Una pluma argentina a (re) descubrir: Aurora Venturini

Se entiende su revuelta con el lenguaje, sus historias inaceptables, eso de regalar sorpresas en la frase menos pensada, Aurora Venturini, platense profesora de filosofía y la amiga intelectual de Evita, a los 34 años se tuvo que ir al exilio según sintió que le disponía la Revolución Libertadora. A París ella se fue. Un París que le hizo dejar atrás que Borges le había otorgado y entregado un premio por aquel libro de poesía (hoy sus libros son más de treinta). En la muy gaucha Rive Gauche tuvo que convivir con Violette Leduc, genial y desvergonzada escritora lésbica, y sus amigos fueron Sarte y Simon, Camus y Boris Vian, ese irlandés tan serio llamado Samuel al que la Peggy Guggenheim le decía Oblomov, y el querido charleta Ionesco que le mostró que el absurdo es la literatura que hace la gente en su vivir. Si a eso se junta que estaba impregnada del arte de narrar de Roberto Arlt, un escritor preperonista, de los Discepolos y el grotesco, que estuvo casada con un juez lisiado y radical, y luego con el historiador revisionista Fermín Chavez, se entiende que Venturini escriba tan mal, que desde la literatura en serio puede querer decir tan bien. En Francia se copó con la narrativa experimental, que estaba en pañales y más en los escenarios que en las novelas. A la hora de escribir todas las libertades, lo trivial se vuelve lírico, lo cómico poético, el disparate anuda con lo trágico. Las historias pueden quedar suspendidas como en la vida y te vuelvo a ver. Lo deforme y lo monstruoso está por todos partes, o sea es algo familiar como enseñó don Sigmund. hay que saber mirar. Lo bueno de “Cuentos secretos”, que ahora se reedita, es que uno lee un cuento y me abstengo del siguiente, este lo dejo para después y me voy a “Los tigres de Borges” y los problemas de “El estilista Pertuso” o a saber de “Peca Limbo, autora secretísima” o de “El rincón secreto de la gorda Espécimen”. Uno ve que son como cuatro libritos en uno, que son como 60 cuentos o acaso menos de la mitad, es la magia de Venturini, que vino a morirse a los 93 años cuando se hacía famosa.