alberto Fernández ya lo había anticipado al tomar distancia de Juan Grabois y decir lo que es obvio: hay que acatar el fallo de la Justicia.
Y la Justicia falló. La decisión judicial de desalojar a los militantes de Grabois, que entraron al campo de la familia Etchevehere en medio de un mal resuelto conflicto familiar, tuvo frases felinescas.
“Me van a tener que sacar muerta”, dijo Dolores Etchevehere cuando llegó la orden del desalojo. Después Grabois, que dio una conferencia de prensa, castigó a Alberto Fernández por, supuestamente, ceder ante los poderosos y dijo que la hermana de los Etchevehere está “prácticamente en la indigencia”.
El desalojo en Guernica también tuvo frases y escenas muy impactantes. “Cuando se calme todo, vamos a volver a entrar”. Esta frase es de una una mujer que fue desalojada este jueves en la toma de Guernica, que tiene imágenes muy fuertes.
Vos ves estas imágenes y decís: por supuesto que la pobreza lastima en la Argentina, pero la solución no puede ser a través de la comisión de un delito y de la violación de la Constitución.
Es lo que ocurrió esta semana con el gobierno de Axel Kicillof, que premiará el delito de la usurpación otorgando 50.000 de pesos durante seis meses a los ocupantes, que obviamente están en una situación de vulnerabilidad.
Patricia Bullrich se expresó vía Twitter, donde escribió: “Policía de la Provincia de Buenos Aires: $44.000. Repositor de supermercado: $37.000. Usurpador: $50.000”. Y agregó: “Pese al mérito y el sacrificio, miles de trabajadores se quedan en la calle, y las pymes bajan sus persianas. Frente a este reclamo, Kicillof les responde a los bonaerenses regalando dinero como si fuera de él”.
La carta de Cristina se trata de una larga catarsis en la que cachetea a todos, y después les propone un acuerdo político a los mismos actores políticos y económicos que, unos renglones arriba, describió como los que destruyeron la Argentina.
Al evaluar la carta, el albertismo dice una cosa en público y otra muy diferente en privado.
En privado, crece la tensión en el Gobierno entre Alberto y el kirchnerismo duro, después de una carta en la que Cristina admite que la criatura que ella fabricó -Alberto Fernández- no funciona y no solo no funciona, sino que nos está conduciendo hacia una tormenta de dimensiones incalculables, que se puede llevar puesta a la coalición oficialista.
Y ella lo ha registrado.
¿Son ciertas las versiones que circularon en el sentido de que, desde el Instituto Patria, se habían conectado con amigos de Mauricio Macri para tentarlo con un acuerdo político? No.
La realidad es que el lunes Macri llamó a Miguel Ángel Pichetto para saber qué le parecía el contenido de la carta, pero nadie del Gobierno lo contactó.
Pichetto evaluó que la idea de un acuerdo era interesante y que, en un momento tan delicado, la oposición no podía sacarle el cuerpo a esa propuesta, si fuera genuina.
En el albertismo dicen en privado esto: si había alguna posibilidad de acuerdo político con la oposición, Cristina lo acaba de dinamitar. ¿Por qué? Porque Alberto Fernández quedaría como el “che pibe” que cumple con las exigencias de su jefa.
La verdad es que Alberto se envenenó con la carta y respondió con una foto, junto con los criticados por Cristina, aunque sin nombrarlos directamente: “Los que escribieron libros en mi contra” y “los que pidieron cárcel a los kirchneristas”.
¿Por qué mencionó Cristina la idea de un acuerdo con empresarios, opositores y medios, si esa palabra no parece estar en su genética ni en la del peronismo? Porque Cristina es dos Cristinas: Doctor Jekyll y Mr Hyde.
Una intelectual -que se veía reflejada en Michelle Bachelet, en Hillary Clinton o, en su versión más radicalizada, en Rosa de Luxemburgo- (la senadora que cautivaba con su discurso en los programas de televisión en la década del ’90) y otra, mucho más emocional y primaria, que ante la más mínima crítica es incapaz de regular su furia, como en aquella famosa conferencia de Harvard.
Este jueves un político de la oposición me recordaba que el peronismo siempre, desde su creación, reprimió la disidencia. Me decía: “Cipriano Reyes terminó preso y torturado”. En los ’90, la disidencia a Menem terminó en el grupo de los 8. Duhalde disputó con Menem y terminó aplastado. Con el kirchnerismo, los que criticaron terminaron afuera y parece que no perdonados: Massa y Fernández.
Un dato llamativo que sucedió este jueves en Diputados, que aprobó el presupuesto 2021. En medio de una catarata de críticas al Gobierno, cuando le tocó a Máximo Kirchner defender la gestión de Alberto Fernández y Martín Guzmán se quedó callado.
Para que haya un acuerdo político, dicen en Juntos por el Cambio, el kirchnerismo debería, por lo menos, bajar todas sus banderas de confrontación: reforma judicial, la defensa a la dictadura de Nicolás Maduro y la persecución de jueces que molestan a Cristina.
¿Es posible eso? No lo parece.
El dilema por Rafecas y el cortocircuito entre Lilita y Macri
La designación de Daniel Rafecas como nuevo jefe de los fiscales divide a Juntos por el Cambio.
Primero acordate por qué es importante el jefe de los fiscales.
De allí, el acoso al actual procurador, Eduardo Casal: el kirchnerismo se enoja con todo lo que no le hace caso.
Lilita Carrió se cortó sola y propuso públicamente que Juntos por el Cambio negocie con el Gobierno para darle a Rafecas en el Senado los dos tercios necesarios para que se convierta en procurador.
La propuesta cayó como una bomba entre sus socios del Pro y los radicales. Macri cree que Rafecas no es confiable y los radicales quieren negociar algo a cambio de dar luz verde a Rafecas.
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Por ejemplo, la modificación de la ley del Ministerio Público Fiscal: los socios de Carrió quieren acortar a cuatro años este cargo que hoy es vitalicio. ¿La razón? Evitar que Cristina les ponga otra Alejandra Gils Carbó.
El debate sobre la designación de Rafecas se recalentó después de que el kirchnerismo impulsó modificar la ley mediante la cual se designa al procurador para saltarse la necesidad de los dos tercios del Senado (que Cristina no tiene) para designar un jefe de los fiscales adicto al Gobierno.
Carrió quiere curarse en salud y prefiere el “mal menor” (Rafecas) a que el kirchnerismo haga alguna tramoya para poner de procuradora a una figura como Graciana Peñafort.
En LN+, Carrió contó que está enojada con Macri. En la tertulia te contamos qué pasa entre ellos.
Fuente La Nacion