
Daniel Guebel: En la escritura hay tanto de arrojo a lo nuevo, de la búsqueda de experiencias narrativas, como de evocación y recuerdo de momentos de placer de la lectura. Hay en la escritura de un narrador algo que tiene que ver con una especie de travesía secreta por su biblioteca, y en cada libro hay una especie de historia personal de la cultura escrita. Escribir es de algún modo repasar la historia de nuestras lecturas. Las lecturas son aventuras. Borges se apropia y, a la vez, enmascara las lecturas sobre las que trabaja, es la entronización genial del oficio triste o feliz del bibliotecario. Es desde ahí que se coloca en el lugar de aquel que opera en el cierre de las tradiciones, cierra a Lugones, al Martín Fierro, a Arlt, y trata de cerrar a Borges, pero no puede. En el fondo hay en él el deseo de transitar por zonas de otros. En mi caso a veces eso se vuelve un deseo demorado. Durante años me decía: qué bueno si alguien pudiera escribir una novela como “Relaciones peligrosas”, y ahora estoy escribiendo una novela que es toda correspondencia y pasa en el siglo XVII, y no pretendo compararme porque la novela de Pierre Choderlos de Laclos es insuperable, en todo caso donde Borges va a más, yo voy a menos.
P.: ¿No son los mejores libros que se leen los que llevan a escribir sino los que impulsan a contar una historia? En su caso “Sinhue, el egipcio” de Waltari.
D.G.: Hay una pasión adolescente que tiene que ver con el descubrimiento de la literatura como algo más grande que la vida, algo más amplio que la experiencia. En Waltari me encontré por primera vez con una construcción, con una voz claramente determinada, con un ámbito exótico, con una mujer fatal y con que una vida podía contarme muchas vidas, y que no era la vida monótona de todos los días. En ese sentido Waltari fue un escritor central en mi experiencia de lectura. Escritor menor no creo que Waltari lo sea. Pero un escritor menor puede abrir el camino al encuentro con un modo de narrar. A mí Waltari, me marcó una posición de escritor.
P.: ¿Por qué divide “Un resplandor inicial” en los estímulos que desde la infancia lo llevaron a la literatura y un balance de los libros que lleva escritos?
D.G.: La primera parte es un pedido de los editores, la segunda es lo que primero escribí, una lectura de mi propia obra. Años atrás imaginé que me gustaría dar una charla explicando cómo escribí mis libros. Me imaginaba hablando delante de un pizarrón y armando tramas y relaciones entre los libros. Cuando lo ofrecí, los editores me explicaron que en la “Colección lectores” los autores hacen un pequeño balance autobiográfico. Lo hice, pero lo separé de mi lectura personal de las novelas que llevo escritas y aquello que me llevó a escribirlas y cómo lo había hecho. El primer título que pensé fue: cómo se me escribieron mi veintipico novelas. La escritura es para mí el efecto de la resolución en el papel de una determinación anterior. Después me di cuenta que escribí más sobre lo que leí que sobre lo que escribí y sobre lo que hice con lo que leí. Y me fue más fácil escribir sobre libros que escribí hace 30 años que sobre los que terminé en los últimos cinco. “Un resplandor inicial” es un libro provisorio, no ofrece conclusiones. La mayoría de los escritores cuando escriben sobre literatura tienen el recaudo de escribir sobre la obra de otro, lo cual es una velada forma pudorosa de la autobiografía. En cambio, a mí se me antoja escribir sobre los libros que escribí como si alguien me lo hubiera preguntado, en realidad estoy respondiendo a una demanda que no existió. Bueno, la literatura es un producto autónomo que no responde a ninguna demanda y que en todo caso con suerte genera su propia expectativa de lectura cuando algo del texto coincide con una expectativa que el autor no necesariamente conoce. Por supuesto hay operaciones más deliberadas, por caso una serie para streaming, ahí se piensa la relación entre la producción y la demanda. Como soy un poco reacio a la demanda hago lo que puedo.