
Pero lo grandioso de Feinmann era su espíritu de difusor, su esfuerzo por compartir su pasión y hacer lo imposible para que finalmente uno pudiera ver las tremendas andanzas de los villanos magníficos o antihéroes memorables que describía. Por ejemplo Richard Widmark, el gangster que ataba a una anciana a su silla de ruedas y la arrojaba por una escalera en “Kiss of Death” de Henry Hathaway (“El beso de la muerte, 1947), o el Sterling Hayden de “The Asphalt Jungle” (“Mientras la ciudad duerme”, 1950) de John Huston, perseguido como un perro rabioso homicida, aunque el tipo era un perdedor que se desangraba en una fuga desesperada con el único objetivo de ver por última vez la granja que habían perdido sus padres, y que había fallado en recuperar aun dedicándose a una vida criminal. Explicando más allá del spoiler esa película, Feinmann te podía revelar cuál era la esencia del policial negro hollywoodense. Para él, esos actores geniales únicos, lejos de los estereotipos, potenciaban el talento de directores como Kubrick, que podía convertir a Hayden en el ladrón despiadado de “The Killing” (“Casta de malditos”, 1956) o en el general desquiciado obsesionado por una hipotética conexión entre los fluidos corporales y el comunismo en “Dr. Strangelove” (“Dr. Insólito”, 1962).
Feinmann un día te sorprendía marcando que un cine rasposo de dobles programas continuados de la Avenida de Mayo, el legendario “Avenida”, estaban por dar un día de semana la película de terror clase B “Fade to Black” en la que un psicópata se inspiraba en crímenes del cine para sus crímenes seriales, empezando por las fechorías del despiadado Richard Widmark. Casi nadie recuerda “Fade to Black” (“Confesiones de un sádico”, Vernon Zimmerman, 1980), con uno de los primeros papelitos de Mickey Rourke y hasta una escena de “Night of the living dead” (“La noche de los muertos vivientes”, de George Romero, 1968), el superclásico de zombies jamás estrenado oficialmente en nuestro país. Pero quien la haya visto para conocer de primera mano a ese bastardo sublime encarnado por Richard Widmark, es todo un hito –y también incluía el explosivo final de “White Heat” de Raoul Walsh (“Alma negra”, 1949) con un James Cagney desencadenado. E incluso lo fue para Feinmann, que en una de sus novelas mas corrosivas reprodujo la idea de poder degollar a alguien utilizando el filo de un quebradizo disco de pasta.
Más aún, habiéndote hecho picar con la idea que “The Night And The City” de Jules Dassin (“Siniestra obsesión”, 1950), otra obra maestra del cine negro que llevaba a Widmark a un papel protagónico capaz de robarle los últimos ahorros a su madre, aparecía con la sorpresa de que la había conseguido en una copia que tal vez no tuviera un gran nivel técnico, dado que era un transfer del celuloide de 16 mm. personal de Jules Dassin –tal vez el director más proscripto por el macartismo-, a quien conoció en un festival europeo y lo convenció de la urgencia de poder volver a verla él, y compartirla con algunos de sus discípulos jóvenes.
Feinmann también respetaba, y generalmente apoyaba los gustos distintos, y entonces recordaba que la apología de un villano anarquista psicodélico como “Danger Daibolik” (Mario Bava, 1968) lo había obsesionado en cines de barrio que pasaban versiones censuradas sin mucho rigor, donde a veces Marisa Mell se duchaba del todo, o era cortada antes de sacarse el vestido.
La corrección política para Feinmann era un obstáculo para apreciar buen cine, Se burlaba de los críticos progres que afirmaban que la formidable “Dirty Harry” (“Harry el sucio”, 1971) con Clint Esastwood dirigida por Don Siegel, o incluso “Taxi Driver“ (1976) de Martin Scorsese eran films facistas. “Si un director narra un personaje de actitud facha, no implica que el film tenga que ser facho”, decía. Y tampoco tenía ningún problema en afirmar que esos encumbrados films de arte de Bergman o Antonioni para él eran unos plomazos infernales inflados por pelmazos del establishment cultural. Los mismos pelmazos que desconocían la obra maestra sobre la Guerra Fría, “The Bedford Incident” (“Al borde del abismo”, James Harrris, 1955), producida y protagonizada por Widmark junto a su gran amigo Sidney Poitier, que jugaban al límite de la época.
En sus libros sobre las películas de su vida, como el antológico “Pasiones de celuloide”, se aprecia esa fiebre de buen cine que contagiaba Feinmann. No por nada es el autor de la novela argentina con más adaptaciones al cine: “Últimos días de la víctima”. La filmó Adolfo Aristarain (1982), en uno de los grande policiales criollos, y luego tuvo una segunda versión de los estudios Aries, pero en inglés y dirigida por Héctor Olivera, “Two to tango” (que firmó como “J.P. Feinmann) con Don Stroud y una escena formidable con Nathán Pinzón. Y también tuvo una imaginativa versión franco-cubana “Les derniers jours de la victime” con Assumpta Serna y Neils Arestrup. También aportó las mejores ideas del guión de la notable “En retirada” de Juan Carlos Desanzo, además de escribir guiones para tantas buenas películas del calibre de “Ay, Juancito” de Olivera o la anti Madonna /Alan Parker “Eva Perón” de Desanzo o la adaptación de Juan José Campanella de “Ni el tiro del final”, filmada en inglés como “Love Walked In” con protagónicos de Denis Leary y Terence Stamp.
Y ojalá alguien se anime a filmar su gran novela épica “El ejército de ceniza”, donde reinventó muchas de sus novelas y películas favoritas aplicándolas a la conquista del desierto.