Alemania reaccionó en semanas, tras el estallido de la pandemia y su correlato en forma de crisis económica, de forma muy diferente a como lo hizo en la anterior crisis, la generada por el colapso financiero de 2008 y la crisis de la deuda en Europa de 2010 a 2012.
El hegemón europeo, dirigido por una veterana Angela Merkel (lleva 15 años en el cargo), rompía con los ajustes y permitía que la Unión Europea movilizara en apenas 10 meses casi tres billones de euros entre fondos comunitarios y del Banco Central Europeo. Por primera vez abría la mano incluso a una emisión de deuda conjunta europea desde Bruselas que fue recibida con euforia en los mercados financieros.
La actuación fue tan potente que la mayoría de los países de la Eurozona redujeron su riesgo-país hasta niveles históricos. Hasta España y Portugal ya colocaron esta última semana bonos a 10 años a tasas negativas. No es que los mercados financieros le paguen a Alemania por prestarle dinero, ya le empiezan a pagar al sur de Europa.
Mientras Merkel se unía a Francia, Italia, España o Bélgica para sacar adelante los fondos para la crisis, se alejaba de sus compañeros de viaje europeo de la última década, como los Países Bajos, Dinamarca, Suecia o Austria, los autodenominados frugales, los amantes apasionados del ajuste ajeno.
¿Por qué cambió Alemania y con ella Europa? Muchos analistas estiman que fue porque aprendió que sus medidas más ortodoxas fallaron en la anterior crisis y porque los ajustes tuvieron como consecuencia económica el auge de los partidos ultraderechistas eurófobos y algunos populistas de izquierdas. Otros creen que Alemania vio en esta crisis el potencial suficiente para desbaratar el mercado común europeo, vital para su industria.
Nueva Europa
Un informe del analista Andreas Bock para el European Center on Foreing Relations, uno de los think tank más influyente de Europa, apunta a otra razón, más global, más de largo alcance y gran angular. Bock considera que Alemania decidió poco después de estallar esta crisis que, apoyándose sobre todo en Francia y en parte en Italia y España, quería que tras la crisis surgiera una nueva Europa que fuera la protagonista en dibujar el mundo que nacerá después de la pandemia. Mientras el francés Emmanuel Macron recitaba discursos sobre el futuro de Europa, la alemana ponía las medidas y la plata sobre la mesa.
Merkel veía que unos Estados Unidos con Donald Trump y un partido Republicano echado al monte y una China cada vez más envalentonada podrían aplastar a Europa en medio si esta no impedía que le pintaran la cara. Y sabía que para lograrlo necesitaba recuperar el papel de una Alemania líder en Europa, que sacara al continente de la crisis lo antes posible, vacunara masivamente a su población en meses y empezara a proponer al mundo un modelo exitoso, lejos de las guerras comerciales y el populismo, lejos del autoritarismo chino.
Los alemanes parecen defender la primera apuesta de su líder. Un informe de este centro de estudios asegura que sólo el 26% de los alemanes cree que su país permitió que la Unión Europea gastara demasiado. Sólo pasan de la mitad (53%) en esa idea los votantes de la ultraderechista AfD, un partido que apenas supera ya el 10% en los sondeos, que es un apestado en la política alemana con el que nadie pacta y que se está descosiendo en riñas internas. Hasta el 76% de los votantes conservadores cree que el gasto europeo en esta crisis es adecuado, así como el 81% de los socialdemócratas y el 89% de los ecologistas.
Casi dos tercios de los alemanes acepta de buena gana el nuevo fondo, en contraste con la situación de hace una década, donde la mayoría abogaba porque la Unión Europea se dirigiera con una estricta política económica de ajustes. Los alemanes cambiaron porque Angela Merkel vio el peligro y cambió. Casi la mitad de los alemanes cree que el nuevo fondo europeo post-pandemia (750.000 millones de euros, con España e Italia como grandes beneficiarios con casi la mitad entre las dos) debería ser aún mayor.
Los objetivos
¿Qué piden a cambio los alemanes? Que esos fondos se usen principalmente para dos objetivos, para proteger los valores democráticos de la Unión Europea y para una transformación masiva, sobre todo ecológica y digital, del bloque en los próximos años.
El resto de Europa ve ahora a Alemania con otros ojos. Merkel ya no es la dirigente que exige ajustes sino que forja consensos entre 27 países para sacar adelante los acuerdos que permitan a Europa salir lo antes posible de esta crisis. Su ministro de Finanzas ya no es el conservador HER NEIN Wolfgang Schäuble, sino el dialogante, muy europeísta y socialdemócrata Olaf Scholz.
El cambio alemán, que se ve en los estudios de opinión, es también, explica Bock, consecuencia de una nueva actitud: “Los alemanes, junto con Francia, quieren jugar un papel decisivo en la reconstrucción del mundo post-coronavirus. Y los alemanes saben que en ese esfuerzo su país juega un papel central. Eso se refleja en el hecho de que, entre todos los países que estudiamos, Alemania es el único en el que una mayoría de la población sienta que su país tiene una influencia creciente en Europa”.
Alemania presenta así al mundo un nuevo modelo de Europa, que ya no pone el pie en cuello a sus eslabones más débiles (Grecia), que dispone que el 57% de sus nuevos fondos comunitarios vayan a transición ecológica y digitalización, que sigue firmando acuerdos comerciales con el mundo pese a los frenos que surgen en algunos países y que condiciona los fondos al respeto a los valores del Estado de Derecho, algo que nunca hizo en cuatro años el Estados Unidos de Donald Trump y nunca hizo China.
Alemania quiere que el modelo europeo, por ejemplo liderando la transición energética y ecológica, sea el más atractivo porque sabe que ese soft power, ese poder de atracción, es la única baza que tiene Europa si quiere pararse ante las dos superpotencias.
PB
Fuente Clarin