Evitar el abismo es el “regalo” de esta Navidad del Reino Unido y de la Unión Europea (UE) para sus ciudadanos y empresas, pero el acuerdo de libre comercio que regirá de forma provisional a partir del 1 de enero de 2021 amortigua, pero no evita, un importante impacto económico, político y social de la ruptura que supone el Brexit.
En el día de Nochebuena, como en un cuento de Charles Dickens, Londres y Bruselas alcanzaron el ansiado pacto a apenas una semana de que sonase la campana del final del periodo transitorio, es decir, del Brexit “político”, en el que empresas y ciudadanos apenas habían notado los efectos del fin de una relación que ha durado 47 años.
A solo siete días de saltar a esa “terra incognita”, tras diez meses de tiras y aflojas, una negociación final maratoniana y una noche en blanco, llegó el ansiado apretón de manos y en todas las capitales europeas pudo escucharse el sonido del aliento del alivio general, con el telón de fondo de la crisis galopante de una pandemia aún fuera de control y con la incógnita amenazante de una nueva cepa más contagiosa. El futuro siempre es incierto.
Controles y papeleos
Una vez implementado, el acuerdo de 1.246 páginas, que aún no se han hecho públicas, regirá las relaciones futuras sobre comercio, pesca y otros sectores como la cooperación judicial y policial.
La relación con el antiguo socio comunitario será privilegiada, pero no idílica. La premisa que siempre ha guiado a la UE en este traumático proceso es que “no se puede estar mejor fuera que dentro” del club comunitario, una especie de aviso a navegantes de carácter disuasorio.
En virtud de lo pactado, Reino Unido seguirá disfrutando del privilegio de la exención de aranceles y de cuotas en sus intensos intercambios comerciales con otros países de la UE, algo único para un país tercero. Ahora bien, al salir del mercado interior y de la unión aduanera, se imponen los controles y los papeleos sobre mercancías, con su consiguiente coste en tiempo y dinero.
El Brexit va a costar dinero a la economía europea porque habrá nuevos procedimientos, requisitos y nuevos obstáculos para comerciar entre el Reino Unido y la UE, advierte Ben Butter, director de la Asociación de Cámaras de Comercio e Industria Europeas (Eurochambres).
Butter sabe bien de lo que habla, pues Eurochambres representa a más de 20 millones de empresas en Europa -el 98 % son pymes- a través de sus miembros en 44 países y una red de 1.700 cámaras regionales y locales.
El año pasado, las exportaciones de la UE al Reino Unido fueron de casi 300.000 millones de euros, y al contrario se acercaron a los 190.000 millones de euros.
Y como muestra un botón: No hay una industria que esté más estrechamente integrada en la UE que la automotriz europea, con cadenas de suministro complejas que se extienden por toda la región, señala el director general de la Asociación Europea de Fabricantes de Automóviles (ACEA), Eric-Mark Huitema.
A la espera de ver los detalles técnicos del acuerdo para hacer la evaluación completa, Huitema ya avisa de que habrá “mucha más burocracia y carga regulatoria para la industria” y del “gran desafío” que supondrá “las barreras al comercio en forma de nuevos procedimientos aduaneros que se introducirán el 1 de enero de 2021”.
Cada año, la UE y el Reino Unido comercian con casi 3 millones de vehículos de motor por valor de 54.000 millones de euros, mientras que el flujo de componentes y piezas representa casi 14 000 millones de euros anuales, según datos de ACEA.
Todos los sectores industriales tienen listas sus lupas para buscar si algún diablo se esconde en los detalles, como es el caso de la farmacéutica, que se “tomará el tiempo” para “entender” cómo les afecta el acuerdo, pero tienen claro que “habrá un cambio significativo en la forma en que funcionan los acuerdos fronterizos y aduaneros”.
Es lo que dicen este viernes en una declaración conjunta el director ejecutivo de la Asociación de la Industria Farmacéutica Británica (ABPI), Richard Torbett, y la directora general de la Federación Europea de Industrias y Asociaciones Farmacéuticas (EFPIA), Nathalie Moll, en la que subrayan su voluntad de seguir trabajando juntos.Todo un símbolo en pleno divorcio y pandemia.
Y es que tras casi medio siglo de vida en común los lazos entre industrias están muy imbricados. Otro ejemplo de los muchos de esa conexión profunda que el tiempo ha ido tejiendo es la aerolínea Iberia, integrada en el grupo británico IAG.
O en la pesca, que por poco arrastra las negociaciones a un Brexit -aún más- duro, en la que en torno a un 20% de la flota británica pertenece a filiales de compañías europeas. El recorte pactado es del 25% del valor de las capturas de la flota pesquera europea en aguas británicas, con un período de transición de cinco años y medio.
Tras medio siglo de vida en común, ambas partes conocen al dedillo sus debilidades y fortalezas. Los intercambios se han basado precisamente en la confianza, que se torna ahora en un mirarse de soslayo.
A partir del 1 de enero, las relaciones se sitúan en otro plano: Habrá un mecanismo de vigilancia y represalias en caso de competencia desleal, ya sea por ayudas públicas o por políticas sociales, laborales o medioambientales. Se contempla también un sistema de arbitraje y un comité de expertos. Se queda fuera el Tribunal de Justicia de la UE, salvo que en el texto del acuerdo haya referencias al derecho de la Unión.
La geografía es terca
Pero al margen de la letra pequeña, que se irá conociendo en los próximo días, lo que es indudable es que este acuerdo viene a sumarse a otros eventos que han quedado marcados en los libros de Historia en el continente europeo en Navidad, desde la coronación de Carlomagno a la caída del dictador rumano Nicolae Ceaucescu pasando por el colapso de la URSS.
Y aunque desde la perspectiva cortoplacista del día a día puede haber parecido que la negociación se hacía infinita, lo cierto es que las conversaciones duraron apenas 10 meses, todo un récord en comparación con otros grandes acuerdos comerciales.
Solo por citar un ejemplo reciente, el Tratado de Libre Comercio entre la UE y Canadá (CETA) llevó unos siete años hasta su entrada en vigor en 2017. Más del doble, exactamente 20 años, llevó negociar el acuerdo comercial con Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), pactado en 2019 y que aún no ha sido ratificado.
Con este acuerdo, el Reino Unido y la UE no solo amortiguan la caída en el precipicio del Brexit sino que salvan su relación, aunque sea a otro nivel, y su posición en el mundo.
Y es que el Reino Unido puede estar abandonando la UE, pero no puede salir de Europa. “La geografía”, le dijo el presidente francés, Emmanuel Macron, una vez al primer ministro británico, Boris Johnson, “es terca”.
Catalina Guerrero. Agencia EFE