Por Carlos M. Reymundo Roberts
MADRID.- Qué extraña sensación: después de dos años, salí del país. Me vine cuatro días a Madrid. Al llegar a Barajas, el agente de migraciones que chequeaba mi pasaporte le comentó en voz baja a un compañero: “Otro más”. Claro, desde que los Fernández ganaron las PASO de 2019, unos 20.000 argentinos se radicaron en España. Las primeras oleadas fueron de los que no confiaban en el artefacto creado por Cristina (me refiero a la fórmula, no a Alberto); las siguientes, de los que huían del artefacto. Inmediatamente, corregí al agente: “No se equivoque. No estoy escapando del kirchnerismo. Vine a explicarlo”. Me molestó que echara una risotada.
En realidad, me invitaron a disertar en un congreso de periodistas, pero yo sabía que solo les interesaba que hablara del país, de las elecciones de mañana, de esa cosa rara de que la vicepresidenta escriba una carta pública para decir que el presidente que ella puso es un chambonazo.
Así fue: me pasé los cuatro días explicando lo inexplicable, siempre con el ánimo de dar una mirada optimista; como es sabido, odio sacar a relucir los trapitos sucios fuera de casa. Estuve con ministros del gobierno del presidente Sánchez, con legisladores, empresarios, directores de medios, intelectuales… Hice tantos esfuerzos que la presidenta de la Comunidad de Madrid y estrella ascendente de la política española, Isabel Díaz Ayuso, me entregó un reconocimiento (ya lo verán en mis redes). Básicamente, dije que de la jornada de mañana no hay que esperar sino buenas noticias. Tomé como referencia el dólar blue. Si gana el Gobierno, en pocos días trepará a 240, impulsado por capitales especulativos, y si pierde, a 280; es decir, los millones de argentinos que ahorran en dólares festejarán la súbita recomposición del precio de sus colchones. Noté cierta dificultad en mis interlocutores para asimilar lo de la cotización de los colchones.
Pero ¿puede ganar el Gobierno? Me apretaron para que tirara un vaticinio. Como estos días leí todas las encuestas que andan dando vueltas, arriesgué un resultado: “Va a triunfar la oposición. O porque gana Juntos por el Cambio o porque pierde el Gobierno y el kirchnerismo pasa a la oposición”.
“En España expliqué que entre Alberto y Cristina no hay ni un sí ni un no; no se hablan”
Di una conferencia de prensa y los colegas me acribillaron. “¿Qué es el ‘plan platita’?” Es el plan económico que se le reclamaba al Gobierno, dije. “¿La ola de inseguridad?” No hay tal ola: las estadísticas del ministro Aníbal Fernández ubican al conurbano en los mismos niveles que los cantones suizos. “El gobierno de Madrid construyó un hospital para el Covid en tres meses. ¿Qué hizo el gobierno argentino?” Bueno, en La Matanza hay un hospital que ya lo inauguraron cuatro veces”. ¿El domingo puede haber fraude?” Como se trata de una intromisión en los asuntos internos del país, no voy a contestar esa pregunta. “¿Qué pasa si Cristina pierde el control del Senado?” Nada. A lo sumo, dejará de ir al Senado. “¿Por qué al Presidente le dicen Meme?” Es una contracción. Él suele decir: “Me menosprecian”.
Una y otra vez tuve que referirme a las diferencias entre el Presi y la vice. Son diferencias por detalles, sostuve. Por ejemplo: que ella le hiciera decir a la diputada Fernanda Vallejos que él es un “enfermo”, “okupa” y “mequetrefe” es un detalle que a Alberto no se le pasó por alto. “Lo importante –abundé– es que finalmente entre ellos ya no hay ni un sí ni un no. No se hablan”.
En los pasillos del poder de la capital española preocupa especialmente la situación de Córdoba. No venían siguiendo el proceso autonómico que se gestaba en esa provincia y, de pronto, por boca de Alberto se enteraron de que ya se había escindido. Ondea, claro, el fantasma de un efecto contagio en la indócil Cataluña, justo ahora que sus ímpetus independentistas parecían aletargados. Les hice ver que eran dos casos muy distintos. “En Córdoba hablan el mismo idioma que nosotros, lo cual facilitará la firma de acuerdos bilaterales”.
De lo que todo el mundo habla acá es de metaverso, la internet de última generación, basada en la realidad virtual y la realidad aumentada. La Unión Europea sigue con enorme interés –y no menos inquietud– esta deriva tecnológica, destinada, según los expertos, a cambiar radicalmente nuestras vidas. Por cierto, también es el tema del momento en Estados Unidos, como contó esta semana Andrés Oppenheimer en su columna. Yo aproveché para reparar en que la Argentina podría ponerse a la vanguardia de la nueva era: metaverso es la gran especialidad del profesor Alberto.
Así, a la defensiva, estuve los cuatro días. En la cancillería, un alto funcionario me dijo, alarmado, que los recientes acuerdos alcanzados por el Gobierno con Pekín involucrarían a la Argentina en la guerra entre Estados Unidos y China por el control del ciberespacio. Ridiculez total, repliqué. La única amenaza geoestratégica que tenemos es la que plantean 20 tipos con disfraces de mapuches.
Escribo esta columna desde Barajas. En 12 horas llegaré a Ezeiza. Qué bueno: ya estaba cansado de mentir.ß
Fuente La Nación