Por Ignacio Zuleta
El embajador en Brasil se acerca a Bolsonaro y dice que el Presidente no se parece a Cristina. El jefe de Gobierno, con la mira en el 2023.
Bolsonaro y Alberto, a barbijo caído
Jair Bolsonaro quiere más que una foto y abrazo a barbijo caído con Alberto Fernández. Quiere venir a la Argentina y visitar sus santuarios patrios. “Quiero conocer La Ñata”, le pidió el viernes a Daniel Scioli. El embajador argentino estaba ese día en el palacio de Planalto en una reunión con el ex almirante Flavio Viana Rocha, Secretario de Asuntos Estratégicos de Bolsonaro, en el despacho que tiene éste junto al de su presidente. El lugar era un horno de conspiraciones, porque se negociaban las adhesiones al oficialismo, que reflejarán las nuevas autoridades del Congreso de Brasil que se eligen este lunes. Había clima de festejo y Scioli se deslumbraba al ser testigo de un capítulo que puede ser histórico. Algo a lo que está acostumbrado aquí, pero no en otros países.
“Vamos a saludarlo”, lo invitó Viana que, se enteró Scioli después, le había dado a Bolsonaro detalles hasta minimalistas sobre su cena en La Ñata, y le había confesado su deslumbramiento al recorrer el museo personal que reúne memorabilia deportiva y política de los últimos 30 años de vida del ex vicepresidente. Recorrerla es un retrato de esos años, y del dueño de casa, que tiene como norma no desfigurar ni adaptar las imágenes que cuelgan de las paredes según la ocasión. Están retratados ahí todos los personajes de todos los gobiernos que se han fotografiado con él. Pueden cambiar los tiempos y los gobiernos, pero el museo no se toca.
Ningún protagonista de la política de hoy, ni en la Argentina o en Brasil, puede mostrar tamaña cantidad de testimonios, fotos, documentos, lanchas, grandes pantallas, artefactos de uso personal, regalos y hasta una pista de scalextric en buen uso para quien quiera distraerse un rato. Este recinto del “Planet Scioli” y su sede anterior en el Abasto, ha sido sede de mil conspiraciones. Bolsonaro debe querer someterse a un rito de iniciación, como el que transitaron, entre muchos otros, los Kirchner el día que conocieron el santuario sciolista del Abasto y entendieron por qué él los había llevado a la presidencia.
Otro efecto de la caída de Trump
Jair y Alberto avanzan hacia la nueva geopolítica, con el compromiso -que los dos gobiernos admiten de manera tenue para no tomarse mucho la palabra en público- de encontrarse el 26 de marzo en Puerto Iguazú. Ese día los países del Mercosur celebrarán los 30 años de la firma del tratado de Asunción, que creó el sistema de integración que los dos gobiernos empiezan a admitir como un mecanismo útil. Las administraciones terceristas han favorecido este entendimiento, que nació como un acuerdo político contra los golpes militares, que acordaron Raúl Alfonsín y José Sarney. Nunca creyeron que fuera mucho más, pero con los años se convirtió en una zona de protección de negocios, que ha seguido la suerte azarosa de éstos.
Las administraciones más aperturistas han creído menos en el Mercosur, y se plegaron a las críticas de terceros países contra esos resguardos proteccionistas. Bolsonaro y Lacalle Pou representan hoy el entendimiento anti integracionista, simpático a lo que fue la administración de Macri, que se tentaba con invitaciones a adherir a otras ligas de naciones. Alberto y Bolsonaro, llamados a pelearse, parecen ahora condenados al Mercosur. Obran como factores de este renacimiento, los giros políticos en países como Estados Unidos, que producen un efecto dominó en las relaciones con Europa y China. Para prevenirse de la ola multilateralista post Trump, que se viene con Joe Biden, parece más beneficioso un Mercosur fuerte. Es lo explica que acepten los dos juntarse, y terminar con un año de hostigamiento mutuo.
También por la avenida del medio
Celestino del entendimiento ha sido, entre otros, Scioli, que se precia de haber convencido a Brasilia de que Alberto no es Cristina, sino que es más parecido a Massa. También de haber persuadido a Buenos Aires de que Bolsonaro no tendrá problemas para terminar su mandato. Alberto basó su agresividad a Bolsonaro en la presunción de que la crisis de Brasil derrumbaría esa presidencia. Por eso se pegaba a los agoreros de aquel país, que encima habían sido víctimas penales de Bolsonaro, como Lula y Dilma. Ahora se da cuenta de que debe ir confiado a Puerto Iguazú, y replicar aquellas fotos de 1990 que juntaron, en el nacimiento del Mercosur, a Carlos Menem, Fernando Collor de Mello, Andrés Rodríguez y Luis Alberto Lacalle.
El embajador argentino en Brasil, Daniel Scioli, con Eduardo Bolsonaro, uno de los hijos del presidente de ese país.
Este domingo Scioli abrió el comedor de la residencia en Brasilia, y almorzó con Eduardo, el tercer hijo de Jair Bolsonaro, que es diputado nacional por San Pablo, y ha sido una herramienta de los acuerdos para asegurarle a su papá y presidente, una relación más cómoda con la legislatura de su país. Bolsonaro hizo una suelta de fondos en las últimas semanas, para asegurarle al “centrão” -un entendimiento de partidos de centro, algo así como la avenida del medio brasileña– el control de las dos cámaras. A cambio, que entierren los pedidos de juicio político -más de 60 presentados por adversarios de todo tipo, que aspiran a disparar el mismo mecanismo con el que se llevaron puesta antes a Dilma Rousseff-. El objetivo es, claro, lograr un reelección en 2022.
Reabre el Congreso con debate sobre vacunas y Formosa
La reapertura del Congreso habilita reacomodamientos con directa función preelectoral. La sede de los cruces entre oficialismo y oposición será este miércoles la reunión informativa a la que llamó la comisión de Salud de Diputados para que Ginés González García se someta a examen de todos los bloques. El asunto es la épica vacunatoria en la que confía el Gobierno para cambiar su destino. Se anotan todas las bancadas, pero han dedicado horas a afilar el lápiz de medir el formato de sus intervenciones en el que será el gran escenario de comienzo del año. El Gobierno llega encepado por el acoso con motivo de la gestión de Gildo Insfrán en Formosa, que se da de patadas con los valores que sostiene la oposición. Viene a cumplir el mismo efecto de Carlos Juárez en 2003: Néstor Kirchner lo saludaba antes de las elecciones de aquel año como modelo de conducta política. Apenas asumió, lo intervino y abrió en Santiago del Estero –un feudo del peronismo- una nueva era política.
En aquel gabinete de 2003 estaba Gustavo Béliz con más poder que en la actualidad, era ministro de Justicia y mandó a gente de su equipo a gobernar Santiago. ¿Se quedará callado ahora Béliz ante este entuerto con Insfrán? Es cierto que el formoseño es una de las dos autoridades políticas del PJ nacional, presidente del Congreso partidario –José Luis Gioja lo es del Consejo Nacional-. También que expresa a un peronismo más amplio que el cristinista, con el que lo identifica la oposición. Pero en 2019 Insfrán integró el club de la lista corta; separó las elecciones locales, con lo cual se desentendió de la fórmula nacional que sostenía a Cristina, vice de Alberto.
Hábil, enlazó relaciones sólidas con Rogelio Frigerio durante el anterior gobierno, a cambio del apoyo a votaciones en el Congreso de leyes de mutua conveniencia. Macri puede enojarse ahora, pero esos lazos lo beneficiaron en el primer tramo de su gobierno. El entendimiento con el peronismo de otras provincias lo enlaza con el otro peronismo, el del interior, que sigue tomándole al trío gobernante. Es comprensible que encuentre en ellos un bloque para su defensa. También que alguien quiera cobrarle la factura de la falta de fe que justificó la lista corta en 2019.
Hay que cuidar a algún peronismo
En la oposición de Juntos por el Cambio regulan de motores. Hay un peronismo que está en la mira de esa formación, que ya pasó por el purgatorio de las relaciones con Massa, que se fue con otra y les dejó explotada la tarjeta de crédito. Horacio Rodríguez Larreta estuvo en Mar del Plata y buscó cierta neutralidad en la puja de los radicales por el control del partido en Buenos Aires, entre Maxi Abad y Gustavo Posse. La posición que sostiene Larreta es, palabras más, palabras menos: como candidato a presidente no puedo pelearme con tantos.
En la Capital los tengo a Lousteau y a Yacobitti, que juegan con Posse. Y entre los nuestros tampoco puedo consentir críticas al peronismo que nos cierren el futuro. Si llegamos a gobernar desde 2023, vamos a necesitar a un sector del peronismo con el que no podemos pelearnos en el tramo de la campaña.
Un escenario conocido pero que deja enigmas sin responder: en el medio de este 2021 y 2023 está la campaña. ¿Quién va a llevar a ese peronismo a algún entendimiento con Juntos por el Cambio? Algunos esperan que el radicalismo formule una plataforma que se ponga por sobre esas contradicciones. El sector que expresa a los bloques legislativos y a los think tanks del partido se mueve ahora detrás de la redacción de un documento que lleva varios meses de estudio y redacción. Se dará a conocer este mes con el respaldo del llamado Grupo Olimpia, que integran bajo el formato de un coqueto whatsapp, Mario Negri, Luis Naidenoff, Ernesto Sanz, Lilia Puig, el gran gurú Jesús Rodríguez, Adolfo Stubrin, Karina Banfi, Facundo Suárez Lastra, Fabio Quetglas, Walter Cevallos y entre muchos otros, el propio Abad. Ese conjunto, se presume, apoya su chance en la interna radical de Buenos Aires.
Larreta y las dificultades de no ser Macri
Suma Larreta otras singularidades: es el gobernante del distrito vidriera del país, por un partido que lleva ya un cuarto de siglo sin que nadie le haga sombra, que puso un presidente de la Nación y lo tiene a él como sucesor. Todo lo construyó siendo gobernante de un territorio con dinero, y al que representa con una identificación como la que pocos tienen en su distrito. Ese carácter lo encierra en espacio de vecindad, pero su pelea es nacional. La construcción nacional de Cambiemos ha estado en manos de sus socios del radicalismo y de la coalición, que pusieron el agua para que navegase como candidato mágico, Mauricio Macri. Larreta tiene que reconstruir esos factores. Los radicales creen estar en tiempos de poner a alguien propio en la fórmula presidencial, y que no sea la mujer de ese ticket.
Tampoco Larreta es Macri, que dedicó años a convertirse, de intendente aldeano, en figura nacional. Venía, además, de una estimación negativa del público que logró revertir. Larreta, en cambio viene de una estimación más que positiva, que debe defender en tiempos inclementes. Para avanzar en las provincias, tantea las relaciones con dirigentes comarcales que, en los papeles, están llamados a pelearse entre sí. Hay ejemplos claritos: puso dos senadores proaborto en la última elección -Lousteau y Tagliaferri- pero ahora quiere acercar a una musa “celeste”, como la animadora Amalia Granata. La recibió el miércoles en sus oficinas de Uspallata, llevada por el santafesino Álvaro González. Santa Fe es un distrito en donde han prosperado personalidades que no vienen de la política -Reutemann, Del Sel- y en el que la cercanía de la conductora de “Polino auténtico” puede ser un aporte. “Pegaron onda”, musitó un testigo. En Neuquén mandó a un delegado -Eduardo Macchiavelli, secretario nacional del Pro- a tantear a Jorge Sobisch, y la semana anterior Diego Santilli viajó a Corrientes a atornillar relaciones con Gustavo Valdés, que este año va por la reelección como gobernador.
El PRO lo cuida a Pichetto
Desde el PRO salen otros gestos, como el respaldo al peronismo “republicano” de Pichetto. El propio Macri lo privilegió el viernes con la primera reunión a su regreso de La Angostura. Esta semana puede repetirse ese encuentro si Macri acepta ir a comerse un asado al quincho de la casa de Pichetto en Vicente López. En ese recinto estuvo el sábado Diego Santilli, para un modesto café de conciliación. El vicejefe porteño tiene en marcha un proyecto de candidatura en Buenos Aires en 2023, territorio en donde Pichetto trabaja para construir alguna sociedad electoral. En este cuadro también cobran nueva luz algunas apariciones de Pichetto en la CABA. No ya como visitante de Larreta en las oficinas de Uspallata, adonde llevó a Jorge Yoma -que ha consagrado un estilo, con su atuendo casual de gorra con visera al revés-. Ahora Pichetto hizo una visita a las Villas 20 y a la Rodrígo Bueno, que tuvieron una música diferente para este crítico del pobrismo bergogliano.
Recorrió los emprendimientos de urbanización de la gestión porteña, acompañado de la ministra de Desarrollo Humano María Migliore. Esta funcionaria es la responsable de las relaciones con las organizaciones sociales que coordina Juan Grabois, que son tan buenas como las que ha mantenido este dirigente con las anteriores gestiones de Carolina Stanley y Guadalupe Tagliaferri. Ese trabajo redundó en las grandes leyes sociales de la era Macri -Economía Popular de 2016 y Ley de Villas de 2018-. La contrapartida fue la paz en las calles de la CABA durante los años de la presidencia de Macri. Las relaciones siguen con Larreta, a quien Grabois pone por encima de sus socios: “Porque no es -ha dicho el jefe de la CTEP- un mediocre horrible como Macri. Es democrático y bastante pragmático. Tiene alguna sensibilidad social. Es un rival, pero no un enemigo”.
Intríngulis: cómo construir política con una peste que mata gobiernos
Pichetto ha sido un crítico de esos entendimientos, aunque los votó como senador del peronismo federal. En la visita del jueves reconoció el trabajo del Gobierno porteño en materia de urbanización y construcción de viviendas. Migliore tiene extracción clerical, ha sido discípula del cura jesuita Rodrigo Zarazaga en el CIAS (Centro de Investigación y Acción Social, la escuela de dirigentes de la Compañía de Jesús), y guarda una estrecha observancia hacia el Papa Francisco. Pichetto no cede en sus críticas a la agenda pobrista, pero reconoció mucho del peronismo que no osa decir su nombre, que ejerce Larreta en la Ciudad, y que cimienta esas amistades peligrosas que teme Macri. Esta prevención expresa la necesidad no irritar al ala más antiperonista de la coalición, que es su fuerte en los distritos más poblados de la Argentina. En todos ellos clava su identificación Juntos por el Cambio con el nombre de Macri, que ganó en la categoría presidencial en 2015 en seis de los siete distritos más grandes, y en 2019 en cinco de ellos (salvo Buenos Aires y Tucumán).
Es el santo grial que deben preservar, para seguir teniendo una chance competitiva ante un peronismo unido que, por ahora, no muestra presunción de divisiones. Los movimientos de Larreta tienen la cautela de un dirigente que está obligado, como todos los de este tiempo en todo el mundo, a construir su proyecto bajo el fuego de una guerra sin cuartel, como es la del virus. Las sociedades son muy severas con los gobernantes en tiempos de guerra; le pasó a Winston Churchill, que perdió las elecciones en 1945 cuando le iba mejor en la guerra contra Hitler, a quien derrotó. Los ingleses lo mandaron a la casa, como ahora los americanos ejecutaron a Donald Trump en su mejor momento, y los italianos lo derrumbaron también a Giuseppe Conte, que renunció. Pedro Sánchez, premier español, salvó esta semana su gobierno merced a un pacto legislativo de su alianza -Socialismo más chavismo de Podemos- con la ultraderecha de Vox, para que no le volteasen el decreto de uso de los fondos europeos anti-Covid. Si perdía, podía caer su gobierno.
Hay otros peronismos en carrera
Empleando otras palabras, el peronismo que convive con dificultades con Roberto Lavagna le puso fecha a una cumbre para lanzar el acuerdo de dos partidos, el de la Tercera Posición de Graciela Camaño y el Federal de Juan Manuel Urtubey. Estos dos estuvieron el sábado reunidos y basan su proyecto sobre hacer crecer un peronismo lejano del cristinismo en ideas y que renueve elencos generacionales. También que se distancie de los movimientos que hace Lavagna para regular sus relaciones con el oficialismo.
Camaño tiene mandato hasta 2023, pero presentará candidatos en Buenos Aires. Espera arrastrar a otros distritos. Urtubey se concentra por ahora en un posgrado de negocios en la universidad Carlos III° de Madrid, como si estudiase para gobernar. No lo creyó necesario antes y ya fue tres veces gobernador de su provincia Salta. Por lo que hay que entender que se anota de nuevo como postulante a presidente. La cumbre será el 19 de febrero.
Fuente Clarin