
Periodista: ¿Los tres cuentos coreográficos tienen un hilo conductor?
Eleonora Comelli: No se vinculan entre sí salvo por el tópico que los contiene: el destino y el azar de una mujer. Está el tema de la muerte como el porvenir, el saber que en algún momento se va a morir pero no sabe cómo, dónde ni por qué. Cada cuento se sitúa en una época distinta, el primero es en los 80, en altamar, y es un sueño. María Merlino en un prólogo cuenta su muerte, que fue un ahogo en medio de una fiesta, es género catástrofe. Los bailarines representan por cortes situaciones de ese sueño. El segundo transcurre en los 40, en un tren, y es un policial melodramático con estética de esa época. Hay dos referencias concretas, a “La consagración de la primavera” y a “Él” de Luis Buñuel. El tercer cuento ocurre en la actualidad, con un choque de autos en una situación urbana, es de corte existencialista y reflexiona a partir de ese accidente. Se arma un concepto de repeticiones de ese mismo hecho para intentar que cada repetición se aleje más de la fatalidad y evitar así la muerte.
P.: ¿Por qué eligió esas épocas?
E.C.: Soy fanática del cine de los 40, el de acá y el mexicano. Había hecho una residencia en México y trabajé con el intercambio de artistas para el cine, por ejemplo en “Él” de Buñuel está Delia Garcés, en “Dios se lo pague”, Zully Moreno. Y María Merlino trabaja muy bien ese tono, viene de obras como “Nada del amor me produce envidia” o la de Fanny Navarro en las que personifica mujeres de esos tiempos. Y la película de Buñuel aborda los celos, la obsesión que tiene él por ella. Los 80 los tomé porque nací en esa década y porque ofrece un juego hermoso en cuanto a lo musical y estética, los VHS, los peinados, abre un juego para la danza que es muy divertido. Hay referencias literarias a Felisberto Hernández y Silvina Ocampo, el cuento de Felisberto habla sobre qué pasa cuando se empieza a inundar su casa y aporta sensaciones que tienen una idea muy física. Cómo se percibe la realidad desde abajo del agua porque los sentidos están distorsionados. A partir de ahí creamos movimiento. Y la actualidad ofrece una reflexión, se mete en la teoría de las repeticiones, que es un concepto eje en danza para componer. Partir de una secuencia coreográfica y cómo al repetirlo con cambios se genera un juego muy racional, variar la velocidad, el espacio, el tono, etc.
P.: La obra se repone tras la buena repercusión hace dos años, ¿cómo fue el regreso?
E.C.: Somos una multitud en la sala porque son 28 bailarines del ballet más dos actores, más 22 detrás de escena. Es una alegría estar y reactivar, pero hay que coordinar con mucha concentración para estar vinculados pero ordenados, todas las áreas juntas. Es una intensidad que se había perdido. El porvenir se nos vino encima, sin saberlo, con la pandemia.
P.: Si cuesta llevar público al teatro, ¿qué pasa con la danza?
E.C.: Las condiciones de producción son complicadas y no hay muchos espacios. Desde el independiente es muy difícil, de hecho hace mucho que no trabajo en ese circuito porque es un reme. La danza necesita mucha rigurosidad que se logra ensayando mucho, no es una vez por semana, y al exigir tanto ensayo ¿de qué se vive si eso no se paga? La juventud empuja a sacar a flote por el deseo. Yo estoy en otro lugar y valoro mucho este espacio que se me da y puedo hacer con el Ballet del San Martín, pero soy una excepción.
P.: ¿Cómo se transformó su camino en relación a la danza?
E.C.: Nunca estuve encorsetada en un género o disciplina, parto de una idea y si necesita más movimiento o más texto se arma. “El hombre que perdió su sombra” era un híbrido, ni musical ni teatral, todo coreografiado pero no es danza. No me meto en géneros establecidos, así trabajé desde mis inicios, que me propuse quise dirigir, no interpretar.
P.: Dijo que falta voluntad política hacia la danza, ¿que busca la ley nacional de danza?
E.C.: Presupuesto destinado a la danza, que es muy vasta y muy federal. Se baila muchísimo en todas las provincias, con diferentes géneros, no sólo escénica que es un pedacito mínimo, muchas otras danzas no requieren de escenario. No se la puede tomar bajo el INT porque tiene sus particularidades y requiere de su propia ley. Los bailarines son cuerpos entrenados, tienen que oxigenarse, necesitan un lugar de entrenamiento muy disciplinado que los acerca a lo deportivo. Esa ley a sancionarse debería garantizar presupuesto para profesionalización, que requiere de dedicación y tiempo.

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